Todas las historias llevan dentro los fantasmas de otras historias que no fueron
La serie Kulüp, en español Club Estambul, producida por O3 Turkey Medya y distribuida internacionalmente por Netflix, es una obra creada y dirigida por Zeynep Günay Tan que nos ubica temporalmente en la Turquía de los convulsos años cincuenta. La serie ha levantado mucho interés internacional y recibido críticas muy positivas tanto por su guión, escrito por Necati Şahin, Ayşin Akbulut, Serkan Yörük, Bengü Üçüncü y Rana Denizer como por su elenco en el que destacan actores y actrices como Gokce Bahadir, Baris Arduc y Salih Bademci, Murat Garibagaoglu, Metin Akdülger, Valeria Lakhina, Merve Seyma Zengin y por abordar temáticas pocas veces visibilizadas en los medios de comunicación.
A lo largo de sus dos temporadas en Kulüp se nos muestra un Estambul (símbolo de todo el país) convulso cultural, espacial y políticamente pero también a una sociedad turca confundida, dividida y en búsqueda de su identidad nacional en la cual el pasado otomano y el tránsito a una república nominalmente secular juegan un rol fundamental. Se agradece mucho que Kulüp se aleje de las novelas y dramas turcos cursis y parte de la propaganda estatal que suelen inundar las pantallas de nuestras casas.
La urbanidad otomana
Detrás de la vida cosmopolita y la promesa de modernidad de Estambul se esconde un profundo y complejo entramado social de discriminación, violencia, sumisión e intolerancia que Club Estambul nos va mostrando gradualmente por medio de personajes como Matilda Aseo, la judía humillada y sumisa; su hija Rasel, que cambia su nombre judío para ser amada por Ismet Denizer, un frustrado y solitario musulmán; Tasula, la actriz de origen griego agredida y humillada sexualmente; Orhan Sahin, el empresario dueño de Club Estambul que entierra su identidad griega para ser aceptado como un turco verdadero; Selim Songur, el ególatra cantante homosexual que enfrenta discriminación de esa supuesta sociedad cosmopolita y Çelebi, el oportunista que extorsiona para no revelar los secretos de los demás.
En el candente debate turco sobre el pasado coexisten y se entrelazan tres violencias que por lo demás están presentes, en menor o mayor medida, en todos los países del Medio Oriente: la violencia fundacional; la violencia estructural/legal y la violencia social. Las tres violencias están presentes en Kulüp tanto de manera explícita como tácita. No es la intención de esta reflexión hacer revelaciones de la trama de la serie, pero sí proveer un marco histórico y social desde el cual entender, por medio de Kulüp, cómo hay un hilo conductor y continuidades entre la discriminación, violencia y marginación de los últimos años del Imperio Otomano con las primeras décadas de la república turca y con la Turquía del siglo XXI que se acerca a su centenario de existencia.
La violencia fundacional
Todos los estados nación del Medio Oriente surgieron como resultado de una violencia fundacional específica y que es parte integral del pasado de los países de la zona. En el caso de Turquía considero que las reformas Tanzimat (1839 y 1876), el genocidio perpetrado contra los cristianos de Anatolia (griegos, armenios y asirios,) entre 1894-1924 y la Guerra de Independencia Turca (19 mayo 1919 a 24 Julio 1923) nos proveen del marco histórico en el cual se desarrolló esa violencia fundacional que afectó y marcó profundamente a las comunidades no musulmanas.
Gökçe Bahadir como Matilda Aseo
A partir de la fundación de la República de Turquía en 1923 las minorías no musulmanas, es decir, los cristianos y judíos, fueron víctimas de discriminación legal por lo que a la violencia fundacional se le suma una violencia estructural/legal que colocó a las minorías étnicas y religiosas de Turquía en un status inferior y en una situación inestable y precaria. En Kulüp se nos muestra la legislación anticristiana y anti judía.
En noviembre de 1942 se publicaría una nueva ley sobre impuestos a la propiedad (Varlık Vergisi) por la cual la tasa de impuestos sería cinco veces mayor para un judío o cristiano que para un musulmán. Miles de armenios, griegos y judíos fueron despojados de sus propiedades y enviados a campos de trabajos forzados por falta de pago de esos exorbitantes impuestos. Si bien la ley se derogaría dos años después en la práctica los empresarios no musulmanes fueron presionados constantemente para vender y/o abandonar sus propiedades.
