Autor: Federico Gaon
El 21 de marzo el presidente estadounidense Donald Trump anunció por Twitter que llegó la hora de reconocer la soberanía de Israel sobre los Altos del Golán. Finalmente, lo hizo oficial el 25 de marzo con una proclamación en la Casa Blanca en presencia del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Evidentemente, siguiendo el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, la decisión de Trump fue recibida con júbilo por el liderazgo de dicho país. En cambio, tal y como era previsible, la nueva política de Washington fue condenada por varios países y por los adversarios del Estado hebreo.
La noticia ha sido tratada desde distintos ángulos, cubriendo algunas verdades y difundiendo a la vez ciertos mitos. Por eso, a razón de las circunstancias, vale la pena revisar la situación del Golán y preguntarse en qué cambia o afecta a Medio Oriente el anuncio de Trump, y si acaso tienen sentido las alarmas de la comunidad internacional.
En primer lugar, cabe decir que Israel le arrebató los Altos del Golán a Siria durante la guerra de los Seis Días. Se trata de un territorio de vital relevancia geoestratégica. Por lo pronto, como su nombre lo indica, el relieve elevado se traduce en una ventaja militar que le permite a su dueño contener o anticipar ofensivas terrestres lanzadas por el enemigo. Hasta la guerra de 1967, los sirios tenían una posición clara desde donde disparaban fuego de artillería hacia la planicie israelí cuesta abajo. A la inversa, luego de la guerra, los israelíes pueden ver con claridad lo que transcurre en la frontera siria, y desplazar equipamiento a solo 50 kilómetros de Damasco.
En la era de los drones y las imágenes satelitales, la importancia topográfica del Golán ha perdido cierta relevancia, pero no por eso el territorio pierde sus ventajas estratégicas. Sin ir más lejos, la región es fundamental por sus recursos acuíferos. En 1964, los sirios comenzaron a implementar un plan de la Liga Árabe para desviar dos de las tres fuentes del río Jordán –los ríos Hasaní y Banias en el Golán– a los efectos de impedir que fluyan hacía el Mar de Galilea en territorio israelí. En base a este precedente, se entiende que el control por los recursos acuíferos es uno de los factores causales que llevaron al conflicto de 1967; y da cuenta de que tan vital es el Golán para la seguridad israelí.
Durante la jefatura de Menachem Begin, en 1981, la Knesset (parlamento) israelí aprobó por amplia mayoría una ley para formalizar la jurisdicción israelí sobre las alturas en disputa. Sin utilizar expresamente el término “anexar”, la ley incorporaba el territorio al Estado judío. Podría decirse que la medida buscaba dificultar la posibilidad de que dicha conquista fuese revertida durante potenciales negociaciones con los sirios, tal como sucedería en relación con el Sinaí, luego de que en 1979 Israel acordara replegarse de la península a cambio de firmar la paz con Egipto.
Desde entonces, o por lo menos hasta ahora, ningún país acepta esta ley como válida, habiendo sido incluso condenada unilateralmente por las potencias del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (en la resolución 497). Lisa y llanamente, la comunidad internacional postula que la presencia israelí en el Golán es ilegítima y que por tanto viola el derecho internacional. En este sentido, este consenso normativo constituye motivo suficiente para que la mayoría de los Estados expresen preocupación a raíz de las declaraciones y acciones del presidente norteamericano.
Mito: el derecho internacional es justo e imperativo
Quienes al día de hoy cuestionan el derecho a existencia de Israel suelen argumentar que el orden colonial anglo-francés, complotado en el famoso acuerdo Sykes-Picot de 1916, no tenía ningún tipo de sustento legal otro que el antipático derecho de conquista. Haciendo un planteamiento retroactivo, minando la legitimidad de los mandatos coloniales, pretenden socavar la raison d´etre de Israel, uno de sus Estados sucesores. No obstante, teniendo en cuenta que hasta la primera mitad del siglo XX no existían conciencias nacionales entre los árabes, creo que–en teoría– perfectamente se podría aplicar el mismo mecanismo rebuscado para negar el derecho de autodeterminación de los palestinos, jordanos, sirios y libaneses, negando así la razón de ser de estos países.
