Entrevista con Silvina Der Meguerditchian
OMN.- Muchas gracias, Silvina por tomarte el tiempo de conversar con nosotros. Empecemos por tu biografía que, en sí misma, ya es todo un tema interesante de leer y analizar. Cuéntanos un poco sobre tu vida, orígenes, así como tu trabajo profesional y artístico.
Me crié en una casa con jardín en Claypole, en las afueras de Buenos Aires. Vivíamos en la casa de mis abuelos paternos. Mi abuela era una sobreviviente de Sepasdia (Sebastia)/Sivas y mi abuelo era de Marash, aunque ya había muerto cuando yo nací.
La parte materna de mis antepasados era de Aintab (actualmente Gaziantep). Mi infancia estuvo muy marcada por el modo de vida armenio: desde las comidas, las normas morales, la estructura familiar, la presencia de mi abuela Aghavni, una sobreviviente… Al mismo tiempo, como vivíamos en los suburbios, estábamos aislados de la comunidad armenia de la ciudad de Buenos Aires.
Mis padres eran muy reservados en cuanto a las amistades con los locales para mi hermana y para mí. En mi infancia, mis mejores amigos eran las plantas y los insectos del jardín.
Mi primera infancia estuvo acompañada por el deseo de pertenecer, de ir a la escuela armenia de la capital, de aprender a escribir, cantar y bailar las danzas tradicionales. Mi deseo finalmente se hizo realidad, y empecé a ir a una escuela armenia y pasar por el tamiz de la diáspora: el canto del coro los domingos en la iglesia, los bailes tradicionales en la escuela, etc.
Más tarde, en mi adolescencia, mi sentimiento cambió, en esa etapa el ambiente de la diáspora era demasiado conservador y hermético para mí, echaba de menos la libertad, extrañaba lo innovador. Hubo una cierta ruptura. Sólo cuando me mudé a Alemania volví a percibir mi pertenencia a la comunidad armenia como algo positivo.
Algo que me permitía conectar con otros mundos, ya que podía sentirme un poco en casa en la comunidad de Berlín, pero también en mis viajes a Estados Unidos y Siria y otros países del mundo. A los veinte años, cuando llegué a Berlín, me enfrenté a mi propia diversidad en términos de pertenencia nacional, ya que la sociedad alemana intentó encasillarme según mi nacionalidad y yo no encajaba bien en ningún lado.
También fue el momento en que me enfrenté a la presencia turca en la ciudad y a todas las cuestiones que me planteaba. Allí comenzó un nuevo viaje para comprender la complejidad de la relación armenio-turca y cómo esta relación formaba parte de mi propio ser.
Desafié mis propios miedos y prejuicios y traté de recrear este vínculo roto a través del arte. Me embarqué en una serie de proyectos participativos con los que intenté situar el tema en un marco que pudiera manejar.
Aunque tuve fracasos, me llevé muchas buenas sorpresas, y puedo decir que hasta 2016 el proceso fue bastante positivo. La necesidad visceral de enfrentarse a este tema y encontrar un lenguaje visual para la herida abierta entre nuestras comunidades fue un factor fundamental para mi trabajo artístico. Como no había mucho para orientarme en este camino, me metí en él como en una excavación arqueológica y experimenté con muchas técnicas y lenguajes, mezclas de materiales, vídeo, performance, etc.
OMN.- La identidad y el deseo de pertenecer son dos temas muy interesantes de abordar contigo. Empecemos por hablar de la identidad armenia de la diáspora, la idea del homeland de los antepasados ¿qué significa para tí el concepto «diáspora» y cómo se desenvuelve la identidad armenia en tu biografía y vida artística?
Creo que se puede hablar de una experiencia común que hemos heredado. Ya sea la capacidad de hablar muchos idiomas, o la de integrarnos en diferentes contextos. Y, por supuesto, también está la experiencia del desarraigo, de la expulsión, de la alienación, de la violencia estatal y de la injusticia.
De la muestra «The texture of Identity»
Los lugares tradicionales de los que proceden nuestros abuelos están experimentando grandes cambios. Son países como Líbano, Siria, Armenia o Turquía; lugares que han alimentado nuestra pertenencia. En mi caso, por un lado, me embarqué en un viaje para recrear los lazos rotos con Turquía.
Se trataba de explorar nuevas geografías y atreverse a (re) pensar la violenta fractura de la pertenencia a Turquía. Es un proceso que se inició con la apertura en el año 2000 y que, lamentablemente, ha ido en declive en los últimos años.
