Por: Jana Beris
El fallecido Shimon Peres, sepultado el 28 de septiembre de 2016 en Jerusalem en el cementerio de «Los Grandes de la Nación» tal cual corresponde a su gigantesco aporte a su país, era un estadista israelí y por ende, no es automático que lo lloren también los árabes. Podemos por cierto entenderlo, aunque estamos convencidos de que lo que él quería hacer -y en parte alcanzó a lograr- en pro de los vecinos árabes de Israel, superaba enormemente lo que hicieron por ellos sus propios gobernantes.
Lo que nos resulta en el mejor de los casos injusto y en el peor, hipócrita y mal intencionado, es el argumento de quienes dentro y fuera del mundo árabe, afirman que Peres no merece que lo lloren porque era «un carnicero» que tenía «las manos llenas de sangre de niños inocentes», palestinos y libaneses, dicen sus críticos. Dando como ejemplos distintos operativos militares israelíes cuando Peres era Primer Ministro, en los que murieron palestinos y libaneses, hacen caso omiso del terrorismo contra Israel que le obligó a reaccionar .
De hipocresía hablamos, porque quienes condenan a Israel cuando mueren árabes a manos de soldados israelíes, no tenían problema ninguno con lo que sucedía antes de esas muertes, o sea con los ataques árabes a los que Israel tenía que responder. Y por cierto , no los vemos protestando ni desgarrándose las vestimentas por los árabes muertos a manos de otros árabes. Es condenable, al parecer, sólo si murieron a manos de Israel.
La realidad es que la única opción que tuvieron durante décadas los líderes de Israel, era fortalecer la seguridad del Estado, para garantizar su supervivencia. Las posturas del mundo árabe, su rechazo a la existencia misma de Israel y su traducción de dicho rechazo en ofensivas bélicas y terrorismo, impusieron a Israel la necesidad de convertirse en una potencia regional, fuerte y bien equipada, para poder sobrevivir.
La alternativa era el suicidio.
Es de esa realidad que derivaron las misiones encomendadas por David Ben Gurion a Shimon Peres, para conseguir armas y aviones en Francia y lograr alianzas estratégicas que fortalezcan su situación . Esa realidad fue también el trasfondo de la creación, gracias al rol protagónico inicial de Peres, de la industria militar y la industria aeronáutica israelí. Esperar de Israel un pacifismo en el sentido purista de la palabra-que no habla de ansiar la paz sino de no prepararse para la guerra por si ésta le es impuesta- y hacerlo conociéndose el entorno en el que siempre vivió, es ingenuidad o mala intención.
Peres acompañó desde temprano a David Ben Gurion, quien proclamó la independencia en mayo de 1948. Fue testigo del rechazo árabe de la resolución 181 de las Naciones Unidas que proponía la partición de la Palestina del Mandato Británico en un Estado judío y otro árabe. Y de la guerra que lanzaron para frustrar su implementación, prometiendo aniquilar al naciente Israel.
No es cuestión de nuestra interpretación subjetiva, sino un hecho histórico. Las citas son numerosas. Basta una para esta nota, la del entonces Secretario General de la Liga Árabe, Azzam Pashá, quien declaró: «Esta será una guerra de exterminio, una masacre que empalidecerá a las matanzas de los Mongoles y Cruzados». Esa era la promesa árabe a Israel. De eso Israel se tenía que proteger.
En ese ambiente , en esa realidad, Peres vivió la creación de Israel, consciente del desafío de fortalecerlo ya que la alternativa, era verlo desaparecer.
Quienes alegan que hay que mostrar al «otro Peres», dan como ejemplo también el programa nuclear que desarrolló. En efecto, cuando David Ben Gurion lo nombró Director General del Ministerio de Defensa a la joven edad de 29 años, con el mundo árabe aún rechazando la existencia misma de Israel, uno de sus grandes proyectos fue el reactor nuclear de Dimona. Fue un elemento clave en la disuasión que Israel logró ante un mundo árabe que lo seguía amenazando. Sin lo que los árabes creían había dado a Israel poderío nuclear-algo que por cierto Israel nunca confirmó pero que suele darse como hecho-se estima que la guerra habría sido continua.
El propio Peres dijo más de una vez: «Construí Dimona, para poder llegar a Oslo».
