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La tensión provocada por las presiones de Estados Unidos a Irán, genera una situación de sin salida tanto para Estados Unidos como para Irán, aunque este último parece manejarse como pez en el agua en esas circunstancias, e incluso logra fortalecerse.
El presidente de Estados Unidos Donald Trump y el secretario de Defensa Mark Esper sostienen que Irán es responsable del sofisticado ataque a las instalaciones petroleras de la provincia de Baik en Arabia Saudita. Aunque no han revelado evidencia de inteligencia, los expertos militares creen que el ataque ha salido de Irak o Irán, a pesar de que Irak lo niega firmemente.
Un ataque terrorista contra las instalaciones petroleras sauditas no solo está dirigido a Arabia Saudita, sino contra todo Occidente, Irán quiere que el mundo occidental – y también la región-acepte su condición de poder regional fuerte en el Medio Oriente, de modo de que no puede demostrarse débil en medio de una cultura regional que desprecia y oprime al débil.
El ataque iraní a unas refinerías sauditas, el mayor que se tenga memoria, es una gran humillación para el príncipe heredero Mohammad bin Salman, quien al asumir el cargo, inició la coalición árabe sunnita y la respuesta militar contra los rebeldes hutíes pro Irán en Yemen, luego de que ellos han hecho el copamiento del estado. Arabia saudita no puede permitir que Yemen, su “patio trasero” sea una base de poder iraní. El reciente ataque ha expuesto la debilidad de Arabia Saudita como el líder mundial sunita ante el terror chiíta.
Irán se fortalece en su debilidad
La tensión provocada por las presiones de Estados Unidos a Irán, genera una situación de sin salida tanto para Estados Unidos como para Irán, aunque este último parece manejarse como pez en el agua en esas circunstancias, e incluso logra fortalecerse.
A diferencia de los Bush, Trump no quiere tomar el camino de la guerra abierta (que para su visión empresarial es un riesgo innecesario y pérdida de dinero en una zona en la que se demostró que las guerras sólo empantanan aún más a la potencia norteamericana). Pero también quiere mostrarse diferente a su antecesor Barack Obama, quien decidió retirarse de la zona dejando el caos para concentrarse en otros intereses geopolíticos. Trump parece querer ensayar un tercer camino, que es “el palo y la zanahoria” económicos: presionar con sanciones para negociar. No rechaza las intervenciones militares, pero prefiere que éstas sean defensivas o mínimamente quirúrgicas.
Esto, sin embargo, a los ojos de la cultura regional, no se diferencia demasiado de la “debilidad” de Obama. La potencia estadounidense rechaza la lucha, por lo cual demuestra debilidad y debe ser atacada en consecuencia. De allí que Irán no sólo no se siente intimidado por las sanciones y por las intervenciones de Estados Unidos, sino que redobla sus apuestas ofensivas, como lo ha hecho con sus ataques a diversos barcos petroleros pertenecientes a otros países, en especial los del Golfo, y su más reciente ataque espectacular y sofisticado con drones a las refinerías sauditas.
En un mismo movimiento, Irán se muestra como poderoso ante la potencia más poderosa del mundo, y ante el resto del mundo islámico. En una región en la que los discursos y los símbolos son igual o más importantes que las demostraciones de fuerza, significa un fortalecimiento de la potencia chiíta.
El estratega no es Sun-Tzu, sino el duodécimo imán
Estados Unidos no tiene muchas opciones: si no va a la guerra, Irán sigue trabajando imperturbablemente por su hegemonía imperial, y haciendo de su debilidad su mayor fortaleza. Ahora viene la pregunta del millón: ¿por qué no ir a la guerra y derribar la teocracia de los ayatollas? Entenderemos por qué no es tan sencillo.
Un importante elemento de la teología chiíta es desconocido en Occidente y su prensa: la creencia mesiánico-apocalíptica en el Mahdi, el duodécimo imán.
El Mahdi es una figura mesiánica -un humano infalible y libre de pecado- que, según el Islam chií, vendrá a la Tierra para dirigirla durante algunos años antes del fin del mundo, librándola del mal y restaurando la verdadera religión.
La creencia en el Mahdi cobra por primera vez importancia en los siglos VII y VIII durante las luchas entre distintas facciones del Islam. A lo largo de la historia, varios líderes han reclamado este título, o lo han recibido de parte de sus seguidores, y la disputa sigue hasta el día de hoy en medio del conflicto entre chiitas y sunitas. Esto significa que los líderes militares y políticos iraníes están dispuestos al sacrificio y martirio colectivos en caso de una guerra. Varias veces envían el mensaje a Occidente de que si osa hacer la guerra “será a todo o nada” (como lo ha declarado recientemente el ministro de relaciones Exteriores Javad Zarif).
Si Sun Tzu proponía poner en jaque al enemigo apoyándose en su fortaleza para explotar lentamente sus debilidades y lanzar una ofensiva, los apocalípticos iraníes construyen la ofensiva pacientemente en el tiempo apoyado en sus propias debilidades y en las debilidades de su enemigo.
Mientras que la cosmogonía china apuntaba a preservar la vida propia como la del enemigo, y la cosmogonía griega o romana apuntaba a eliminar al enemigo para preservar la propia vida, el mesianismo islámico chiíta chantajea y jaquea poniendo en riesgo tanto su propia vida como la de su enemigo.