Si bien es cierto que la nueva agresión e invasión rusa contra Ucrania (que en realidad es una larga agresión e invasión de más de ocho años) atrajo una atención enorme de los medios de comunicación, élites políticas y académicas, así como de organizaciones no gubernamentales de América Latina, también es cierto que esa atención no siempre ha venido emparejada con un honesto intento de entender, estudiar el tema y mucho menos solidarizarse con el país agredido.
Después de leer, escuchar y ver columnas de periódico, artículos u opiniones en programas de radio y televisión latinoamericanos relacionados a este tema se llega inevitablemente a una conclusión: las voces ucranianas han sido desplazadas y marginadas en las reflexiones de varios “analistas internacionales” que, de la noche a la mañana, se convirtieron en autodenominados expertos en el tema a pesar de su obvia falta de preparación, especialización y estudio tanto de la historia, sociedad, cultura e identidad ucranianas como del colonialismo e imperialismo ruso.
Esa arrogante, egoísta y parcial aproximación ha tenido varios efectos negativos entre los que destaca el que se haya permitido que las narrativas colonialistas e imperialistas rusas sobre Ucrania no sólo hayan encontrado cabida y justificación sino que hayan sido adoptadas y replicadas, consciente o inconscientemente, por muchos de nuestros académicos y analistas, lo que resulta sorprendente y preocupante en una Latinoamérica que ha experimentado el colonialismo e imperialismo en carne propia por largos periodos de su historia.
«El mundo será nuestro», poster estalinista
Sólo hace falta dar un vistazo a los programas de estudio de carreras como periodismo, comunicación, ciencia política, historia, sociología, literatura, estudios culturales y de género de nuestras universidades, asistir a conferencias y cursos impartidos en centros de investigación y museos o leer la producción académica y cultural latinoamericana para entender que la crítica y cuestionamiento al colonialismo e imperialismo occidental (inglés, francés, español y norteamericano principalmente) es central en ellos y que los enfoques y propuestas decoloniales y poscoloniales son hoy dominantes en dichos espacios.
Por lo anterior, resulta paradójico y preocupante, que en esas mismas élites académicas latinoamericanas no sólo la comprensión y visión de Rusia como una potencia colonialista e imperialista sea inexistente, sino que muchos especialistas y profesores hayan adoptado y reproducido, trabajando incluso para medios de propaganda rusa, la narrativa y visión de esa potencia imperialista que hoy impunemente destruye Ucrania como en 2008 lo hizo en Georgia (país que sigue siendo ocupado por Moscú) y ha sojuzgado, violentado y colonizado a muchos pueblos y naciones.
Lo anterior me hace recordar una entrevista que hace pocas semanas realicé a Ewa Thompson, especialista en estudios eslavos y autora, entre otras publicaciones, de Imperial knowledge. Russian Literature and Colonialism. Thompson señala que el imperialismo y colonialismo rusos modernos han pasado desapercibidos en Occidente por dos razones principales: una errónea creencia de que el imperialismo ruso era una cuestión meramente precomunista superada por la URSS y porque la misma Unión Soviética y la Rusia actual trabajaron y trabajan intensamente para que sus prácticas coloniales e imperialistas, tanto zaristas como soviéticas, sean invisibles para las élites políticas, culturales y académicas en varios países africanos, del Medio Oriente y latinoamericanos que padecieron y lucharon contra el imperialismo occidental.
El proceso propagandístico ruso es fácilmente superable si se hace una aproximación seria, honesta y apolítica a la historia rusa en la cual surge claramente un patrón expansionista y colonialista tanto en su periodo zarista como soviético que han sido en nuestros días retomados por la Rusia postsoviética. Thompson afirma que la política y cultura rusas heredaron de los mongoles, quienes gobernaron Moscú durante dos siglos y medio, ese impulso expansionista que en la época zarista se ejerció bajo el pretexto de estar “civilizando” a pueblos bárbaros (mismo argumento colonialista utilizado por ingleses, franceses y otros países europeos para justificar sus expolios) y continuó latiendo en el corazón de la identidad rusa a lo largo del periodo soviético y hoy con Putin reaparece con toda su potencia.
De hecho, una mirada seria y académica a la historia del colonialismo e imperialismo ruso nos dejaría ver que los mismos líderes rusos utilizaban el término “colonia” y emplearon una lógica de conquista, expolio y violencia similar a otros imperios europeos. Dicha visión fue una herencia que la época soviética, con sus variantes en la forma, continuó implementando y justificando con una propaganda muy efectiva a los ojos del mundo, especialmente los de una izquierda latinoamericana que decidió volverse ciega a este nuevo tipo de imperialismo y colonialismo ruso.
