Cuando se conmemoró la Nakba en 2017 – por aquél entonces vivía yo en Casablanca – y los palestinos decidieron marchar hasta la frontera con Israel desde Gaza, era evidente que iba a ser un golpe: sino de importancia, de tensiones más profundas aún que de costumbre.
Se escuchó en probablemente todas las cadenas de radio del mundo árabe: “los palestinos decidieron marchar pacíficamente y el ejército israelí abrió fuego, acabando con la vida de varios palestinos”.
Generalmente, la opinión marroquí sobre Israel es tremendamente negativa: no en vano se cuentan Marruecos y Argelia entre los más férreos defensores de la causa palestina (cuando no son siquiera árabes).
Sin embargo, hay, especialmente en la generación que cuenta ahora entre 20 – 40 años de edad, una fracción de estrato social educado cuya opinión difiere considerablemente de la opinión compartida por la mayoría de la población.
La razón de tal discordancia es simple: aquellos cuya opinión difiere son liberales, ateos, agnósticos y desilusionados del nacionalismo religioso pan-árabe que asola Marruecos desde los tiempos de Gamal Abdel Nasser y Hassan II (e hijos de dichos desilusionados).
La población bereber como clave política
Para entender la aceptación o el rechazo de Israel entre los marroquíes, hay que entender asimismo la “causa marroquí”: la población, genéticamente bereber (Amazigh) pero ideológicamente arabizada, sigue siendo, a pesar de su arabización, notablemente distinta a la población árabe de Oriente Medio. Por razones obvias, el islam es arabo-céntrico, cosa que causa que quienes no son de extracción genética árabe necesiten, para hacer nexo entre sí mismos y su religión, identificarse y realizarse como árabes. No es ese necesariamente el caso de aquellos quienes mantuvieron intacta su identidad bereber.
Muchos bereberes, especialmente los de clase media-alta que tuvieron derecho a educación superior, sufrieron considerablemente bajo el reinado de Hassan II por el mero hecho de resistirse a ser arabizados, y, por ende, homogeneizados. En consecuencia, estos mismos individuos se convirtieron en defensores de quienes les oprimían – al menos, una parte de ellos.
Podría generalizarse que son básicamente los jóvenes seculares quienes ven a Israel con ojos diferentes que sus progenitores.
El gran esfuerzo de los marroquíes para identificarse con los palestinos y su causa – ignorando los serios problemas que Marruecos sufre – conllevó que una parte de la sociedad admitiera que, aparte de la religión, no hay vínculo alguno entre marroquíes y palestinos, por lo que defender la causa palestina carecería de lógica, pudiendo defender y ocuparse de las poblaciones bereberes rurales, mucho más abandonadas y olvidadas por el público marroquí.
Sin embargo, la conciencia social admite estar eterna e incondicionalmente del lado de la causa palestina, sin que ello signifique perjudicar activamente a la población judía local.
Se entiende que los judíos que se quedaron en Marruecos en vez de irse a Francia, España o Israel, lo hicieron o por oposición al sionismo o por su amor a Marruecos. A pesar de ello, la población general asocia directamente a los judíos con Israel y, por ende, se da siempre la situación incómoda en la que hay que relacionar la población judía local con – o más bien, reconciliarla, para aquellos jóvenes y educados – con la idea del sionismo.
Para la población religiosa y tradicional – que representa la mayoría fuera de las grandes ciudades y aún una porción significativa en las mismas y los suburbios – la desconfianza sino odio al judío es más que latente. La mayoría no ha conocido a un judío personalmente – los que compartieron vida o rutina con judíos cuentan con unos 70 años de edad aproximadamente – y todo cuanto conocen sobre la cuestión es lo proporcionado por los medios de comunicación. Es decir, la visión panarabista extendida en Oriente Medio es la predominante en Marruecos.