Una canción para las cenizas, para nunca olvidar

por | Abr 22, 2020 | Cultura, Portada | 0 Comentarios

Yom HaShoah es un día para remembrar. Yom HaShoah es un día lúgubre. En Yom HaShoah, hago un homenaje musical a los horrores tan inimaginables que superan la razón

Durante 69 años el 27 de Nisán ha sido un día de duelo y relatos escabrosos. El estado de Israel estableció en 1951 este día de aflicción nacional. Yom HaShoah en el que todos los judíos alrededor del mundo recordamos el monstruo antisemita que se propuso eliminar hasta la última alma hebrea de la faz de la tierra.

Una alarma tanto escalofriante como solemne invade todo el cielo de Israel mientras durante dos extensos minutos en los que gritamos en silencio para recordar un dolor colectivo. Una alarma que reaviva el tormento de las almas exterminadas que llevamos dentro. Una alarma que nos evoca cruentas imágenes y voces de las almas víctimas del odio. Una alarma que nos atemoriza las conciencias de ese odio real y contagioso que se rehúsa a perder.

Podría sermonearles como una clase de historia – de esas que tanto escasean en el mundo – la tenebrosa y deseosa misión de erradicar al pueblo judío y, de la colaboración taimada de muchas sociedades que, aunque tímidos en aceptar su odio y recelo, aplaudieron la política nazi.

Podría exponerles los métodos creados con sevicia y sadismo para degradar y privar alas personas del sentido de humanidad. No poder ejercer una profesión, no poder salir sin la marca del indeseable, no poder tener un hogar, no poder practicar la religión, no poder salir del ghetto, ser deportado y explotado, convertirte en un número, morir de hambre y de frío, ver morir a los tuyos, ser perseguido por perros, ser ejecutado en los bosques, no poder enterrar ni ser enterrado, ser un experimento médico, ser gaseado con otros miles sin nombre y no ser más que cenizas en el viento.

Podría relatarles los horrores de cómo mujeres y niños eran sujetos a experimentos médicos y también, como el pelo, los dientes, la piel eran materiales de producción.

Podría contarles cómo después de la liberación los sobrevivientes, más esqueletos que hombres no salieron por vergüenza de sí mismos. Porque no querían verse en el espejo de los ojos de los soldados y ver en lo que los habían convertido. Así también, revelarles que aquellos pocos que decidieron regresar a sus hogares arrebatados, los que tuvieron suerte fueron expulsados, los que no, fueron asesinados – como los papás de Benjamin Levin, el vengador de Vilna Z”L–.

Muchos están cansados de la repetición de esta historia de terror. Incluso dicen sin pena: “¡Ya es suficiente! Pasaron 75 años. ¡Qué obsesión con el pasado!” Pero, si repetimos la memoria y cada año decimos “Nunca más” es porque hoy sigue más presente que nunca.

Hoy, grito y recuerdo este día con un homenaje musical. Como una tradición, debemos encontrar una manera especial para conmemorar este día gris.

La “Canción de los Nombres” (“Song of names” en su nombre original), la adaptación de la novela ficticia del escritor Norman Lebrecht, el prodigioso violinista Dovidl Rapaport compone una melodía para las cenizas. Ese llanto con el que se rasga las vestiduras por el asesinato de su familia entre los miles que llegaron al campo de la muerte de Treblinka. Una canción inspirada en el lamento de cinco días compuesto por los rabinos para no olvidar sus nombres. El violín de Rapaport llora el horror de la exterminación.

Un mismo violín lloró también en la tertulia de Reflexiones sobre el Holocausto del Instituto Cervantes en manos del músico Daniel Bard. Interpretando el “Kaddish”1 de Ravel, Bard como Rapaport, estremeció nuestras almas de pena por un pueblo deshumanizado y desintegrado. Estas interpretaciones son una forma de expresar el llamado fantasma del Holocausto que habita a todas las almas judías que viven en el mundo.

Ese “Kaddish” en violín también me recordó la estremecedora plegaria de duelo escrita por el autor francés André Shwarz-Bart en “El último de los Justos” (“Le dernier de Justes” 1959) que me encontró plasmado en una pared en el Museo de Yad Vashem para recordar y nunca olvidar la barbarie.

“Así que esta historia no se cerrará en ninguna tumba para visitar como recuerdo. Porque el humo que sale de los crematorios obedece como cualquier otra ley física: las partículas se juntan y se dispersan en el viento, que las empuja. La única peregrinación sería, estimado lector, mirar a veces un cielo tormentoso con melancolía. Y alabado. Auschwitz. Sea. Majdanek. El Eterno. Treblinka. Y alabado. Buchenwald. Sea. Mauthausen. El Eterno. Belzec. Y alabado. Sobibor. Sea. Chelmno. El Eterno. Ponary. Y alabado. Theresienstadt. Sea. Varsovia. El Eterno. Vilna. Y alabado. Skaryzko. Sea. Bergen-Belsen. El Eterno. Janow. Y alabado. Dora. Sea. Neuengamme. El Eterno. Pustkow. Y alabado…Amen…”2

Estos lamentos los comparto con Ustedes para seguir prendiendo las velas de esas almas que nos piden desde las cenizas que las lloremos y recordemos siempre para no revivir la historia que sigue luchando odiosamente por repetirse.

1 Kaddish: plegaria de duelo en el Judaísmo

2 Traducido del francés por el autor

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