El periodismo, en mayor o en menor medida o gravedad según distintas partes del mundo, se ha convertido en una especie de portavoz de algún partido o ideología, dejando a la gente sin posibilidad de construirse su propio análisis y colocándola en una situación binaria en la que debe tomar partido unívoco por un cierto bando u otro
El oficio del periodismo tiene para mí un aspecto fascinante pero que sólo lo tiene cuando se lo puede combinar con herramientas de otras disciplinas y prácticas. Si bien la carrera de comunicación que he estudiado es hoy en varios sentidos muy obsoleta, me dejó un legado importante, que es el de poder desarrollar interrogantes sobre el presente e investigarlo. Una tarea común con los cientistas sociales y es por eso que “Comunicación Social” era una disciplina nueva en los años 80 y 90 (ahora muy vieja y en espera de reinvención).
Hoy el periodismo y las ciencias sociales sufren una crisis de identidad tras las transformaciones de los medios de comunicación (de la TV y los diarios a Facebook y Twitter), transformaciones de la sociedad (la globalización y sus dinámicas) y de la política (la crisis del modelo liberal de posguerra y la reconfiguración neo-nacionalista). Estos cambios profundos serían como movimientos tectónicos que no han dado tiempo aún de reacomodo de las instituciones de modo que éstas puedan augurar cierta estabilidad, o al menos integrar los descontentos.
La politización extrema de todo tema y la supuesta “pérdida de la inocencia” generalizada expresan los partos dolorosos de un nuevo mundo, y del cual el coronavirus vino a ser una especie de catalizador (acelerador de procesos) y tornasol (refleja quién es quién al estar sus acciones directamente comprometidas con respuestas urgentes, sin tiempo a juegos de ocultamiento o diferimiento típicos de los tiempos de la política).
El periodismo, en mayor o en menor medida o gravedad según distintas partes del mundo, se ha convertido en una especie de portavoz de algún partido o ideología, dejando a la gente sin posibilidad de construirse su propio análisis y colocándola en una situación binaria en la que debe tomar partido unívoco por un cierto bando u otro. La tarea clásica del periodismo, la del “perro guardián de la verdad” ha quedado en muchos casos prácticamente olvidada. Hoy los entrevistadores evitan hacer preguntas incómodas a los invitados que comparten la propia ideología, los opinólogos se limitan a demonizar a sus adversarios políticos. Este falso ardor de las pasiones políticas (a diferencia de la anterior apatía y abulia de los años 80-2000), es igual de aburrido. Para aquellos que intentamos entender las cosas de un modo más independiente, no hay nada más mortalmente aburrido constatar que todos sean muy previsibles en lo que van a decir o analizar.
Las ciencias sociales también pasan su propia crisis. En Estados Unidos, que sigue siendo la fábrica de ideas más importante del mundo, las universidades se han convertido en escenarios de censura del debate, de demonización del Otro, e incluso de distorsión propagandística en la investigación académica. Tiempos jodidos estos, aunque también fascinantes para quienes sabemos que la historia no para y son fenómenos de transición (para peor o mejor, no lo sabemos, pero intentamos que sea para mejor).
El analista como sucesor del periodista y el académico
En esta crisis del periodismo y las ciencias sociales, no es casual que una nueva figura profesional está tomando protagonismo: el analista. Éste va un paso más allá del opinólogo, intenta entender procesos y aunque es imposible eliminar su subjetividad, ésta no ocupa un lugar central en su práctica. Historia, geopolítica, estadísticas, hechos actuales, informes de inteligencia, forman parte de su arsenal de interpretación, que se asemeja bastante al tradicional ensayo. Por supuesto, hay muchos opinólogos que se disfrazan de analistas y contrabandean clichés ideológicos que buscan esquemas cerrados y partidistas. Los escritos de los analistas suelen ser más solemnes, más extensos o académicos. La cuestión del estilo está todavía en un campo de invención.
