El retorno del judío paria en la escena social e internacional
En este artículo, se explora la forma en que el antisemitismo regresa a la primera plana de la política internacional. Las razones más profundas, como la búsqueda de los causantes primarios del antisemitismo, son elusivas, pero sí es posible analizar cómo funciona su comportamiento en la actualidad
El antisemitismo es un fenómeno histórico elusivo. Muchos fenómenos sociales pueden ser elusivos, no es el único. Por ejemplo, el conflicto de clases sociales suele escapar a la visión de su rol estructurante de los hechos históricos. O la irracionalidad humana, que tanto da que hablar a la filosofía y a la psicología.
La elusividad consiste en que estamos ante un hecho que se desarrolla ante nuestros ojos pero que es invisible a ellos. Por supuesto, las pasiones en la sociedad, siempre tienen un rol en esa invisibilidad.
Pero no se trata de una invisibilidad ante el fenómeno mismo del antisemitismo. Cualquiera puede constatar que hay un aumento del antisemitismo, en la violencia física y los discursos. Se trata de una invisibilidad que oculta sus causas, y al mismo tiempo contribuye a ellas.
En la historia, el antisemitismo tuvo un rol importante en el desarrollo de acontecimientos trágicos pero los historiadores no judíos suelen minimizarlo o directamente lo invisibilizan. Lo mismo ocurre con la invisibilidad del rol de la esclavitud en las economías, el rol de las mujeres en diversos campos del desarrollo de la sociedad, etcétera.
Los historiadores de la Segunda Guerra Mundial, han escrito tomos enteros sobre las disputas de las potencias, sus tratados, invasiones, carreras tecnológicas, y demás. El exterminio judío, que tuvo un rol importante en el desarrollo de los acontecimientos de ese periodo histórico, aparece como un hecho accesorio o una nota al pie. O queda diluido en una observación general sobre el racismo del que fueron víctimas otros pueblos. La especificidad del genocidio judío se convirtió así en un objeto de estudio histórico específico, de parte de especialistas judíos y no judíos, pero la historia académica dominante no incorpora este objeto de estudio en relación con los acontecimientos generales.
Por ejemplo, pocos historiadores prestaron atención al hecho de que la campaña de exterminio judío, que implicaba una enorme inversión en su despliegue industrial (ferrocarriles, campos de concentración, hornos crematorios, etcétera), que era tan colosal que llegaba a entorpecer el dinamismo de la guerra, necesario para triunfar ante los enemigos del nazismo. O que Hitler, en su obsesión antisemita, llegó a subestimar la resistencia del pueblo soviético, “porque los rusos son muy judíos” (la doctrina bolchevique era para los nazis una doctrina judía).
No sólo ocurre que no se presta atención al antisemitismo como teniendo un rol importante en la guerra, tampoco se lo hace en su génesis. El nazismo nació y se consolidó especialmente como una doctrina conspirativa antijudía. Luego de la derrota de Alemania de la Primera Guerra Mundial y la humillación que sufrió de parte de los vencedores que la obligaron a pagar deudas exorbitantes, el nazismo no dirigió la frustración contra Francia o Inglaterra, no estaba en condiciones de realizar una guerra con las potencias aliadas. Eligió el chivo expiatorio perfecto y antiguamente conocido: el judío. Y demonizó dos ideologías que eran importantes: el liberalismo democrático y el comunismo, que por supuesto, son invenciones judías en su mentalidad paranoica. Alemania inició así su “guerra contra el mundo” (el mundo entero estaba repartido entre capitalismo y comunismo), y para ello necesitaba eliminar a los judíos, que eran elementos extraños cómplices del capitalismo o el comunismo (ambos sistemas contemplaban la existencia del judío en sus sociedades, como emprendedor individual, o como constructor de la patria universal socialista).
No es relevante para nosotros si el antisemitismo nazi fue un fenómeno “espontáneo” o un mero cálculo maquiavélico (en mi opinión no fue ninguna de ambas cosas). Lo que es relevante es que tuvo un rol crucial en la Segunda Guerra Mundial.
Los negacionistas del Holocausto, que no son “delirantes”, saben o intuyen que el antisemitismo es un fenómeno que tiende a invisibilizarse, por lo tanto sólo redoblan el esfuerzo de invisibilización para restaurar el odio antijudío. Los negacionistas han llegado al extremo de negar la existencia de cámaras de gas o siquiera de un número importante de víctimas judías. Es muy fácil ridiculizarlos por negar hechos reales y documentados, pero se subestima su poder de generación de ideas, más precisamente, de la recreación de las ideas antijudías en el cuerpo social.
Tesis neonazis que ya son sentido común
Algunas de las tesis clásicas de los neonazis que fueron difundidas ni bien terminó la Segunda Guerra Mundial buscan negar que los judíos fueron víctimas de un genocidio antisemita, y graficarlos como victimarios:
- los judíos no fueron víctimas, ellos se hacen las víctimas para recibir compensaciones monetarias o recibir un Estado a costa del pueblo palestino
- los judíos son los verdaderos racistas al excluir al no-judío. Israel es un estado apartheid que discrimina a no judíos
- del mismo modo que se hizo la víctima del Holocausto, hoy se hace la víctima de los palestinos o los musulmanes. Israel es un estado fuerte militarmente, no es débil, y no puede acusar a sus críticos de antisemitismo
- los judíos no existen, son razas mixtas que se creen una sola. Son sólo europeos invasores de Palestina que usaron su religión para imponer el colonialismo
Hay más, de corte más o menos delirante. A pocos decenios de terminada la Segunda Guerra Mundial, esas tesis no eran consideradas seriamente en el mundo occidental. Como decía el escritor húngaro Imre Kertész: “los antisemitas abiertos en los primeros años de finalizada la Segunda Guerra Mundial eran sólo gente muy estúpida”.
