Por Stéphan Sberro
El sangriento ataque de Hamás a las localidades israelíes cercanas a la Franja de Gaza dejó al mundo asombrado. Jamás desde la Shoah, en el siglo XX, se habían asesinado a tantos judíos: más de 1000 hombres y mujeres, ancianos y niños, decenas de ellos decapitados, en un solo día. Se buscó a gente indefensa en la calle y en sus casas, se les torturó y mutiló. También se masacraron a turistas, trabajadores tailandeses o habitantes árabes beduinos israelíes. Se secuestraron por lo menos a 150 personas, desde ancianos hasta bebés, incluyendo a muchos europeos o del continente americano, llevándolos a Gaza, donde aún se encuentran en manos de sus secuestradores, sin mucha esperanza de supervivencia. Ni que hablar del trato inhumano, como lo demuestran los videos que los mismos islamistas difundieron y, con mucho cinismo, enviaron a los grupos de Facebook de sus víctimas.
Después de la masacre, aún no han empezado las operaciones militares. Por ende, las consecuencias a corto y mediano plazo de este acto barbárico en la política interna y exterior de los palestinos y de Israel, así como en la geopolítica regional y mundial, todavía son inciertas. Sin embargo, ya se pueden sacar algunas conclusiones significativas.
Terrorismo indefendible
La primera certidumbre es que Hamás es un movimiento terrorista indefendible y descalificado para siempre, como antes lo fue el Daesh (Estado Islámico) o Al Qaeda. Nada, y menos la opresión de los palestinos por propios y ajenos, puede justificar esta crueldad. No se trata de una guerra, sino de actos que van en contra de todas las reglas más elementales de la humanidad, sin hablar del Derecho Internacional y del derecho de guerra.
Por lo mismo, el movimiento islamista Hamás confirmó su verdadera naturaleza terrorista, que ya habían identificado desde hace décadas las democracias occidentales (Australia, Estados Unidos, Japón, los países europeos, entre otros). Calificarlo de movimiento de resistencia es un insulto a los verdaderos resistentes, como los franceses, los griegos, los noruegos, los yugoslavos de la Segunda Guerra Mundial o los vietnamitas y los afganos contra las invasiones estadounidense y soviética. Nunca secuestraron aviones o entraron al país del enemigo para asesinar indiscriminadamente a mujeres y niños.
Culpar a las víctimas de los actos de sus verdugos es precisamente lo que se hacía en los pogromos rusos y ucranianos del siglo XX. Es importante conservar esto en la memoria y señalarlo antes de cualquier análisis más académico y distante de la situación.
El fracaso del gobierno israelí
En segundo lugar, es estrepitoso el fracaso del actual gobierno israelí. La inteligencia y el ejército de Israel siguen mencionados como los mejores del mundo, pero las decisiones finales estriban en el gobierno. No se sabrá nunca, lo poco o mucho, qué trasmitieron los servicios secretos al gobierno, pero se puede constatar que ninguna medida idónea fue tomada para evitar esta catástrofe. Es decir, todas las políticas del gobierno actual facilitaron la invasión de Hamás.
Los partidos religiosos nacionalistas buscaron una aceleración de las implantaciones en Cisjordania (Judea y Samaria como la nombran los israelíes) sin entendimiento, ni preparación ni mirar a la situación interna tanto palestina como israelí e internacional. Como consecuencia inmediata, hubo disturbios y violencia, así como la necesidad de trasladar partes del ejército mientras Hamás preparaba su operación del otro lado. Los mismos ministros encargados de las implantaciones y de la seguridad eran novatos ineptos y torpes, en los cuales ni siquiera el primer ministro Benjamín Netanyahu confiaba, pues los excluía de las reuniones de seguridad importantes.
Los atroces crímenes cometidos por Hamás atormentarán para siempre a israelíes, a palestinos y al resto del mundo.