Desde un punto de vista racional y práctico, si cuestionamos la artificialidad de las fronteras dibujadas sobre el mapa de Medio Oriente, y aplicamos la misma vara para todos los actores de la región, entonces Israel tiene el mismo derecho sobre el Golán que reclama Siria, con la importante diferencia de que el primero ejerce soberanía hace cinco décadas y el segundo no. Como no puede reconquistar el territorio por la fuerza, Siria acude al derecho internacional público, y apela al temor que tiene todo Estado a perder territorio o soberanía en manos de otra fuerza. Es decir, siendo que el derecho internacional se desprende del consenso entre los países, el corpus legal tiende a ser utilizado para justificar posturas inflexibles que sacralizan tramos fronterizos como inamovibles. Todo historiador sabe que esta obsesión con las fronteras del pasado es contraintuitiva al dinamismo de la experiencia humana.
El debate entre soberanía y autodeterminación se encuadra en principios del derecho internacional, y no obstante casi siempre refleja cinismo e hipocresía. La república turca no reparó en el decoro de las normas internacionales que ahora invoca cuando anexó Hatay (Alejandreta / Iskenderun) en 1939, “la provincia perdida” de Siria en el norte de Latakia. A su vez, Siria no se dejó amedrentar cuando invadió Líbano en 1976, controlándolo hasta 2005. Ankara tampoco se dejó afectar por la opinión internacional cuando Erdogan ordenó a sus tropas ocupar las localidades sirias de Afrín y Yarablus. Asimismo, Rusia, que por obligación para con Bashar al-Assad criticó a Trump, le quitó Crimea a Ucrania pese a prácticamente recibir condena universal.
En definitiva, cada Estado persigue sus intereses nacionales y vela por su seguridad de la mejor manera que puede. El caso de los Altos del Golán no es diferente. Lo cierto es que más allá de lo que se diga en público, detrás de bastidores la presencia israelí sobre estos territorios es prácticamente vista como irreversible, sobre todo luego de la guerra civil siria. Las condenas hacia el gesto ofrecido por Trump responden a los predicamentos de las políticas internas y externas de los países; que se oponen flagrantemente a Israel, o bien –como los europeos– necesitan aparentar neutralidad y contrarrestar decisiones que el día de mañana puedan fijar precedentes que se les puedan volver en contra.
Por lo dicho recién, y haciendo paralelismos mentales, si la anexión del Golán es legítima, ¿por qué no lo sería la ocupación o incorporación de Crimea a Rusia? ¿Y la discutida soberanía de Armenia en Karabaj? O por ilustrar con un ejemplo hipotético, ¿qué pasaría si Trump reconociera a una Escocia o a una Cataluña que se proclamara independiente? En política global es muy difícil escapar a este tipo de relativizaciones, dejando entrever las falencias y debilidades del derecho internacional.
Mito: el reconocimiento de Estados Unidos del Golán israelí desestabilizará la región
Si Trump dijo que su decisión traerá estabilidad, los detractores de Israel dijeron precisamente lo contrario. Saeb Erakat, el negociador palestino por excelencia, expresó que legitimar la ocupación sobre el Golán seguramente traerá sangre y desestabilidad. Igualmente, Recep Tayyip Erdogan, el “sultan” de los turcos, dijo que con esta jugada Trump le regala a la región otra crisis. En realidad, estas aseveraciones no tienen ningún tipo de asidero, y las columnas que reflejan esta preocupación solo ofrecen aforo a la propaganda antiisraelí.
En términos normativos, los Altos del Golán pertenecen –o mejor dicho deberían pertenecer– a Siria porque en 1920 Gran Bretaña cedió el territorio a Francia. Los británicos y franceses acordaron el establecimiento de mandatos coloniales en territorios que hasta entonces eran parte del Imperio otomano, y Siria no obtendría su independencia hasta 1946. Pero a juzgar por esta realidad, el Golán ha estado en manos israelíes más tiempo, aun si se toma como fecha de partida el inicio del dominio colonial francés en el Levante. Además, la experiencia demuestra que la anexión israelí no ha causado perjuicio a la estabilidad regional. Por el contrario, y pese a no existir acuerdo de paz entre Damasco y Jerusalén, de los frentes entre Israel y sus enemigos, el Golán es tradicionalmente visto como el más frio o estable. No ha habido enfrentamientos de alta intensidad desde la guerra de Yom Kippur de 1973.