La violencia estructural/legal
Ne mutlu Türküm diyene! (¡Qué feliz es el que dice que soy turco!) diría Mustafa Kemal Atatürk durante su discurso pronunciado por el décimo aniversario de la República de Turquía, el 29 de octubre de 1933 pero ¿qué implica ser turco? Kulüp nos demuestra que esa pregunta estaba lejos de ser respondida en la década de los cincuenta y ha sido una cuestión central y candente hasta nuestros días.
Desde la fundación de la república los sucesivos gobiernos turcos han lidiado con el desafío de la identidad nacional ¿bajo qué paradigmas debe estar fundada dicha identidad? ¿quiénes son los ciudadanos turcos auténticos? Lengua, religión, etnia, son conceptos complicados de abordar en el caso turco. En realidad, bajo la fachada del secularismo, proceso impuesto desde la élite y no orgánico, se ha privilegiado a la población musulmana turca en detrimento de otros grupos étnicos y religiosos. Esto nos conecta con la tercera violencia, la social, misma que también es retratada en sus manifestaciones cotidianas en Club Estambul.
Griegos, armenios y judíos (por no mencionar a kurdos, alevies, laz, circasianos, georgianos, etc.) han estado expuestos a la violencia cotidiana y prejuicios de todo tipo no sólo desde la fundación de la República de Turquía sino durante la época final del Imperio Otomano. La “turquificación” de las minorías religiosas afectaba lo más profundo de la identidad personal e implicaba un abandono de todo signo de pertenencia a dicha minoría (idioma, religión, cultura). En Club Estambul vemos a personajes ocultando su nombre verdadero, su cultura e idioma e intentando, en algunos casos desesperadamente, mostrarse como patriotas turcos.
Un error común al aproximarse al estudio y análisis de la Turquía moderna es creer que el proyecto secular establecido por Atatürk y continuado por la élite kemalista implicaba una ruptura total con el pasado otomano en el cual la religión era el indicador central de uno mismo y del “otro”. Una observación más profunda nos revela similitudes entre ese pasado otomano y la Turquía actual. Una de esas similitudes, que señala muy bien Gülay Türkmen es que “en ambos períodos se registraron los intentos de implementación de la occidentalización y modernización, que, al mismo tiempo, mantuvieron al islam sunita en su centro.”
La violencia social
El pasado imperial turco aún gravita en las políticas del Estado y en las prácticas sociales de amplios segmentos de la población. Se olvida que en dicha herencia imperial se incluyen historias de masacres, genocidios, exilios forzosos y negación de minorías nativas de Anatolia y que precedieron por siglos la llegada de las invasoras tribus turcas en el siglo XI.
Ese pasado imperial, que validó y continúa validando la violencia hacia los grupos jerárquicamente más débiles (con episodios de soberbia magnanimidad), es tanto estructural como social. Si a eso sumamos una incapacidad general para lidiar con las violencias fundacionales, estructurales y sociales del país tenemos como resultado un estado en el cual aún hay censura y temor de reconocer el genocidio sufrido por los cristianos, en el que se pretenda que los ciudadanos turcos no musulmanes ocupen un lugar subordinado y silencioso y se transformen iglesias y museos históricos en mezquitas, todo bajo un neo otomanismo rabioso impulsado por el sultán Erdogan quien pretende llegar al centenario de la República (2023) mostrando al mundo que en la Turquía del siglo XXI los no musulmanes, homosexuales, disidentes políticos así como estudiantes y académicos críticos no tienen lugar.
El gran mérito de Club Estambul es mostrarnos las grietas de la modernidad y secularismo turco, la cotidianeidad de los abusos y la búsqueda de sumisión del judío, armenio y griego pues tanto en la década de los cincuenta del siglo XX, mostrada magistralmente en los capítulos de Kulüp, como en 2022 Turquía aún no resuelve su relación con su pasado ni las bases mínimas desde las cuales construir una identidad nacional en la cual el diferente, el “otro” tenga no sólo cabida sino una posición de igualdad y dignidad.
El fantasma otomano se percibe en los capítulos de Kulüp. Está ahí en la homosexualidad negada, la solidaridad de la minoría, la sospecha eterna del “otro”, la paranoia de no ser lo que se dice y desea ser, la relación amor/odio con la cultura europea y en todas y cada una de las vidas de los personajes de esta estupenda serie que nos invita a ver las heridas abiertas turcas.