Para la narrativa oficial y en la memoria colectiva israelí lo ocurrido en junio de 1967 fue una guerra de defensa contra seis enemigos árabes dispuestos a destruir a su joven país y la victoria final se percibe como un evento milagroso. Frente a esto se erige la narrativa oficial y memoria colectiva en el mundo árabe que concibe el enfrentamiento como parte del constante deseo expansionista israelí.
Las causas del enfrentamiento
No sobra recalcar aquí que dichas narrativas se han extendido acríticamente a las diásporas judías y palestinas del mundo que las replican constantemente y aportan poco al análisis de lo ocurrido durante dicho enfrentamiento que tuvo implicaciones que, hasta nuestros días, siguen influyendo en las dinámicas del conflicto árabe-israelí en general y el palestino-israelí en particular.
Si bien las memorias y narrativas nacionales (en este y cualquier otro conflicto) son poderosas y activan mecanismos de solidaridad, cohesión y sentido, pudieran ser sesgadas por servir a fines políticos desvinculados de las explicaciones pragmáticas y críticas que algunos historiadores se han dado a la labor de establecer. En América Latina se suelen reproducir estos discursos dominantes tanto así que la academia ha hecho poco por establecer estudios e investigaciones serios sobre esta y las demás guerras árabes-israelíes desde otras perspectivas que no resguarden fines políticos. Lo anterior exige el desarrollo de un espíritu crítico para desarrollar e incluir dentro de la producción del saber a autores que realizan investigación de carácter historiográfico.
Se puede afirmar que la guerra del 67 fue la única de todos los enfrentamientos árabes-israelíes que ninguno de los involucrados quiso realmente pelear. Israel especialmente era reacio a una nueva confrontación pues, como demuestran las investigaciones de minutas de reuniones, decisiones parlamentarias y comunicaciones de los meses previos a la guerra y que fueron desclasificadas en la década de los ochentas, el sector político israelí siempre fue a remolque de las decisiones militares tomadas principalmente por Moshe Dayan e Isaac Rabin.
Un factor importante a considerar en el análisis de esta guerra es la enorme descoordinación y los constantes conflictos internos de los estados árabes y sus ejércitos imperantes antes, durante y al fin de la conflagración. En este punto Avi Shlaim es metódico al señalar uno a uno los puntos en los cuales las estrategias de Egipto, Jordania y Siria chocaron y se traslaparon lo que permitió a Israel explotar dichas confusiones y tensiones intraárabes a su favor.
Muchas cosas habían cambiado desde la guerra del Canal de Suez en Israel, el mundo árabe y en el mundo. Las grandes potencias europeas, Inglaterra y Francia, dejaban su lugar preponderante en Medio Oriente a las dos súper potencias ganadoras de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos y la Unión Soviética. La región dejaba así de estar condicionada por la Europa colonialista y daba paso a posicionamientos y alianzas dictados por la Guerra Fría. En Israel un resentido Ben Gurión daba paso a otras figuras y liderazgos políticos como el de Levi Eshkol.
¿Cuál era la situación prevaleciente antes del inicio de la guerra de los Seis Días?
El factor decisivo fue el frente sirio-israelí que se mantuvo muy activo durante los años previos principalmente debido a las actividades de las guerrillas palestinas que operaban libremente en territorio sirio y libanés fomentadas por el gobierno del Baath que así retaba tanto a Israel como al liderazgo egipcio en el mundo árabe y amenazaba al Reino de Jordania. La presión fue tal que en mayo de 1967 Yitzhak Rabin amenazó con “derribar el régimen sirio” primera vez que un político israelí hablaba sobre asuntos políticos internos del mundo árabe.
La Unión Soviética, aliada del mundo árabe en general y de la Siria baathista en particular, se involucró decisivamente al enviar a Gamal Abdel Nasser un reporte falso sobre supuestas movilizaciones y concentraciones militares israelíes cerca de territorio sirio lo que colocaba al rais egipcio en un callejón sin salida pues si bien las relaciones con Siria estaban lejos de ser cordiales a ambos países los ataban compromisos militares comunes.
