Desde hace años se publican toneladas de literatura sobre la inevitable guerra que librará el mundo por el agua. Muchos autores caen en el craso error de compararla con el petróleo, incluso críticos más extremos consideran que el vital líquido será motivo de una tercera guerra mundial. Esto es lo que denominamos como “pornografía ambiental”.
Es importante aclarar que en este artículo se aborda el agua como un un recurso que se aprovecha para las actividades cotidianas, a diferencia de un objetivo militar como los sirios utilizaron al intentar desviar el curso del río Jordán y privar a Israel del agua, o un arma, como los soviéticos usaron al envenenar los manantiales en Afganistán. Recurso, objetivo militar y arma son conceptos diferentes.
También es pertinente aclarar que en toda la historia ha habido, hay y habrá conflictos por el agua, sobre todo a niveles locales, pero que un estado haya iniciado una guerra específicamente por el agua sólo hay un registro histórico: en el año 2500 a.e.c, las ciudades-estado de Lagash y Umma se enfrentaron por el control de la cuenca Tigris y del Eufrates. Desde entonces, la tendencia seguida por los gobiernos ha sido la abstención de la violencia, antes que elevar una disputa hídrica a términos bélicos.
El agua no es comparable al petróleo, es un recurso frágil y conservar su calidad es un reto, en una confrontación militar se puede bombardear un campo petrolero, una vez terminado el conflicto se vuelven a colocar los equipos para su extracción y de nuevo se obtiene el oro negro, en el caso del agua, las cosas son diferentes.
En una guerra por el agua basta colocar una pequeña cantidad de químicos para dañar la calidad del recurso, su limpieza es cara, se requeriría una extensa y permanente custodia militar de grandes extensiones territoriales susceptible a enfrentar guerra de guerrillas, sabotajes, una infraestructura “blindada” impagable, costos humanos y económicos brutales. En síntesis: es simplemente inviable.
La conservación de agua: la inspiración israelí
En este contexto, Israel ha desarrollado la tecnología hídrica más avanzada del mundo, invirtiendo en un constante mantenimiento de las redes de distribución, reduciendo las pérdidas de agua ocasionadas por fugas en un 3% (según datos del Ministerio de Finanzas de Israel), mientras que los países ricos de la Unión Europea promedian un 23%, y localidades como la ciudad de México las pérdidas ascienden al 40%.
En Israel se paga el precio real del agua, no hay subsidios. Aún así, Israel ocupa el primer lugar a nivel mundial en reciclado de agua, se trata el 95% de las aguas residuales, de ellas el 85% se aprovechan en la agricultura, y el resto se desvía a depósitos sépticos que producen gas para la industria, e incluso se recicla la celulosa del papel higiénico.
El sistema de riego por goteo inventado en Israel, llevó a una cascada de startups que desarrollan soluciones tecnológicas para el ahorro de agua en la industria, el campo y el hogar. Por ejemplo , Israel fue el primer país del mundo en implementar el inodoro de doble descarga y la joya de la corona es la tecnología de desalinización de agua de mar que provee más del 80% de las necesidades hídricas del país y se espera que pocos años alcance el 100% de la demanda, a un costo altamente competitivo 65 centavos de dólar por metro cúbico de agua.
Planta de desalinización de Sorek, Israel
Los costos de las soluciones tecnológicas son mucho más baratos en términos económicos políticos y sociales que una guerra, el costo de la planta de desalinización Sorek en Israel ascendió a 400 millones de dólares. Una ganga si se compara en la inversión en armamento que se requiere para iniciar una guerra por un acuífero.
No se justifica emprender una disputa armada cuando los costos económicos en infraestructura civil son mucho más bajos y una guerra por el agua no garantiza asegurar el recurso. Tan sólo la versión de un caza de combate F 16C alcanza como mínimo un precio de 18 millones de dólares.
Una veintena de aviones no garantiza una supremacía aérea si se requiere ocupar grandes extensiones de un acuífero. También hay que sumar los costos de blindados, defensas antiaéreas, personal, logística, inteligencia, contrainteligencia, guerra electrónica, y un presupuesto que sostenga el esfuerzo de guerra permanente… simplemente, no es viable.
Incluso en el contexto del conflicto palestino-israelí en los peores momentos de crisis las autoridades israelies y palestinas encargadas del suministro del agua no rompieron los contactos institucionales.
Hay un círculo vicioso, muchas naciones no seguirán el ejemplo israelí de inversión en la preservación y reciclaje del agua por cuestiones políticas, las obras en infraestructura son subterráneas o no son visibles, electoralmente no son “vendibles” como un metro, un hospital o un puente, no es políticamente redituable como los subsidios a la gasolina. Si hay crisis del agua, ésta es o será producida por la clase política que no vela por la próxima generación, sino en la próxima elección. El agua es un asunto -tóxicamente- más político que económico. Pero no se avizora una guerra por el agua por simple matemática y racionalidad.