En la actual guerra de Israel con Hamás y la Jihad Islámica se pueden detectar patrones recurrentes aunque también hay elementos y contextos preocupantes en los que nos enfocaremos a continuación.
Una ronda de guerra con Hamás suele comenzar más o menos de la siguiente forma. Algún problema con su facción palestina rival Fatah (como aquí también, ya que el presidente de la Autoridad Palestina canceló las elecciones por temor a perder con Hamas), algún problema interno en la franja de Gaza entre facciones rivales, un corte del flujo financiero proveniente de algún país árabe, especialmente Qatar, un intento por llamar la atención mundial ante la indiferencia de muchos países árabes agotados por la causa palestina y su frecuente alineamiento con Irán, Turquía o a la Hermandad Musulmana, y actualmente, la ocasión la dio el final del rezo de Ramadán con llamados místicos apocalípticos a reconquistar Al Quds (Jerusalén) y Al Aqsa (la Mezquita del Monte del Templo) junto con una disputa inmobiliaria entre judíos y árabes en el barrio Sheikh Jarrah de Jerusalén.
Disturbios en la Mezquita de Al Aqsa- Foto: Policía de Israel
En términos generales los “gatillantes” suelen ser los mismos, y regularmente, tras una ronda de guerra con Israel vuelve la tranquilidad como si nada hubiese pasado hasta la próxima ronda, que puede tener meses o años de diferencia.
La reacción internacional suele reflejarse de modo muy similar a la actual ignorancia de las élites políticas, repetición de dogmas y prejuicios en espacios académicos y compra fácil de la propaganda terrorista emanada por Hamas.
En el momento en el que mueren niños del lado palestino se habla de “genocidio” (también mueren niños israelíes, tanto judíos como árabes, víctimas de misiles islamistas pero ellos, por supuesto, no existen), la consiguiente explosión de tuits de indignaciones selectivas, declaraciones diplomáticas hipócritas llamando a cesar las hostilidades, etcétera.
Pero el cuadro más general, las razones políticas por las cuales estas campañas empiezan, suelen quedar en la oscuridad en medio de la complejidad de los hechos y los intereses que los generan.
Un edificio residencial atacado por un cohete de Hamas
Una clave para empezar a comprenderlos es prestar atención a los elementos nuevos, y hacerse preguntas de sentido común.
Una pregunta de sentido común es: ¿por qué durante el gobierno de la administración Trump, que fue en teoría el más “antipalestino” y “pro israelí” de toda la historia (en términos profundos, que merecen otro artículo, no fue tan simple), el que mudó la embajada norteamericana a Jerusalén, quitó toda la ayuda financiera a los palestinos que históricamente sirve para prolongar el conflicto en lugar de resolverlo, con todo ello no voló ni una mosca?
Los opositores demócratas habían vaticinado un apocalipsis de guerra e intifadas. No ocurrió, pero casualmente ahora bajo la administración demócrata efectivamente está ocurriendo.
Son tiempos intensos estos y el recurso interpretativo más a mano es la teoría conspirativa. No caeremos, sin embargo, en la mera culpabilización de la administración demócrata.
Intentar captar la película en movimiento y no seguir esquemas academicistas o ideológicos, y al calor de los eventos es arriesgado, y podemos equivocarnos. Pero será siempre más interesante que ser una oveja que va tras los múltiples rebaños que reclaman su vuelta al redil.
¿Y cuál es entonces el elemento nuevo de esta situación? Tras dos días de enfrentamiento bélico con Hamas, están ocurriendo hechos preocupantes y no vistos en anteriores rondas de conflicto: choques violentos entre civiles israelíes árabes y judíos. En Bat Yam, barrabravas (judíos) del grupo de hinchas de Beitar conocido como La Familia atacaron negocios árabes. En Aco, árabes intentaron linchar a un judío. En la ciudad de Lod, ocurrió un auténtico pogrom en el que fueron incendiadas tres sinagogas y varios vehículos.
La cola del diablo: Irán
Ayatollah Khamenei
Dentro de Israel hay varias ciudades de población mixta judía-árabe, en los cuales la vida cotidiana transcurre en convivencia pacífica. Casi nunca ocurren hechos de violencia, lo cual ya nos habla de la artificialidad de los actuales disturbios. Ahora ¿quiénes se atribuyen políticamente estos hechos? La dirigencia política de Hamas y de Fatah, si bien avala estos hechos, se mantiene un tanto silenciosa y no da señales fuertes de atribución. El único actor que se atribuyó explícitamente el mérito es Irán. Un funcionario de la Jihad Islámica de Gaza (grupo terrorista satélite de Irán) lanzó un video que fue publicado por Memri, en el que explícitamente se atribuye la autoría de todos estos hechos, y del uso en los mismos de los misiles “con la firma de Qasem Soleimani” (el líder de la Guardia Revolucionaria Iraní que fuera liquidado por EEUU el año pasado), a los disturbios descritos como “resistencia civil palestina”. Irán venía advirtiendo de una venganza que pondría a Israel de rodillas, y la situación actual se parece mucho a su escenario ideal.
El Israel pospandemia, que si bien salió como país ejemplar que superó la crisis del coronavirus, incluso con tasas exitosas de restauración de la economía y del empleo, no logra salir de una crisis política profunda debido a la falta de conformación de un gobierno tras las últimas elecciones. Si bien parece que se está conformando un gobierno alternativo sin Netanyahu, Israel es hoy un país dividido ideológicamente y con demasiadas cuestiones sin resolver (los territorios en disputa con los palestinos, la falta de una mayor separación entre religión y Estado, la fragmentación del sistema político que promueve el sectarismo y el cortoplacismo, etcétera).
