El pasado septiembre marcó el 40 aniversario del estallido de la guerra entre Irán e Irak, la guerra de Oriente Medio más larga del siglo XX con ocho años de duración. Le costó la vida a más de un millón de personas, causó una enorme destrucción en ambos países y lastimó gravemente a sus poblaciones y a sus recursos económicos y sociales. Cuarenta años después, hay que preguntarse qué provocó realmente esta guerra y qué lecciones se han aprendido o no de la misma
Por: Ofra Bengio
La opinión predominante tanto entre eruditos como el público en general es que Saddam Hussein fue a la guerra con Irán en septiembre de 1980 por temor a que se produjera una revolución islámica chiita al interior de Irak como la que había tenido lugar el año anterior en Irán. Este encuadre de la guerra ha llevado a algunos a ver la invasión iraquí de Irán como un acto defensivo.
Mi afirmación es la contraria: la amenaza chiita no era un factor principal en ese momento. La guerra no fue defensiva, sino que estaba dirigida a la posibilidad de expansión territorial que el momento parecía ofrecer.
Saddam Hussein en 1996
Además, Saddam vio la Revolución Islámica no como una amenaza, sino como una oportunidad. Le dio una oportunidad para tomar el poder, y de hecho llevó a cabo un golpe de Estado varios meses después de la llegada de Jomeini al poder en Irán. La guerra también fue una oportunidad para que Saddam recuperara el control de la vía fluvial del Shatt al-Arab y se apoderara de la provincia iraní de Khuzestan (lo que llamó Arabistan) rica en petróleo y en su mayoría poblada por árabes. Saddam logró un momentáneo control de esa zona en los primeros meses de la guerra antes de quedarse atrapado en el atolladero iraní.
En mi opinión, la raíz del problema no está en la Revolución Islámica de 1979, sino en el Acuerdo de Argel de 1975. Según ese acuerdo, Saddam, quien entonces ejercía el poder detrás del trono en Irak, tuvo que ceder el Shatt al-Arab a Teherán a cambio de la suspensión de la ayuda iraní a los kurdos, poniendo así fin a la revuelta kurda. Esta concesión significó perder un activo estratégico de primer orden y restringió severamente el acceso de Iraq al Golfo Pérsico.
Río Shatt al-Arab
El propio Saddam y sus expresiones propagandísticas sostuvieron que la guerra Irán-Irak fue el resultado de este acuerdo. En un discurso unos días antes de invadir Irán, Saddam explicó que había tenido que abandonar la vía fluvial debido a la debilidad de Irak en ese momento, e insinuó que ya estaba pensando en cómo recuperarla. También presentó la violación de Irán del acuerdo de 1975 como casus belli. Su biógrafo, Fouad Mattar, escribió que «la decisión fue tomada desde el primer día de la firma del Acuerdo de Argel el 6 de marzo de 1975». De hecho, en octubre de 1979 Irak ya había enviado un ultimátum a Irán sobre la restauración de su soberanía en el Shatt al-Arab. Por lo tanto, se puede afirmar que hay una línea directa desde ese acuerdo hasta la guerra en 1980.
Cuando comenzó la guerra, Saddam estaba seguro de que derrotaría a Irán en un bombardeo intensivo. Pensó, erróneamente, que el ejército iraní había sido debilitado por el nuevo régimen y que no sería rival para su ejército. Estaba tan seguro de su victoria que llamó a la guerra «la Qadissiyya de Saddam», refiriéndose a la derrota persa a manos de las fuerzas árabe-musulmanas en el 636 D. C.
En ese momento, Saddam no veía el problema chiíta como un peligro existencial porque creía que había eliminado la molestia al terminar con el partido al-Dawa. Sólo en las últimas etapas de la guerra comenzó a jugar con el supuesto peligro chiíta como una carta de propaganda tanto en el país como hacia el extranjero, a pesar del hecho de que, a diferencia de los kurdos, los chiítas iraquíes permanecieron leales al estado y eran centrales en el ejército.
95.000 niños soldados iraníes murieron en la guerra con Iraq
También hay una paradoja en el hecho de que el régimen revolucionario islámico en Irán no intentó reclutar (o al menos no logró reclutar) a los chiítas iraquíes a su causa en la guerra, pero lo hicieron con éxito con los kurdos iraquíes, quienes vieron la guerra como una oportunidad para vengar su caída en 1975 y ganar una verdadera autonomía. Incluso hubo quienes hablaron de independencia kurda absoluta.
Los kurdos, no los chiítas, eran el “peligro” para el régimen iraquí
Tan pronto como Jomeini llegó al poder, los líderes kurdos comenzaron a cooperar con él contra el gobierno central en Bagdad, y lo continuaron haciendo aún más durante los ocho años de la guerra. El movimiento nacional kurdo, entonces, es lo que constituía el verdadero peligro para el régimen iraquí, no los chiítas, que carecían de poder real en ese momento.