Figura clave en esta historia, Nasser se encontraba atrapado y presionado por varios frentes. Por un lado, una creciente presión interna por el desastre de la invasión a Yemen, su constante retórica agresiva hacia Israel que cortó cualquier posibilidad de mediación, la amenaza a su liderazgo panárabe que representaba Siria por el apoyo logístico y militar que daba a los movimientos palestinos y por otro su certeza (expresada a varios líderes árabes) de que “Israel era militarmente más poderoso que todos los estados árabes juntos” y que el Estado judío saldría victorioso en cualquier enfrentamiento.
Lo que más angustiaba al rais egipcio era la actividad del frente sirio que, durante la década de los 60s, fue el foco de las tensiones más serias principalmente por los proyectos de desviación de las aguas del río Jordán, las ya mencionadas acciones de las guerrillas palestinas ayudadas por Damasco y las movilizaciones militares sirias en las zonas desmilitarizadas. Recordemos que Siria y Egipto mantenían una relación complicada luego del fracaso de la República Árabe Unida y la llegada del partido Baath al poder en Siria en marzo de 1963.
Como resultado de la guerra Israel ocupó la Franja de Gaza (administrada por Egipto de 1948 a 1967), la península del Sinaí (territorio egipcio), los Altos de Golán sirio así como Jerusalén y el West Bank (Judea y Samaria) zonas anexionadas por el Reino de Jordania en 1950.
Las zonas en verde son las zonas conquistadas
El resultado de la guerra y las conquistas territoriales israelíes abrieron todo tipo de especulaciones sobre la configuración de la región circundante al estado judío, incluso el periódico Haaretz en su edición del 26 de junio de 1967 informaba que se barajeaba en los círculos políticos israelíes la posibilidad de establecer un Estado druso que se ubicaría entre Líbano, Siria e Israel. Otra propuesta fue la que presentó Rehavam Zeevi de establecer un “Estado de Ishmael” (un Estado Palestino) con Nablus como su capital en la zona de Cisjordania, excluyendo Jerusalen, Latrun, el Monte Hebron y el valle del Jordán que serían anexionados por Israel.
La guerra de los Seis Días: cronología
El escritor israelí Amos Oz en la Introducción de su libro La historia comienza se cuestiona “¿Dónde empieza un relato como es debido?” Pregunta sencilla pero que exige una reflexión sobre el inicio de las cosas, de los narraciones, de las historias. Muchos lectores de este texto no estarán de acuerdo con mi decisión de marcar el inicio de la guerra de 1967 en la orden de Nasser de enviar tropas al Sinaí y remover de ahí la presencia de las Fuerzas de Emergencia de Naciones Unidas, sin embargo espero aportar elementos para justificar la tesis enunciada en la primera parte de esta reflexión: la guerra del 67 fue un enfrentamiento no deseado y producto de decisiones individuales inconexas tomadas por líderes militares y políticos en el lapso de 1964 a 1967.
En el caso de la Guerra de los Seis Días la pregunta de Oz resulta urgente y prudente pues requiere de nosotros una postura, una declaración de intenciones y parámetros (subjetivos por supuesto) sobre la decisión de marcar un evento entre muchos como el detonador de algo posterior, en este caso un enfrentamiento armado que alteró la historia de Israel como Estado, el futuro de millones de palestinos y condicionó las dinámicas políticas y militares del Medio Oriente.
Tropas israelíes observan avión egipcio derribado
Como mencioné anteriormente Nasser se encontraba bajo una presión enorme por las acciones de las milicias palestinas contra Israel que contaban con el apoyo de Damasco, por la intervención soviética en la región creando desconfianza y rumores así como el desprestigio y humillación que la fracasada invasión egipcia a Yemen trajo al líder egipcio y figura carismática del mundo árabe.