Peor para Israel, el gobierno de Netanyahu se empecinó en promover una reforma al sistema judicial que debilitaría el Tribunal Supremo, único contrapeso al parlamento unicameral, la Knéset. La mitad del país se opuso con manifestaciones semanales a esta iniciativa que dividió a la nación como nunca. Los sectores intelectuales y económicos, en particular, las famosas empresas emergentes (start-up), pero también muchos militares, entre ellos el mismo Ministro de Defensa, recalcaron, sin éxito, el peligro de la iniciativa del gobierno para la democracia y la unidad nacional. Son estos mismos sectores sobre los cuales pesa la mayor parte del esfuerzo de guerra.
Un gobierno que se jactaba de ser el mayor defensor de la seguridad de los israelíes acabará en la historia como el que gobernó durante el peor revés del país en materia de seguridad. Ahora tiene que formar un gobierno de unidad nacional con la oposición de centro izquierda, a la que tanto se enfrentó cuando quería imponer su hoy sepultada reforma judicial.
Ante tanta ineptitud, solo la solidez de la democracia israelí, así como la fuerza y la valentía de su sociedad civil, impiden que el ejército, que ahora tiene que corregir estos errores en condiciones muy desfavorables y a un precio muy elevado en vidas humanas israelíes y palestinas, no tome el poder, como suele ocurrir en el Medio Oriente.
Palestinos: daño irreparable
Finalmente, la tercera certidumbre, independientemente del resultado de esta guerra que apenas empieza, es que la situación empeorará para los palestinos. Pasó al final de cada guerra o intifada (rebelión) contra Israel desde 1948.
Para muestra basta un botón (o varios): la suspensión de la ayuda de Alemania, Austria, Dinamarca y Suecia, y los debates en otros países y en las instancias comunes europeas. Gaza quedará destruida. Se pueden vislumbrar centenares de muertes colaterales a los bombardeos israelí en una zona tan densamente poblada y, sobre todo, con un gobierno de Hamás que, como lo acaba de demostrar, le da el menor valor a la vida humana, incluso la propia o la de la gente que dice defender. Más terrible aún, entre más muertes, mejor para la organización terrorista que ve crecer la frustración palestina ante soluciones pacíficas y la hostilidad contra Israel en las opiniones públicas árabes y occidentales.
Hoy menos que nunca hay un interlocutor creíble para defender los intereses del pueblo palestino. Hamás se descalificó para siempre. Como su principal patrocinador, Irán, sacrificó todo a su ideología. Conduce a los palestinos a la ruina política, económica y moral. Ni Israel, por supuesto, ni Occidente, ni los principales países árabes, como Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos o Marruecos, lo aceptarán como interlocutor después de los actos terroristas constantes que culminaron con las masacres de octubre de 2023. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP), sí cuenta con el apoyo de todos estos países que la siguen financiando, a pesar de que sea dictatorial, corrupta e inepta. Pero, por lo mismo, no goza de legitimidad para la población palestina. Tan es así que, al igual que Hamás, se niega desde hace 17 años a organizar elecciones. Además, la OLP, antes de Hamás, también recurrió al terrorismo, atacando escuelas, autobuses, aviones, o masacrando atletas israelíes en las Olimpiadas de Múnich en 1972. Hasta la fecha siguen aplaudiendo y recompensándola con ayudas financieras a las familias de los perpetradores.
Y más triste aún, si un día, siempre más hipotético, nace un Estado palestino, uno se puede preguntar cuáles serían sus valores y el trato a sus ciudadanos, dada la naturaleza de su historia política y de sus dirigentes, sean de Hamás, de la OLP o de grupos aún peores como el yihad islámico.
En pocas palabras, los atroces crímenes cometidos por Hamás atormentarán para siempre a israelíes, a palestinos y al resto del mundo.
Fuente: Revista Foreign Affairs Latinoamérica
STÉPHAN SBERRO, colaborador nuestro, es doctor en Ciencias Políticas por la Université Sorbonne-Nouvelle. Fue Jefe del Departamento Académico de Estudios Internacionales del ITAM.