Entre los tres bandos involucrados en la guerra, el pueblo kurdo pagó el precio más alto. Junto con la lucha contra Irán, Saddam emprendió una sangrienta campaña contra la población kurda en general, que se percibía como una colaboración con el enemigo. En 1983, sus fuerzas secuestraron y mataron a 8.000 miembros de la tribu Barzani. En abril de 1987, Saddam comenzó a usar armas químicas contra aldeas kurdas. De febrero a septiembre de 1988, emprendió la Campaña Anfal (llamada así por un sura del Corán que significa «despojos de guerra»), que tuvo ocho etapas y mató a unos 180.000 kurdos, en su mayoría civiles. La guerra destruyó miles de aldeas y comunidades kurdas, así como a la infraestructura social, económica y ecológica de toda la región.
Así como el problema kurdo fue el catalizador para iniciar la guerra, fue fundamental para poner fin a ella. El gaseo de la ciudad de Halabja por parte del ejército iraquí en marzo de 1988 aterrorizó a Irán, que no tenía armas defensivas contra tal amenaza. Fue el temor de que Iraq utilizara esas armas contra la población civil de Irán lo que convenció a Jomeini de beber lo que él llamó «el cáliz envenenado» y aceptar un alto el fuego al que se había opuesto firmemente durante ocho años.
Las traiciones de los aliados de los kurdos
El presidente kurdo actual, Massoud Barzani
Los dirigentes kurdos actuaron y siguen actuando sobre la base de que «el enemigo de mi enemigo es mi amigo», sin interiorizar que en el caso kurdo, la máxima más precisa es «el enemigo de mi enemigo es también mi enemigo». El nudo gordiano que los kurdos establecieron con Irán demostró una y otra vez un enorme costo, ya que Teherán los usó como peón en su lucha de poder con Bagdad. Sucedió durante la revuelta kurda de 1974-75, cuando los kurdos forjaron una alianza con el Sha sólo para ser traicionados en la coyuntura crítica, y también sucedió con el estallido de la guerra Irán-Irak. Los dirigentes kurdos unieron fuerzas con el régimen islámico a pesar de su anterior amarga experiencia con Teherán, a pesar de la severa opresión de sus hermanos en Irán, y a pesar del fuerte riesgo de que fueran vistos como traidores a su patria iraquí en medio de una feroz guerra. Y al igual que el Sha, Jomeini abandonó a los kurdos al final de la guerra en aras de un acuerdo con Irak. El mismo error se cometió una vez más en septiembre de 2017 cuando, durante un referéndum sobre la independencia del Kurdistán, la facción Talabani forjó una alianza no escrita con Irán mientras luchaba contra la facción rival Barzani. Al igual que años antes, Irán traicionó a los kurdos.
Claramente, entonces, los diversos líderes kurdos, tanto en Irak como en Siria, no aprendieron ninguna lección de sus experiencias previas con Irán. Una y otra vez colaboraron con los Estados regionales y con las potencias mundiales sólo para ser abandonados en el momento de la verdad, a un costo exorbitante para su pueblo.
Este error recurrente se debe principalmente a los dilemas geoestratégicos y las limitaciones que llevan a los kurdos a alianzas cuyos trágicos resultados son en gran medida previsibles. A esto hay que añadir las disputas intestinas que llevan a una facción a unir fuerzas con actores externos como parte de la lucha intra-kurda; la falta de palancas de influencia o capacidad para alistar un apoyo genuino en el ámbito internacional; y la dependencia económica, política y militar que se ha desarrollado entre este actor no estatal y los estados circundantes.Todo esto conduce a los siguientes puntos:
Con el beneficio de la retrospectiva de 40 años, es discutible que Saddam Hussein derrotó a los kurdos en una batalla en 1988, pero perdió la guerra en 2003.
A pesar del hecho de que la élite kurda en Irak no ha aprendido completamente su lección, ha logrado en cierta medida romper el círculo iraquí cerrado desde 1991 (normalmente dando dos pasos hacia adelante y un paso atrás).
Las guerras regionales condujeron a la derrota de los kurdos, pero también a su recuperación y empoderamiento. Así, si bien la guerra Irán-Irak fue una gran calamidad para ellos, la Guerra del Golfo de 1991 y la invasión internacional de Irak de 2003 sentó las bases para el surgimiento de la autonomía en la región kurda iraquí.
La participación de las potencias externas desempeña un papel decisivo en la situación de los kurdos. Su abandono por los Estados Unidos en 1975 y el hombro frío occidental en 1988 y 2017 resultó desastroso para su causa, mientras que el patrocinio estadounidense en 1991 y 2003 mejoraron su estatus.
Fuente: BESA Center
Fecha de publicación: 2-12-2020
Traducción: Manuel Ferez
La profesora Ofra Bengio es investigadora senior en el Centro Moshe Dayan de la Universidad de Tel Aviv y profesora en el Centro Académico Shalem. Ha publicado diversos estudios sobre la cuestión kurda, el más reciente de los cuales es “El Próximo Momento Kurdo en el Oriente Medio.” Correo electrónico: bengio@post.tau.ac.il