El analista como diseñador de preguntas
Una figura que me interesa es la de analista que diseña preguntas, porque incluso el más convencido ideológicamente si es sincero con su pasión por entender las cosas, necesitará abrirse camino a preguntas que desafían los esquemas heredados y obsoletos y los paradigmas que imponen los nuevos extremismos.
El presente es historia en desarrollo, y el análisis combina lo mejor de la crónica periodística con lo mejor del arsenal de las ciencias sociales, las estadísticas, la historia. Pero precisamente porque es historia en desarrollo, la falta de distancia en nuestra implicación nos impide comprenderla.
Algunas paradojas y preguntas
Terminado este “preámbulo”, sugiero aquí algunas preguntas o paradojas hacia la actual coyuntura.
En la coyuntura-mundo, mi recorte es Israel y Medio Oriente, y mi “deber” como analista es compartir no sólo “lo que sé”, sino fundamentalmente todo “lo que no sé”.
La primer paradoja es que mientras las masas se refugian en sus nuevas identidades tribales, de clase, etnia o de política, los políticos que toman las decisiones, además de navegar por estas aguas para sobrevivir, sí tienen que lidiar con la incertidumbre. Para reforzar la democracia, los ciudadanos debemos conocer la incertidumbre para que no se tomen decisiones en nuestro nombre y sin entender su trasfondo.
El peligro de la actual partidización extrema por derecha o por izquierda no es sólo el ascenso de la violencia verbal o física como medio de alcanzar sus objetivos, sino la falsa creencia de que “el otro” es el extremista, y la pereza en interrogar los propios supuestos.
Por poner un ejemplo, en el campo cultural hay una reactivación (una de tantas en la historia) del conservadurismo que llama a la preservación de la familia y a prevenir la extinción demográfica debida al individualismo, el hedonismo y la prosperidad económica en los países desarrollados. Los que no pertenecemos al campo conservador, en lugar de arrojarnos inmediatamente a la condenación de esta tendencia, podemos ser nuestros propios abogados del diablo sin necesidad de volvernos conservadores partidistas. Sin necesidad de comprar el paquete que viene junto con los diagnósticos conservadores (patriarcalismo, misoginia, homofobia, militarismo, etc), es algo cierto que el envejecimiento demográfico de los países desarrollados precisa de una política familiar renovada (en un punto aquí el objetivo estatal-colectivo choca con el individualismo). La práctica de la inmigración también es una forma de combatir la crisis demográfica, pero las identidades culturales también son un hecho a tener en cuenta: los pueblos no viven exclusivamente según el consumo global, sino también de acuerdo a sus costumbres e idiomas. No se puede ser hipócrita sobre el derecho de las culturas ajenas de preservarse y diluir la propia como se suele expresar en cierto discurso progresista en Europa. La cultura y las raíces son un hecho innegable de la experiencia humana, aunque también lo sea la dimensión universal que permite la interacción y la hibridación entre los pueblos.
La historia y la cultura son hechos dinámicos y la falsa polarización entre conservadurismo y radicalismo progresista pierden de vista que la sociedad es un fenómeno dinámico que precisa de ambos “polos” para evolucionar. En sociedades dictatoriales complejas (como la China), el pulso de la economía y la sociedad es medido por una tecnocracia, quien es la que decide “hoy, un sólo hijo”, “hoy, dos”, y así. Pero el occidente democrático, que cree en la libertad y la espontaneidad de las masas, oscila de un modo más “inconsciente” y ensaya a los tumbos sus soluciones, que debemos reconocer, oscilan de lo más destructivo a lo más creativo.
Otra paradoja contemporánea: la izquierda que es derecha y la derecha que es izquierda
En los últimos años, la derecha conservadora y extremista han puesto el dedo en la llaga sobre un problema contemporáneo: el islam radical. En una ironía de la historia, la derecha que ha defendido siempre valores patriarcales y misóginos se recicló en defensora de los derechos humanos y de los derechos del individuo, de la libre expresión, de la mujer y de los gays (incluyéndolos en sus partidos y plataformas), dado que del lado del liberalismo y la izquierda no hubo una interpelación discursiva y política ante el retroceso de esos aspectos.