Para muestra de este proceso basta un ejemplo. A partir de la década de 1820 la burocracia rusa aplicó el término “colonia” importado al ruso de otros idiomas europeos, para enmarcar las relaciones entre el centro y la periferia del imperio que se empezaba a expandir por el Cáucaso. Las nuevas tierras (colonias ahora) se incorporaron como provincias subordinadas a pesar de la oposición de los pobladores nativos. El ministro de finanzas, Egor Kankrin, escribía en 1827 en su correspondencia oficial que «no sin razón, las provincias transcaucásicas pueden llamarse nuestras colonias y dichas colonias traerán importantes beneficios de los climas del sur al estado ruso”.
La capital chechena Grozny, reducida a cenizas
Kankrin concebía un proyecto colonial por el cual la periferia recién conquistada entregaría materias primas y productos básicos a la metrópoli. A los latinoamericanos nos sonará conocido esto pues exactamente fue lo que pasó en nuestro periodo colonial. Este plan imperialista dejaría una huella imborrable en los pueblos y naciones del Cáucaso y Asia Central y ya para 1836 el término “colonia” era de uso común en la correspondencia oficial zarista.
En la misma lógica colonial que otros imperios han tenido a lo largo de la historia los rusos concebían una permanente relación de subordinación de las colonias periféricas hacia la metrópoli zarista. Putin, en nuestros días, reproduce en su política exterior este principio de sumisión y subordinación de sus vecinos a los cuales se les niega la libertad, soberanía y en algunos casos, como Ucrania, la identidad nacional. Los crímenes que Rusia comete hoy en Ucrania son una muestra perfecta de esta mentalidad colonialista rusa que se niega a desaparecer de su cultura, sociedad y política y que, de manera increíble, son aplaudidos y justificados por intelectuales y académicos latinoamericanos.
Esta sumisión y expolio que Rusia ha ejecutado a lo largo de su historia, siempre han estado amparados y justificados con una retórica “civilizatoria” rusa que nada tiene que envidiar a la utilizada por franceses, ingleses o españoles en sus procesos colonialistas e imperialistas. Rusia, como autodenominada vanguardia de la civilización, estaría así obligada a llevar dichos avances civilizatorios a esos bárbaros e incultos pueblos utilizando para ello toda violencia necesaria. Los soviéticos retomaron este impulso “civilizatorio” zarista bajo otro ropaje y con una poderosa maquinaria propagandística, pero con los mismos métodos y objetivos del pasado.
Ver la historia, tanto de la Rusia zarista y soviética como de la Rusia contemporánea, desde esta perspectiva deja claro que de manera estructural y recurrente se ha visto beneficiada por el expolio de los recursos de tierras europeas, asiáticas y caucásicas arrebatadas a naciones y pueblos de manera similar a como el occidente colonial se benefició de sus colonias en Asia, Medio Oriente y América. La pregunta obligada en este punto es ¿por qué no se reflexiona en América Latina sobre este saqueo ruso equivalente a lo que se vivió y sufrió en nuestras tierras?
Tanques soviéticos retirándose de Afganistán(1986)
Como ya se ha apuntado este impulso imperialista no terminó, como la propaganda soviética pretendió imponer y algunos académicos fingieron y fingen hoy creer para su beneficio personal, con el fin del zarismo y el inicio del periodo soviético, por el contrario, la arrogancia imperial, el orientalismo, el racismo y la búsqueda de intereses coloniales fueron rasgos característicos del dominio soviético tanto en el sur del Cáucaso como en Asia y el este de Europa. Si bien, aparentemente, el comunismo no prestaba atención a la nacionalidad, y esto debilitó en cierta medida la presión y la discriminación nacional de las naciones no rusas dentro de la URSS e incluso algunos miembros de nacionalidades no rusas pudieron avanzar en el mundo político al igual que los rusos, eso no significó que la explotación de recursos naturales y naciones no rusas fuera menos opresiva que la zarista.
Ucranianos, armenios, azerbaiyanos, georgianos, circasianos, chechenos, letones, lituanos, polacos, estonios, húngaros, tártaros de Crimea, cosacos de Kuban, bielorrusos, mokshas, erzyas, carelios, tunguses, yakutios, por mencionar sólo algunas naciones, son pueblos ignorados por nuestros académicos y especialistas que han sufrido limpiezas étnicas, genocidios, transferencias y asimilaciones forzadas, masacres, expropiaciones a manos de los rusos y que, tristemente, están ausentes de nuestros programas de estudio universitarios, nuestra literatura y medios de comunicación.
¿Por qué no se habla en América Latina de este colonialismo e imperialismo? ¿Por qué intelectuales, académicos e incluso artistas latinoamericanos callan, cuando no validan y blanquean las agresiones rusas? ¿Por qué no hay un sentido de solidaridad y empatía entre nuestros investigadores latinoamericanos hacia sus colegas provenientes de esas naciones colonizadas, violentadas y sometidas a despojo durante siglos? Estas y otras preguntas incómodas deberán ser enfrentadas y respondidas en algún momento si queremos evadir esta colonización y sumisión intelectual y moral que afecta a nuestras élites.