Todo lo anterior llevó inexorablemente a Nasser a tomar tres decisiones que pusieron en rumbo de colisión a Israel y al mundo árabe por tercera vez en 20 años: el ya mencionado envío de tropas al Sinaí, la expulsión de las fuerzas de pacificación de la ONU de dicha zona y el 22 de mayo cerrar los Estrechos de Tirán a la navegación israelí.
En Israel, mientras tanto, el apremio aumentaba para Rabin desde un estamento militar que exigía una respuesta contundente a las actividades palestinas en la frontera norte y también desde el gobierno de Eshkol que temía que las amenazas de su Jefe de Estado Mayor de “derribar al régimen sirio” podrían devenir en una escalada violenta que se les saliera de las manos.
Rabin era consciente de que Nasser tendría que actuar en algún momento por la situación en la frontera sirio-israelí por dos razones: debido al pacto de defensa conjunta Egipto-Siria y las críticas del mundo árabe (lideradas por Jordania) al rais egipcio por su inacción hacia Israel. El alto mando militar israelí estaba, en palabras de Shlaim “paralizado por miedo y las opiniones contradictorias, tardó dos semanas en tomar una decisión”. Hasta ahora se conoce a ese lapso de tiempo como “el periodo de espera” durante el cual todo el país entró en un estado de paranoia y pánico. Esa sensación fue culpa de un liderazgo confundido y débil que permitió que la psicosis colectiva se extendiera en un país en donde la sombra de la Shoa recorre (consciente e inconscientemente) aún los rincones de la memoria colectiva.
Bajo este panorama incierto el 1 de junio se formó un Gobierno de Unidad Nacional que incluyó a figuras como Moshe Dayan (designado Ministro de Defensa) , Menahem Begin y Yosef Sapir, además de los partidos de oposición Rafi y Gahal para intentar mostrar cohesión política hacia la inminente guerra.
Avión usado para derribar la aviación egipcia
Avi Shlaim sostiene que los efectos para Israel de las decisiones de Nasser se ubican más en el terreno psicológico pues amenazaba el concepto militar central israelí “the entire defense philosophy (of Israel) was base on imposing its will on its enemies, not on submitting to unilateral dictates by them”. Al tomar esas tres decisiones Nasser confiaba encontrarse en una situación negociadora mejor hacia Israel, atraer a Estados Unidos como mediador y acallar las críticas internas, la apuesta le resultó equivocada.
Rabin, el principal arquitecto del excelente estado de forma tanto de las Fuerzas de Defensa de Israel como de las decisiva Fuerzas Aérea Israelí durante los años previos, buscó consejo y apoyo en David Ben Gurión, el resultado de la reunión que sostuvieron ambos fue desalentador y deprimente para un Rabin quien sufriría un colapso nervioso el 23 de mayo.
Mientras el Jefe de Estado titubeaba el gabinete de gobierno envió a Abba Eban a reunirse con políticos norteamericanos y sondear su postura ante un posible enfrentamiento bélico. Eban se encontró con un Lyndon Johnson quien tajantemente dijo que para EEUU no había señales claras de un posible ataque egipcio e incluso advirtió a Israel de no iniciar ninguna actividad militar por su cuenta.
Sería Meir Amir, en ese entonces director del Mossad, quien obtendría cierto aval norteamericano al plantearle a Robert McNamara, Secretario de Defensa de EEUU, que Israel iría a la guerra y que requeriría apoyo de Estados Unidos en el nivel diplomático e intervención en caso de que la Unión Soviética decidiera actuar a favor de Egipto (país al que se consideraba la mayor amenaza).
El 4 de junio Israel decidió ir a la guerra, un enfrentamiento del cual saldría espectacularmente victorioso en el ámbito militar pero confuso, arrogante y soberbio en el plano político y diplomático.