El liberalismo y la izquierda, que debían condenar el Islam radical como lo hacen respecto de otros radicalismos religiosos, eligieron aliarse políticamente con él, con el pretexto de proteger a las minorías. Paradójicamente, ambos en realidad hacen un uso político oportunista del miedo que despierta la violencia religiosa (tanto entre musulmanes como entre no musulmanes). La derecha contrabandea su clásica xenofobia bajo el disfraz de la tolerancia, obteniendo los votos de los sectores más temerosos de ese cambio y más razagados, y la izquierda intenta vender tolerancia minimizando o negando la real xenofobia, patriarcalismo y misoginia del islam radical, intentando mantener los votos de las clases media y alta. Así es como se llegó, sintomáticamente, a una situación en que la mayor marcha de derechos de mujeres en Estados Unidos fuera liderada por una palestina y una afroamericana islamistas y furibundamente antisemitas (Linda Sarsour y Tamika Mallory, discípulas de Louis Farrakhan).
Esta misma paradoja se refleja en la geopolítica aplicada por el presidente de EEUU Donald Trump. Poniendo a un costado las motivaciones (cálculos oportunistas o ideología), lo cierto es que al tiempo que ha promovido el divisionismo y la intolerancia, ha tomado respecto de Irán y China la decisiones que tomaría cualquier presidente que cree en la democracia y la tolerancia: Irán no puede ser tolerado al tener una política terrorista islámica y expansionista, y China no puede ser tolerada en su falta de separación entre la esfera privada y estatal-militar y competir violando la propiedad intelectual. (Ojalá el mundo entero se manejase sin propiedad intelectual, y es bueno que en el capitalismo la gente comparta más cosas que nunca sin necesidad de esta, pero dentro del juego capitalista, es mucho más progresivo respetar los derechos de privacidad de quien inventó y patentó su idea que a quien la robó, porque éste último lo hace precisamente con fines capitalistas depredadores).
Anexión de territorios en Israel: preguntas
Benjamin Netanyahu y Donald Trump
Benjamin Netanyahu, político mercurial si los hay, ha hecho el anuncio de que el primero de julio anexará los territorios que contienen las colonias judías, basado supuestamente en el Plan del Siglo propuesto por la administración Trump.
Hay quienes dicen que no ocurrirá tal anexión, o ésta se dará de modo muy parcial y escalonado, el interpetómetro ha estallado debido a la discrecionalidad con que el primer ministro maneja el tema, y la verdad que todo es posible dada la naturaleza inestable del parlamentarismo israelí basado en la permanente conformación de alianzas sectoriales. Netanyahu ha sido hasta ahora un político reacio a tomar riesgos (lo cual exige en sí una inteligencia especial, no es fácil “gobernar sin hacer nada”), y ha podido gobernar muchos lustros logrando contener a los extremos políticos al tiempo que logró venderles la ilusión de que él representa a sus intereses imaginarios (en la derecha, que es un protector de la causa nacional, y en la izquierda y centroizquierda, que es alguien que desprecia la paz y sólo se representa a sus intereses egoístas como líder). No ha sido ni uno ni lo otro, y frecuentemente ha logrado desorientar a sus adversarios imponiendo agenda propia, incluso si bien en muchos casos no la ha aplicado por circunstancias adversas, sí lo ha hecho cuando las circunstancias lo ameritan (la mudanza de la embajada de EEUU a Jerusalén, y la anexión del Golán). El periodismo y la diplomacia internacional han gritado “se viene el fin del mundo” y nada ha pasado. Ahora, estamos ante una situación similar.