En estas condiciones, Irán, una teocracia cuya ideología busca imponer con la violencia y la diplomacia el Islam chiíta en la región y el mundo, venía siendo acorralado política y militarmente en sus ambiciones imperialistas regionales gracias a una alianza establecida por Israel-Emiratos Árabes-Arabia Saudita-Bahrein-Sudán-Marruecos-Grecia-Chipre y Egipto, metió su cola en la sociedad israelí para exacerbar las tensiones étnicas internas entre árabes y judíos.
¿Cuál es el rol de la administración demócrata de Estados Unidos?
¿Y Estados Unidos aquí qué tiene que ver? Parece que bastante. Veamos.
Para empezar, la actual administración demócrata desde su primer día de inauguración (casi literalmente) se encargó mediante muchos decretos y reformas de deshacer completamente el legado de Trump. No vamos a detallar aquí todos esos aspectos sino los relevantes para Israel, los palestinos y el Medio Oriente.
Por empezar, la administración actual no nombró ningún enviado para el Medio Oriente, ni siquiera ha nombrado aún un representante como embajador de Estados Unidos en Jerusalén. Eso envía un fuerte mensaje de falta de apoyo o de indiferencia, que a los ojos de los terroristas es un signo de debilidad a explotar.
Joe Biden
El Biden-obamismo (ya que en la administración actual la mitad de los funcionarios son de la anterior administración de Obama y obedecen a su doctrina ideológica) negó el plan de paz para Israel y los palestinos que Donald Trump y su yerno Jared Kushner acuñaron y presentaron con el patrocinio de Israel y los países del Golfo (además de haber firmado de modo inédito la paz entre ambos), para volver a la antigua fórmula de Dos Estados para Dos pueblos (que el plan de Trump también propone pero deja abierta teniendo en cuenta el muy probable rechazo palestino a la misma solución biestatal ya que hay un historial de repetidos rechazos a todo tipo de partición de la tierra para dos pueblos, desde 1948 hasta hoy).
La administración Trump apostó a que Israel realizara acuerdos de paz con países árabes sin condicionarlos a una paz previa con los palestinos. La lógica es que esta paz regional con Israel es la única que puede disuadir el rechazo palestino, que otrora recibía apoyo logístico de esos mismos países árabes históricamente enemistados con Israel. Además, temas de interés comunes como la amenaza iraní, el fin de la economía petrolera, y múltiples peligros y amenazas regionales llevaron a los países sunitas árabes a acercarse a Israel.
Si bien la administración Biden dice estar a favor de los Acuerdos Abraham entre Israel y algunos países del Golfo, en la práctica cerró la Oficina de Enlace encargada del tema establecida por la anterior administración y no parece muy entusiasmada por el espíritu ecuménico de su nombre (que indica una paz entre las tres religiones monoteístas), prefiriendo cambiar su nombre por «procesos de normalización».
Además de lo anterior, la administración Biden decidió restaurar la ayuda millonaria que Trump había cancelado a la Autoridad Palestina y a la UNWRA (agencia de Naciones Unidas para refugiados palestinos). Estos millonarios subsidios, como era de esperar, volvieron en su mayor parte a su antigua función: financiar educación de odio, restaurar los salarios para las familias de los terroristas encarcelados, y continuar con los crónicos enriquecimientos de la gerontocracia palestina autócrata, etcétera.
Otro aspecto a destacar de la nueva administración demócrata en Washington es la desesperación por volver a normalizar las relaciones estadounidenses con Irán. El intento de apaciguar al régimen iraní y su carrera armamentista nuclear a través de premios e incentivos a cambio de “congelar” su producción como prueba de que sus intereses son civiles, pergeñado por la doctrina Obama en el tratado JCPOA, retornó en la administración Biden.
El JCPOA, que había sido promocionado como un gesto diplomático en oposición a un supuesto “belicismo” como solución alternativa, se ha demostrado retrospectivamente ser un fraude cuando Irán no sólo no lo ha respetado sino que además ha aumentado su agresividad imperialista en el Medio Oriente. El JCPOA 2.0 promocionado por la actual administración pretende incluir dos nuevas cláusulas que limiten esa actividad imperialista y restrinjan la actividad misilística, señalada por los críticos.
Está claro que se trata de otra nueva estafa ya que el levantamiento de las sanciones a Irán implican su retorno inmediato a la normalización comercial, financiera y de todo tipo, lo cual producirá exactamente el escenario que se pretende evitar: un Irán nuclear, agresivo e imperialista. No es muy difícil verlo, ya que es un país de ochenta millones de habitantes enteramente gobernado por la Guardia Revolucionaria Iraní, un grupo paramilitar que lo controla política y económicamente (además de gestionar sus proxies militares en Yemen, Irak, Líbano y Siria).
En síntesis, el Estados Unidos de los demócratas quiere normalizar a Irán, y pide a sus aliados Israel y los árabes sunitas que agachen su cabeza y acepten que Teherán será el nuevo actor dominante en la región. No importa el peligro que esto representa a mediano y largo plazo. Esto no lo digo yo, lo sostiene la doctrina obamista del “balance de poder”. ¿Los demócratas quieren “abandonar” el Medio Oriente y dedicarse al frente chino y ruso? Hay más preguntas como estas y exceden el tema que aquí estamos tratando. Lo relevante es que estas son las consecuencias políticas de la actual administración norteamericana.