La guerra iniciaría con un sorpresivo ataque aéreo israelí el 5 de junio sobre los aeródromos egipcios. Michael B Oren en su libro “The Six Day War” realiza un exhaustivo, detallado y desapasionado relato sobre los eventos, decisiones y comunicaciones durante la guerra y narra paso a paso el brillante ataque israelí sobre posiciones egipcias y cómo en cuestión de horas el cielo, elemento central en cualquier guerra moderna, pertenecía a la Fuerza Aérea Israelí mientras Nasser hacía soñar al mundo árabe por la cadena de radio “La voz de los árabes” (Radio Cairo) hablando de falsos avances de su fuerza militar, bombardeos inexistentes sobre Tel Aviv y prometiendo una victoria que sólo existió en su mente.
Las lecciones del libro de Oren son claras: la velocidad y la profundidad de los ataques israelíes se debieron a una preparación militar superior y a una cadena de mando lo suficientemente clara para coordinar la movilización de las fuerzas, sin embargo de todas las guerras que ha peleado Israel fue la menos planeada, pues careció, desde el inicio, de un plan político o diplomático paralelo (como sí hubo en los enfrentamientos previos)
Al dejar el criterio total de la guerra a las decisiones militares, el gobierno no tuvo ningún poder para determinar hasta dónde se podía llegar en términos de control de territorio y población enemigos, como menciona Shlaim “There was operational planning by the army but no political planning.” Esta falla en la estrategia israelí saldría muy cara cuando el polvo de las armas se asentó y quedó claro que la victoria era más enorme que lo que cualquier cálculo optimista podría haber predicho.
Si bien fue Israel quien lanzó el primer y devastador ataque en el frente egipcio, no podemos decir lo mismo del frente oriental en donde fue la Jordania del Rey Hussein quien inició las hostilidades bombardeando el sector israelí de Jerusalén. Este ataque jordano tuvo repercusiones fatales a futuro pues previo al mismo nadie en el gabinete de guerra israelí había siquiera propuesto la captura de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Muchos historiadores árabes prefieren ocultar el hecho de que el Rey Hussein carga con mucha de la responsabilidad no en la derrota árabe pero sí en su magnitud.
La captura completa de Cisjordania fue una orden dada por Dayan al calor de la batalla, ante esta decisión Rabin pronunciaría unas palabras que han resultado tristemente proféticas “¿Cómo vamos a controlar a millones de árabes?” Un millón doscientos cincuenta mil le corrigió un oficial. El cómo lidiar con una ocupación de ese nivel es uno de los temas que tanto en 1967 como en 2019 sigue atormentando a muchos.
El frente sirio merece un análisis aparte pues, contrario a lo que las narrativas oficiales dicen, se mantuvo extrañamente quieto. Oren, Shlaim y otros historiadores serios llegan a la conclusión de que Siria prefería mantenerse al margen (por lo menos en el inicio) de esta guerra por lo que se limitó a bombardear esporádicamente asentamientos israelíes cercanos a la línea de separación.
¿Cómo se libró la guerra en el frente israelí-sirio? ¿Cuál fue la estrategia diplomática israelí post guerra? ¿Cómo digirió el mundo árabe esta derrota espectacular y humillante? Intentaré dar respuesta a esas preguntas en la tercera parte de esta reflexión sobre la guerra que cambió a Israel y al mundo árabe para siempre.
Hacia el muro de hierro: el comienzo contingente de la ocupación
La guerra del 67 se peleó en tres frentes, el egipcio que resultaba ser el más crítico, el sirio que analizaremos en esta reflexión y el jordano en donde el rey Hussein, al ignorar la advertencia de Eshkol de no intervenir en la guerra, perdió toda posibilidad de mantener el control de Cisjordania (Judea y Samaria) y la ciudad vieja de Jerusalén. Esto no es un dato menor pues demuestra que el gobierno israelí carecía de un plan político sobre dichas áreas y fue sólo al calor de la guerra que la conquista de ese territorio se hizo factible.