Es difícil mantener la añoranza y forjar nuevos lazos cuando el país hoy está sumido en el caos político, en una dictadura. También viajé varias veces a Armenia, estuve en Siria antes de la guerra, visité el Líbano y fui invitada a diferentes instituciones de la Diáspora en Europa y Estados Unidos. Para explicarte lo que significa la diáspora para mí, quiero citar a una amiga socióloga, Dra. Estela Schindel que escribió el texto “El tejido interminable de la transnación” en un catálogo de muestra para mí: “Desde la primera gran dispersión a partir del año 1045, el pueblo armenio conoció múltiples formas de la migración y el exilio. Testimonio y fruto de esa diversidad de experiencias a lo largo de diez siglos son, según Khachig Tölölyan, los varios nombres que sirven en el idioma armenio para nombrar la diáspora. Spurk, arderkir, tz’ronk, gharib, gaghut –sugestivamente emparentada con la palabra hebrea galut- remiten cada uno a diversos momentos y modos de la vida en el extranjero. La proliferación léxica es indicador de esa complejidad y diversidad histórica. Antes que de la carencia o el anhelo, esa pluralidad habla de la vitalidad y dinamismo de la condición diaspórica. La dispersión, como toda diseminación, adquiere en el lenguaje un contenido fecundo. Como el esparcir de una semilla, la migración permite expandir valores y creaciones culturales y hace de la diáspora un espacio de fertilidad. La palabra, tesoro portátil capaz de extenderse y dar fruto en tierras lejanas, hizo posibles momentos de esplendor cultural.”
OMN- «We come from there» (Venimos de ahí) es el título de un film en donde de manera personal y basándote en tu historia familiar, nos introducen al tema de la cultura y lengua turca entre los armenios del imperio otomano que emigraron y cómo los descendientes de esos emigrantes lidian con esa herencia ambivalente, híbrida. ¿Cómo la identidad de la segunda y tercera generación de emigrantes conecta con los homelands de sus antepasados? ¿Cuáles son los mecanismos y herramientas para mantener esos puentes y vasos comunicantes con un homeland ya abandonado desde hace dos o tres generaciones?
Es un video que hice con mi mamá. La primera vez que mis padres me visitaron en Berlín percibí como les divertía entender el turco. Con el alemán se sentían aislados, pero al haber escuchado a sus padres hablando turco en su infancia, aprendieron. Ese fue un descubrimiento para mí, ver cómo había un vínculo positivo con el idioma turco.
Captura del vídeo We come from there
Era entrañable ver cómo se alegraban de haber entendido lo que había dicho tal persona en la calle o un vendedor en algún local. Fue ahí que descubrí que yo también tenía un cierto vocabulario pasivo de palabras turcas en mi memoria.
Muchas de las cosas que se experimentan en la primera infancia permanecen con uno durante toda la vida. Tras un atentado contra una demostración por la paz en Ankara en 2015, vi un hashtag en Facebook: #inadinabaris. Eso significa algo así como: «¡Paz, ahora más que nunca!», un desafío, una protesta. Lo entendí enseguida porque mi mamá de pequeña me decía: «¡Inat, Inat!». (Significa “terca, testaruda”). Decidí entrevistar a mamá para entender mejor este idioma relegado y así nació el vídeo.
Me gusta usar la imágen del jardín para hablar de conectarse y mantener vivas las diferentes partes de una identidad compleja como la nuestra en un mundo globalizado. Trato de visitar los lugares de mis pertenencias, cultivo la lengua, la música, la cocina, las amistades. Hago proyectos internacionales. “Riego” mis diferentes jardines regularmente.
OMN.- Estambul es quizá una de las ciudades con una historia más cosmopolita que puede uno visitar (tanto física como mentalmente). Judíos, armenios, griegos, otras comunidades cristianas, musulmanes y demás comunidades tienen un Estambul en la cabeza y el corazón. Como artista de origen armenio ¿qué significa Estambul para tu identidad, cuál ha sido tu aproximación profesional y artística hacia esa ciudad?
Cuando participé en la exposición “Focus Istanbul” en el Martin Gropius Bau (Berlín) en 2005, expuse con muchos artistas de Estambul. Aunque no hice amigos, sentí que era el momento adecuado para atreverme a ir por primera vez y conocer la ciudad. Pensé que el arte era un buen puente para cruzar la fosa, así que visité la bienal de Estambul.
Muchas cosas me resultaron familiares allí, enseguida sentí una fuerte conexión, si bien era una sensación ambivalente.
De la muestra Focus Istanbul
A partir de entonces empecé a recibir invitaciones de diferentes grupos de la sociedad civil e instituciones privadas. Estos encuentros no cambiaron mi trabajo, pero fueron un abono, como si mi práctica hubiera estado esperando ese momento y el público hubiera estado esperando mi llegada. Fue un encuentro muy fructífero, percibí que, aunque a menor escala, mi trabajo tenía un impacto en la sociedad.
OMN.- Buenos Aires es otra ciudad cosmopolita y con un mundo y vida armenia único. Cómo fue para tí crecer en ese mundo armenio argentino y cómo, ahora viviendo en Alemania, esta historia e identidad armenio/argentina te acompaña personal y profesionalmente pensando que también en Alemania la vida armenia tiene características propias.