A juzgar por la desestabilización que trajo la guerra civil siria, incluyendo la presencia de yihadistas y militantes cerca de la frontera israelí, cabe preguntarse que hubiese ocurrido si Israel le hubiese cedido el Golán a su vecino. Pese a la ley de 1981, durante la década de 1990 los Gobiernos laboristas de Isaac Rabin y Ehud Barak tantearon y ofrecieron dicha posibilidad a cambio de garantías que Hafez al-Assad (padre de Bashar) no estuvo dispuesto a considerar.
Algunos analistas sugieren que, en términos prácticos, la decisión de Trump solo trae atención mediática a una controversia que estaba congelada como última en la lista de prioridades. Sostienen que los iraníes, cuya influencia Trump quiere contrarrestar, paradójicamente utilizarán este episodio para “ganar” autoridad moral, haciendo propaganda para convencer a la calle árabe de que estar con Teherán es estar con la resistencia (contra los designios de la supuesta conspiración sionista). O sea, el meollo distrae al público: resta atención a los problemas de Siria y los reemplaza con indignación por un asunto con alto peso simbólico, pero limitada trascendencia en los hechos de Medio Oriente, pues es muy difícil que haya un impacto en las esferas de la alta política.
Los países sunitas no dejarán de oponerse a Irán, y ciertamente no sacrificarán las relaciones con Washington por una cuestión que no afecta a sus intereses nacionales. Aunque hubiesen preferido que Trump no diga nada, para así ahorrarse el infortunio de tener que dar declaraciones pour la galerie, para consumo interno, no tienen razón para exagerar lo que en rigor se traduce como la confirmación de una realidad que puertas adentro ya era aceptada por todos.
Verdad a medias: la decisión perjudica el proceso de paz entre israelíes y palestinos
Los dirigentes palestinos han expresado inequívocamente que esta decisión marca un precedente negativo a los efectos de solucionar el conflicto que mantienen con los israelíes. Es una percepción honesta compartida por muchos israelíes. Como en política las creencias tienen un impacto en el proceso de toma de decisiones, las percepciones valen por sí solas. Pero creo que la postura de los dirigentes palestinos presenta una verdad a medias porque también se podría argumentar que la medida de Trump traerá un resultado contrario.
Es cierto que el clarísimo favoritismo que Trump manifiesta hacia Israel hace que Estados Unidos pierda confianza en la calle palestina, forzando a sus líderes a decir que Washington ha perdido legitimidad como honest broker (mediador imparcial) en la disputa. Según una encuesta llevada a cabo en marzo de este año por el Palestinian Center for Policy and Survey Research (PSR), el 80% de los palestinos se opone al plan de paz que Trump supuestamente presentará en los próximos meses. Los encuestados dan por asumido que el plan, sea cual sea su forma, será perjudicial para ellos.
Dennis Ross, uno de los diplomáticos estadounidenses que más han transpirado la cuestión israelí-palestina a lo largo de múltiples presidencias, opina que las acciones de Trump le demuestran a la derecha nacionalista en Israel que todas sus aspiraciones se resolverán solas con el paso del tiempo. El supuesto corre de la siguiente manera: “si aguantamos lo suficiente, tarde o temprano reconocerán nuestras posesiones territoriales como realidades inalterables”. Este miedo es válido, en especial si se toma en cuenta que la sociedad israelí se está derechizando, pues cada vez descree más que la solución de dos Estados traiga paz y seguridad.
Por mi parte, yo opino que esta ecuación puede invertirse, y que estos miedos no necesariamente impedirán algún acuerdo. Como establece el historiador Martin Kramer, el reconociendo del Golán como territorio israelí encarna el precio de decirle que “no” al presidente de Estados Unidos. Así como Assad padre perdió la oportunidad de recuperar las alturas cuando Israel estuvo dispuesto a negociar, acaso suponiendo que el tiempo estaba del lado sirio, los palestinos se percatarán de que el tiempo puede jugar en contra de sus intereses.