Hay que recordar que Rabin no se cansaría, en los años posteriores a la guerra, de aclarar que el resultado de la misma se debió a meras contingencias militares y no a políticas o planes previos al enfrentamiento. Insisto en este punto pues gran parte de la producción académica del mundo árabe retrata falsamente a esta guerra como una guiada por un plan israelí previo destinado a expandirse. No digo que las posturas expansionistas no existan en Israel desde su creación como país, lo que afirmo es que el resultado de la guerra de 1967 careció de dicha previsión y objetivos previos.
Siria, como anticipé en el artículo anterior, presentaba una complejidad superior a Egipto y Jordania, países cuyas fuerzas militares fueron inhibidas y controladas relativamente fácil por el ataque sorpresa israelí. Dayan y Rabin se mostraron dubitativos y confusos en relación a cómo operar en el frente norte lo que, sumado a la inexistencia de parámetros y objetivos previamente definidos, colocaban al mando militar israelí en incertidumbre.
Cuando el enfrentamiento con Egipto inició, las fuerzas militares israelíes mantuvieron una posición defensiva en el frente del este y en el norte. Siria buscaba prevenir un ataque israelí que comprometiera sus tropas y armamento y si bien David Eleazar, Comandante del Frente Norte buscaba una intervención profunda en Siria, Dayan lo contuvo fuertemente pues se intentaba evitar abrir un segundo frente militar.
En una plática entre Dayan y Rabin el 6 de junio se discutieron posibles escenarios para el frente norte, mientras Dayan buscaba mantener a las fuerzas israelíes lejos de las demarcaciones internacionales Rabin era de la opinión de que una penetración israelí en territorio sirio permitiría el control de las fuentes de agua del rio Banias y la anulación de Tel Azaziat, puesto militar sirio en las Alturas del Golán. Eshkol, Rabin y Elazar junto con Allon criticaron agriamente la decisión de Dayan de mantenerse a la defensiva en relación a Siria.
El 8 de junio Eshkol se reunió con representantes de los poblados israelíes cercanos a Siria y los argumentos de estos representantes calaron hondo en un Primer Ministro que sentía la presión interna por no actuar en el frente norte. Hay que recordar que para ese momento las fuerzas egipcias y jordanas estaban destruidas y los frentes sur y este ya no ocupaban la atención militar israelí por lo que se podrían concentrar en Siria.
Había un factor que preocupaba enormemente al Ministro de Defensa y era una posible interferencia soviética a favor del régimen sirio lo que pondría a Israel en una situación muy comprometida. Además de la inquietud sobre la URSS y su posible rol en Siria Dayan se oponía a cualquier conquista de territorio sirio pues “los sirios jamás aceptarán la pérdida de su territorio y el resultado podría ser un conflicto sin fin”. Hoy en 2019 esa aseveración de Dayan resulta profética.
Moshe Dayan (izq) e Itzjak Rabin
Moshe Dayan quizá sea el personaje más contradictorio de la historia de Israel, otros como Peres, Rabin o Sharon resultan también complejos y paradójicos por los cambios, ajustes ideológicos y políticos que tuvieron en sus carreras pero Dayan, en mi opinión, los supera a todos. Ejemplo de estas contradicciones internas de Dayan es el hecho que, a pesar de saber lo que implicaría ir a la conquista de territorio sirio, en la mañana del 9 de junio (unas horas después de que Siria emitiera un comunicado pidiendo un cese al fuego) le ordenó directamente a Elazar abrir fueron contra Siria.
Rabin y Eshkol responderían furiosos a esta orden pero a destiempo pues la maquinaria militar israelí ya había iniciado el avance ¿qué llevó a Dayan a esta polémica decisión? Shlaim opina que fue un mensaje enviado por Nasser a Nur al Din al Atasi (presidente sirio) e interceptado por la inteligencia israelí en la noche del 8 de junio.
A diferencia de los frentes egipcio y jordano la resistencia que el ejército israelí encontró en Siria fue muy seria y potente y si bien para el 10 de junio entró en efecto el alto al fuego entre las partes y las Alturas del Golán estaban en control israelí, la fiereza y valentía de los soldados sirios tendrían efecto en las futuras decisiones israelíes relativas a Siria.