Son dos dos mundos diferentes, mientras en Buenos Aires crecí en una colectividad numerosa y organizada, en Alemania hay una comunidad muy pequeña. Por cuestiones históricas, (el Kaiserreich era aliado del Imperio y si bien no fueron responsables directos, hubo una co-responsabilidad por omisión de ayuda), este no fue un país en el que se refugiaron los armenios después del genocidio. Aquí me junté con un grupo de intelectuales con los que fundamos el proyecto Houshamadyan ,un archivo digital para reconstruir la vida de los armenios otomanos antes del genocidio, es una tarea para toda la vida.
Danza Tamzara (archivo Houshamadyan)
Además en el campo del arte/teatro encontré otros aliados, personas que tienen abuelos o bisabuelos oriundos del Imperio Otomano, pero llegaron por un camino diferente que yo a Alemania, con la migración de los años 60 y 70 para reconstruir la Alemania de posguerra. Con ellos nos unen convicciones democráticas, la igualdad de derechos, el aporte de los migrantes a la sociedad alemana, la justicia, la solidaridad, la memoria, etc.
OMN.- La República de Turquía, heredera del Imperio Otomano, también heredó el trauma y negación del genocidio armenio (además del griego, asirio, etc). ¿Cuál es tu reflexión, como artista heredera de esta historia y cultura? ¿Cómo se pueden crear puentes para la comprensión y justicia de los hechos del pasado que aún hoy afectan las relaciones entre turcos y armenios?
Entre el 2005 y el 2015 tuvieron lugar un notable número de proyectos de diálogo muy buenos con diferentes actores de la sociedad civil. Estaba convencida de que íbamos por el buen camino. Después del verano del 2016 y el ataque de Azerbaiyán a Armenia con el apoyo de Turquía, todo va cuesta abajo. Soy una persona optimista, pero también creo que en un futuro próximo la pendiente va a seguir siendo muy empinada.
Creo que hay una diferencia entre Azerbaiyán y Turquía. A diferencia de Azerbaiyán, Turquía tiene una sociedad civil, que hoy está fragilizada, pero existe. Las feministas en Turquía son muy fuertes y valientes. Muchas de las personas interesadas en el diálogo están asustadas o han tenido que abandonar el país. Otras son muy valientes y siguen ahí, pero son una pequeña minoría.
Creo que el trabajo que hicimos durante más de 10 años no está perdido. Si la situación geopolítica lo permite, creo que será posible retomarlo donde lo dejamos y construir un futuro mejor. Para ello, hoy, en septiembre de 2022, sería importante que Turquía y Azerbaiyán dejaran el camino del odio y la destrucción. Cuantas más heridas creen, más trabajo nos costará a todos volver atrás. Su discurso y sus actos necesitan un cambio de 180º. Es una retórica y un comportamiento del siglo pasado.
Los desafíos del mundo actual deben ser afrontados por la humanidad en conjunto, utilizando las fortalezas y las diferentes capacidades de todas las culturas. La dominación, la opresión y la expansión son categorías atrasadas de una mentalidad obsoleta. Esta estrategia puede parecer relevante hoy, pero a largo plazo no lo es.
OMN.- La pregunta anterior nos lleva a tu obra titulada «Made in Turkey». ¿Cuáles son los elementos que la componen y el mensaje que transmites con ella?
La obra está compuesta por réplicas de postales que muestran la vida armenia en Estambul: calles, edificios y plazas, muestran la luz del sol, el polvo, un árbol aquí y allá entre los edificios, motivos cotidianos que hacen que todo parezca casi trivial.
«Made in Turkey»
Pero entre las fotos, laminadas en campos individuales, agregué un «elemento decorativo» que se repite, una gran goma de borrar en la que dice «Made in Turkey», manifestando los espacios de vida que han sido borrados por el nacimiento de la nueva república. Es una obra que ha tenido gran resonancia en su momento.
OMN.- La memoria es un asunto complejo, como lo es también la identidad. Para finalizar esta entrevista, una artista como tú cumple una función tanto testimonial como de comunicación hacia el mundo no armenio, hacia un otro más allá de las fronteras del «nosotros» ¿cuáles son las lecciones, similitudes que una persona no armenia puede tener con tu obra en su conjunto?
A decir verdad, me gustaría que el público saque sus propias conclusiones. Espero que mi trabajo logré transportar un mensaje universal de temas que me interesan, como el poder transformador de la cultura/el arte para la sociedad, la compasión, la solidaridad, celebrar la complejidad de nuestra existencia, la herencia cultural, la cultura inmaterial, la memoria, la belleza, el espíritu crítico, nunca dejar de hacer preguntas, etc.