Con ello hacía referencia justamente a la posibilidad de tratar de negociar la paz (como se hizo en el proceso de Oslo), pero sabiendo que ello sería posible únicamente desde una posición de fuerza militar e inclusive por el sentir árabe de que no se le podrá ya destruir . Con un Israel débil, nadie habría negociado sino que habrían intentado nuevamente exterminarlo.
Los críticos del fortalecimiento militar de Israel logrado en gran medida gracias al aporte de Shimon Peres en sus distintas capacidades (como civil, ya que nunca fue militar), ocultan a nuestro criterio su verdadera visión del tema: habrían preferido un Israel débil y frágil que pueda caer fácilmente, desprotegido.
Otro argumento esgrimido por sus críticos es el apoyo de Peres a los asentamientos. Este fue y sigue siendo uno de los temas más polémicos dentro del propio Israel.
Es un hecho que fue el gobierno laborista del Premier Levi Eshkol el primero que apoyó la creación de asentamientos y que dicho apoyo fue dado también por el propio Peres. Eran los años posteriores a la Guerra de los Seis Días en la que la promesa árabe había sido de aniquilamiento de Israel, una promesa que no lograron concretar , al conseguir Israel repeler sus ofensivas y obtener una impresionante victoria militar en el terreno. Eso, combinado con la fe mesiánica de sectores religiosos-a los que Peres no pertenecía, pero que influyeron en parte también sobre él- que veían en la conquista de las bíblicas Judea y Samaria parte de la redención, fue parte de la explicación de los primeros asentamientos. Lo clave aquí es recordar que Israel había sido atacado antes varias veces, cuando no había ni un asentamiento ni tampoco territorios ocupados. Los asentamientos fueron un resultado de la guerra , no su motivo.
A mediados de los años 80, Peres comenzó a pensar diferente. Gradualmente, su profunda desconfianza en el mundo árabe, fue dejando paso a un nuevo enfoque que se plasmó en la primera mitad de los años 90 en la iniciativa de Oslo: Israel es suficientemente fuerte ahora como para permitirse correr riesgos para intentar nuevamente lograr la paz.
El resultado del experimento, lamentablemente, no fue el deseado. Ambas partes cometieron errores y el hecho es que Peres fue sepultado sin haber visto concretado su sueño de la paz definitiva entre Israel y los árabes.
Quizás uno de sus mayores legados fue la dimensión humana de lo que hizo en los últimos 20 años desde la fundación del Centro Peres por la Paz, promoviendo un sinfín de programas de acercamiento entre niños y jovencitos judíos y árabes, grupos de diálogo de ambas partes, para concientizar a todos sobre la importancia de vivir pacíficamente y con mutuo respeto. Discrepancias políticas hay y seguramente seguirá habiendo mucho tiempo entre israelíes y árabes en general, y palestinos en particular. Pero no hay que aguardar a que todo esté resuelto para intentar preparar las almas para la vida en paz.
Eso es lo que Peres estuvo haciendo durante dos décadas, intentar denodadamente explicar a quienes quieran escuchar, por qué es mejor vivir en paz , cooperar y aprender unos de otros, que optar por la violencia.
Pero quienes critican en el tono en el que han sido escritos algunos artículos contra Peres estos días -y en tantas otras ocasiones, otras cosas de Israel- no están interesados en ver un acercamiento israelo palestino en paz. Lo que quieren es demonizar a Israel.
Discrepar con tal o cual actitud de Peres o de cualquiera otra figura, es más que legítimo. Era un ser humano, falible como todos. Pero sin duda hizo mucho más por la paz y el entendimiento que cualquier otra figura pública de la región, por cierto del mundo árabe, donde hay lamentablemente quienes siguen enalteciendo la muerte y llamando a la destrucción de Israel. Junto a él, cabe recordar hoy a un estadista árabe, el fallecido Presidente de Egipto Anwar el-Sadat que tras haberse lanzado a la guerra contra Israel en 1973, supo cambiar de rumbo y en 1977 realizó su histórico viaje a Jerusalem, prólogo del acuerdo de paz firmado un año y medio después, confirmando que cuando del lado árabe se dio pasos hacia la paz, el resultado fue el deseado , en beneficio de ambos pueblos.