También en la política palestina, tanto islamistas como seculares asumen tradicionalmente que el tiempo juega a su favor. Mientras que los israelíes esperan que el tiempo traiga legitimación, los palestinos se remiten a una simple cuestión de aritmética demográfica entre judíos y árabes en general. Desde este punto de vista, como las zanahorias que Israel y Estados Unidos ofrecieron en las negociaciones de Camp David (2000) y Annapolis (2008) no pudieron cambiar la mentalidad de Yasir Arafat y sus herederos, quizás los garrotes arrojen una respuesta diferente. En diciembre de 2017 utilicé este mismo supuesto para argumentar que la decisión de mover la embajada a Jerusalén podría acercar un acuerdo de paz.
Para bien o para mal, los garrotes y la fuerza bruta es el lenguaje político por excelencia en Medio Oriente. En este aspecto, Israel es poderoso y la Autoridad Palestina no lo es. Cuanto más espere o menos invierta el segundo actor para reconciliarse con el primero, menor serán sus posibilidades de alcanzar concesiones en la mesa de negociación. Además, más allá de que Trump despierte oprobio, la influencia de Estados Unidos no se puede obviar. En agosto de 2018 Washington ya castigó a Ramalaquitándole subsidios anuales por 200 millones de dólares en concepto de ayuda a refugiados palestinos.
Asumiendo que solo el tiempo dirá cuál de los dos supuestos explica mejor los éxitos y fracasos del proceso de paz, la noción de que el reconocimiento del Golán como territorio hebreo perjudicará el prospecto de paz entre israelíes y palestinos es una verdad a medias. Por ello, quedará por verse qué impacto tiene esta jugada en la propuesta de paz que Estados Unidos anunciará más adelante. De inmediato, como el Golán no es reclamado como tierra palestina, no habrá consecuencias inmediatas.
Verdad: el gesto de Trump beneficia a Benjamín Netanyahu
Muchos observadores argumentan que el reconocimiento del Golán como israelí llega y actúa como un empujón electoral para el primer ministro Benjamín Netanyahu, quien está en la última etapa de la campaña que culmina con las elecciones del 9 de abril. Creo que esta interpretación es muy válida, sobre todo teniendo en cuenta la relación cercana entre ambos líderes. No es secreto que Netanyahu apalanca su campaña en eslóganes de seguridad y fuerza, mostrándose en afiches y gigantografías junto con Trump. Sin dudas, el presidente norteamericano interfiere en el proceso electoral israelí, y posiblemente perjudica a la primera fórmula opositora, la centrista “Azul y Blanco” (Kahol Lavan).
No obstante, el aparente apoyo hacia “Bibi” también puede ser visto como una concesión frente al ala conservadora del partido republicano, la mayora promotora de Trump en el Congreso. No por poco, en lo que debería considerarse una jugada de relaciones públicas maestra, el 11 de marzo Netanyahu y el embajador estadounidense en Israel, el abiertamente derechista David Friedman, llevaron al senador republicano Lindsey Graham de paseo por el Golán. Frente a las cámaras, Graham, quien representa los intereses de la comunidad evangélica, aseguró que le pediría a Trump reconocer la soberanía israelí.
Este análisis ya ha sido utilizado para justificar la decisión de Trump de mover la embajada estadounidense a Jerusalén. Hasta ahora, y a modo de conseguir el voto de los creyentes, todos los presidentes desde Bill Clinton en adelante afirmaron en campaña que la Ciudad Santa es la capital de Israel, prometiendo trabajar para internacionalizar este propósito. Trump fue el único que cumplió. Sin embargo, obviamente el Golán no tiene la misma connotación emocional o religiosa que tiene Jerusalén.
En la política el timing lo es todo, y esto lleva a preguntarse por qué Trump decidió hacer lo que hizo; y por qué en pleno contexto electoral en Israel. Algunos dirán que el magnate primero twittea, después piensa y luego consulta. La respuesta menos ingenua es que sus declaraciones son un obsequio para recompensar y fomentar la lealtad entre amigos y aliados. Por último, seguramente quiere dejar en claro que, pese a las críticas que sostienen que Washington se aleja progresivamente de los asuntos de Medio Oriente, Estados Unidos no se desentiende de lo que ocurre en la región.