La Unión Europea y el jefe de las Naciones Unidas Antonio Guterres, de manera no sorprendente, han declarado que es una decisión “contraria a la ley internacional”, y que “desatará la violencia en la región” (haciéndose eco de declaraciones diplomáticas de algunos países árabes, lo que en su discurso significa, aún simbólicamente, “responderemos con violencia”).
El consenso en contra de la anexión aparenta ser tan unánime que Arabia Saudita y los países del Golfo, que últimamente llevan a cabo una “ofensiva normalizadora” con Israel, se han declarado también en contra.
Como elemento de hipótesis: conociendo la política del Medio Oriente, creo que esta oposición no significa necesariamente volver atrás a la beligerancia contra Israel, ni la suspensión de las relaciones, que aparentemente son vitales para la sobrevivencia de las monarquías árabes. Esto significa mantener la imagen hacia la propia opinión pública a la que han educado décadas en contra de Israel, aún cuando ahora se haya moderado y haya una mirada más positiva hacia el país judío. Las relaciones de amistad-enemistad en la cultura de la zona no son tajantemente binarias como en Occidente, y ambas pueden coexistir en simultáneo. Cuando se trata de “proteger sus intereses”, un mismo país que ha firmado la paz contigo puede al mismo tiempo hacerte la guerra por otros medios (diplomáticos, militares, etc).
Primer interrogante: no es inteligente apoyarse sólo en una administración Trump, tambaleante tras los sucesos actuales entre la crisis del coronavirus y las protestas populares que piden terminar con el racismo en la policía, y probablemente a punto de perder las elecciones frente a Biden, quien probablemente vuelva a tener una actitud más dura con Israel y más condescendiente ante Irán y los países árabes. Una vez más, no podemos quedarnos sólo con lo que dicen los líderes y los medios.
Segundo interrogante: la historia del conflicto israelí-palestino no se deja leer bajo los mismos parámetros que en otros casos. Pongamos, por ejemplo, la conquista última de Rusia de Crimea y su anexión. En el caso de Israel, la supuesta anexión llega tarde 53 años, y ni siquiera pretende aplicarse a todo el territorio conquistado a los países árabes que hicieron la guerra a Israel en 1967, ni tampoco pretende incluir a los poblados con residentes palestinos. Esta tardanza se debe a que Israel intentó sin éxito utilizar los territorios conquistados como elemento de negociación política.
Sin entrar en la discusión sobre la legalidad, legitimidad o no de la anexión, hay otro supuesto engañoso promovido en la diplomacia y los medios: ésta “enterrará la paz y radicalizará a los palestinos, islamistas, etc”. Pues, no es cierto: independientemente de las decisiones que tome Israel, más conciliadoras, menos conciliadoras, jamás hubo paz, y la violencia armada y la prédica de odio palestinos no han reconocido interrupción en décadas. Y esto, amigxs, no es objeto de “interpretación”, sobran los documentos y los hechos, como por ejemplo la incitación al odio y el martirio en los materiales educativos palestinos, históricamente financiados por democracias europeas occidentales interesadas “en la paz”, y que recién ahora (1) debido a la debilidad del campo árabe y palestino “reconocen su error” y han decidido interrumpirla.
Una lectura de los sucesos sin los condicionamientos de los intereses de los países, potencias y políticos, no sólo es necesaria para ser menos inocentes -lo que sería simple narcisismo, que abunda en estos días- sino sobre todo para poder tener una mirada más compleja sobre el mundo, no delegarla en tecnócratas y mejorar la calidad del debate y las decisiones.
- Más información de casos de interrupción de financiamiento al terrorismo en 2018 y 2017: https://www.ngo-monitor.org/denmark-outlaws-funding-to-groups-supporting-bds-or-tied-to-terror/
https://www.ngo-monitor.org/visa-mastercard-and-american-express-shut-down-online-credit-card-donations-for-terror-linked-ngos/
https://www.ngo-monitor.org/joint-funding-from-sweden-switzerland-denmark-and-the-netherlands-ends-cutting-20-million-over-4-years/