La Nueva dinámica en la competencia geopolítica entre Estados Unidos e Irán

Cuando Washington decidió lanzar un misil Hellfire en contra de Qassem Soleimani envió a Teherán el mensaje que una nueva fase en la competencia geopolítica entre ambos había empezado.

Durante quince años, el vacío de poder creado por la caída de Saddam Hussein le permitió a Teherán construir una esfera de influencia que se extiende desde el sur de Irak hasta el Líbano, haciendo realidad una de sus ambiciones geopolíticas: una Media Luna iraní en el corazón del Medio Oriente. La importancia de esa esfera de influencia para los imperativos geopolíticos iraníes radica en “romper” ese asedio que sus rivales regionales le habían impuesto desde el derrocamiento del Sha en 1979. Qassem Soleimani fue el arquitecto de esa obra geopolítica y sus pilares son la red de milicias chiitas vinculadas a Teherán.

Sin embargo, la falla fatal de esa obra es que difícilmente podría consolidarse ya que su principal punto de apoyo (esa red de milicias chiitas) no posee la fuerza suficiente para imponerse en sus respectivas zonas de operación; en el mejor de los escenarios, la influencia militar podría traducirse en influencia política, y en esta esfera de competencia, los rivales regionales de Irán (Arabia Saudita, Emiratos Arabia Unidos, Turquía e Israel) también tendría una oportunidad aprovechando las oportunidades inherentes al juego político dentro de Irak, Siria y Líbano (esta dinámica – en diferentes grados de desarrollo – está en curso).

Después de 19 años de encontrarse en medio de guerras asimétricas en el Medio Oriente, Estados Unidos recuperó la política de la “gran estrategia” enfocándose en el juego geopolítico más amplio contra China y Rusia. Sin embargo, reducir la presencia estadunidense en la zona requería una política más pragmática dirigida a mantener un equilibrio de poder regional que llevara las diferencias entre las partes al terreno político y fueran menos necesarias las grandes intervenciones militares estadunidenses. Ante este objetivo, Washington necesita contener y reducir los efectos desestabilizadores de la esfera de influencia iraní, y ha pasado desde el desconocimiento del acuerdo nuclear, a las sanciones económicas y las operaciones militares directas (aunque limitadas) en contra de Irán. El objetivo último de Washington es crear una atmósfera que permita a Irán ser un elemento clave del equilibrio del poder, al mismo tiempo que se reducen sus ambiciones imperialistas.

Dentro de este contexto se deben interpretar los últimos roces entre Washington y Teherán en Irak. Difícilmente habrá un punto de acuerdo entre ambos ya que la desconfianza histórica es profunda, así como las diferencias de enfoque que dirigen sus respectivos aparatos político y militar. Aunque haya momentos que permitan respirar, la tensión es parte de la relación entre ambos. Es necesario un cambio profundo, o al menos un punto de acuerdo, que permita a los dos llegar a un acuerdo pragmático para reconfigurar la zona; este proceso aún no termina, está por empezar.