Dayan aumentaría y agregaría caldo de cultivo para teorías de conspiración con declaraciones sobre esta guerra durante la década de los setenta las cuales, a pesar de que se han demostrado como falsas y oportunistas, han creado percepciones y posiciones políticas en el mundo árabe y el resto del mundo en torno a una guerra que paradójicamente a la luz de las conquistas territoriales y la destrucción de los ejércitos árabes, fue mal planeada, improvisada e internamente dividida por egos de los militares israelíes involucrados.
En términos humanos fue una guerra sangrienta con 983 soldados israelíes muertos (4,517 heridos); Egipto, Jordania y Siria sufrieron 4,296 muertes y 6,121 heridos y la destrucción casi total de sus ejércitos lo que los llevaría (principalmente a Siria) en búsqueda de reconstrucción a los brazos soviéticos.
Un efecto importante de señalar es que la negativa israelí de obedecer los ceses al fuego y advertencias del Consejo de Seguridad (principalmente por parte de la URSS) le costó la relación diplomática con la Unión Soviética y que esta se acercara y apoyara decisivamente a los países árabes en el periodo posterior a la guerra. Esto no es un dato menor pues en una región en donde la Guerra Fría impactó de manera determinante el estar en malos términos con la URSS tenía costos diplomáticos (Consejo de Seguridad de ONU) bastante altos.
¿Negociar la paz con el vecindario usando las conquistas territoriales como moneda de cambio o anexarlos al Estado? Las ventajas y desventajas de ambas opciones surgieron inmediatamente en diferentes estratos de la sociedad israelí. Los debates políticos al respecto dieron como resultado múltiples propuestas que darían una nueva forma no sólo a Israel sino al Medio Oriente.
Entre las propuestas hubo una que hablaba de establecer un Estado druso en el norte, Rehavam Zeevi instaba a establecer un “Estado de Ismael” en parte de Cisjordania con Nablus como su capital y la anexión de Jerusalén, Hebrón, el enclave de Latrún y el valle del Jordán por parte de Israel. Se apostó por la peor opción: ni negociación (hasta 1978 con Egipto y 1994 con Jordania) ni anexión (el Golán se anexionaría en 1981) sino ocupación con los resultados que tenemos hoy en Gaza y Cisjordania.
Siria sin el Golán, Egipto sin el Sinaí y Jordania sin Cisjordania ni Jerusalén serían tres vecinos muy incómodos para un Israel que experimentaría, como un resultado no buscado de la guerra, la creación del movimiento colono en sus entrañas y el paulatino, pero inexorable ascenso de la derecha sionista.
El mundo árabe entraría en una crisis profunda con el fin del panarabismo y la modernización de los países que encontrarían en la URSS un aliado militar y diplomático pero no un socio comercial, tecnológico o democratizador. La guerra de 1973 escondería y ocultaría para la mayoría de la población y los liderazgos políticos árabes este proceso de descomposición institucional que después de la explosión de los movimientos civiles del 2011 es innegable.
Yasser Arafat
En el caso palestino se alzaría un Yasser Arafat, líder de Fatah, quien entendería dos cosas: si la causa palestina pudiera tener éxito a futuro debería despegarse de la dependencia y patrocinio de los derrotados países árabes y para lograr dicho objetivo la internacionalización de la lucha palestina por su Estado nación tendría que jugar un rol central. En ambos casos Arafat logró sus objetivos.
Como nota final a estas reflexiones quisiera afirmar que la colonización israelí de territorios conquistados en la guerra de los Seis Días sigue siendo, nos parezca justo o no, uno de los temas más candentes en la relación palestino-israelí en el siglo XXI como lo es también el lugar de la religión en el Estado y sus instituciones. ¿La retirada israelí de territorios ocupados significaría la paz? La respuesta es no pero sí evitaría que la ocupación (que se prolonga ya por 53 años) sea el cáncer terminal de la democracia israelí, como declaró Yitzhak Rabin a la TV israelí en 1976.