Sólo neonazis o organizaciones como el KKK estadounidense las sostenían con convencimiento. Y David Duke, su actual líder, expone las mismas tesis propalestinas que la extrema izquierda. En todo el Medio Oriente esas tesis eran (y son todavía aunque en menor medida), tesis oficiales de Estados. La lucha palestina nació inspirada en el nazismo del Mufti de Jerusalén y el antisemitismo continúa formando parte del discurso político de sus dirigentes, de los más fundamentalistas a los más moderados. El odio antisemita forma parte de la instrucción escolar de sus niños hasta el día de hoy.
Esas tesis, al menos desde los últimos 20 años de la historia occidental, han vuelto a ser sentido común. Caricaturas antisemitas que eran vistas sólo en pasquines marginales nazis o en periódicos de Medio Oriente, han regresado a medios de comunicación tan prestigiosos como el New York Times.
El odio hacia el único estado judío del mundo, que fue creado también como un refugio contra el antisemitismo, se refleja en las primeras planas de los periódicos occidentales. Un conflicto que tiene muchas menos bajas humanas en el mundo llama más la atención que otros conflictos en los que mueren cientos, miles de personas por causas similares (étnicas, religiosas, políticas). En la vecina Siria, murieron en la ignominia 500 mil personas durante diez años sin que fuese preocupación permanente en el Consejo de Seguridad en la ONU ni primera plana de los periódicos. No se trata de “whatabouterism” (neologismo en inglés que denota el intento de desviar la atención argumentando no lo que uno hace sino lo que hacen los otros). Lo sería si Israel cometiera acciones comparables al régimen sirio.
El odio desproporcionado a Israel tiene el mismo rol que el antisemitismo nazi: Israel es considerado el país más desestabilizador del planeta (el fallecido Nobel alemán Günther Grass, que llegó a decir que Israel es mucho más peligroso que Irán y que podría poner en peligro la paz mundial) y se lo culpa de cometer actos inexistentes y que solo existen en la mentalidad conspirativa.
En el caso de la Alemania nazi, la leyenda de la “puñalada por la espalda” judía era la que sostenía que los judíos estaban detrás de las crueles compensaciones exigidas por las potencias por la derrota de la Primera Guerra Mundial. Es un arquetipo que se resiste a morir en la mente colectiva.
La víctima es el victimario
En el caso del Israel contemporáneo, se lo acusa de cometer un acto completamente inexistente: el “genocidio palestino” (la ocupación existente no resiste ningún parámetro de la definición de “genocidio”) y se lo demoniza como “asesino de niños”, reflotando un antiguo y persistente mito antijudío europeo que sostenía que los judíos asesinaban ritualmente un niño cristiano para la Pascua. Lo mismo ocurre con las mentiras de que Israel quita el agua a los palestinos, etcétera. No sólo eso, se trata de un odio más perverso: acusa a la víctima, judía, de ser nazi. La acusa de cometer un genocidio. El nacionalismo palestino antisemita es muy irresponsable al presentar a los palestinos como “víctimas judías” de los judíos, pero lamentablemente es inteligente porque encuentra eco y empatía con el antisemitismo occidental, y con las conciencias occidentales con culpa por haber cometido el genocidio judío.
Primero, se niega que hubo víctimas judías (para extraer supuestos beneficios egoístas), segundo, se le acusa a la víctima judía de realizar a los otros lo que hicieron con ella (un genocidio). La contradicción es lógicamente evidente, pero no lo es a nivel social y emocional.
Muchos dirigentes y funcionarios de élite en Europa u Occidente coligan con esas ideas, aún formuladas de modo más “correcto”. Así, el ex-jefe de la CIA John Brennan escribió en Twitter que “un pueblo sufrido como el judío debería haber aprendido la lección de lo que hicieron con él”. Si bien no está acusando de nazi a Israel, lo hace subrepticiamente: invisibiliza el hecho de que el odio antisemita (genocida en esencia: Israel debe desaparecer, por las bombas o eliminando la identidad judía de su estado) cumple un rol importante en el conflicto en el Medio Oriente con Israel, en especial de parte de Irán y de los dirigentes palestinos, nacionalistas o islamistas.
Además, no dice qué supone “haber aprendido la lección”: ¿ser sumiso de nuevo y no mostrar voluntad de defensa?, porque bajo ningún parámetro la opresión hacia los palestinos (checkpoints, falta de soberanía estatal) es comparable a la opresión nazi. Tienen autonomía, parlamento y policía propios. Ni siquiera es comparable a lo que realizan otros regímenes autoritarios en el mundo, que directamente buscan borrar la identidad de sus minorías oprimidas, de modo simbólico o físico. Si estas medidas de defensa ante el terrorismo, como así también las respuestas a los misiles lanzados desde Gaza, son catalogadas como opresión ilegítima, la consecuencia lógica es la renuncia a defenderse.
Dijimos que había que conectar el antisemitismo nazi a los hechos de la Segunda Guerra Mundial. Pero lo que cuesta entender hoy es: ¿cuál es la conexión entre el antisemitismo anti-Israel y los hechos geopolíticos que están teniendo lugar en la historia contemporánea?
Centralidad
Alguna conexión tiene que haber, dado el reciclaje de la centralidad de la figura judía en la historia. Israel es el país más discutido o sancionado tradicionalmente en el Consejo de Seguridad de la ONU, con récords absurdos. Israel es primera plana de los periódicos en cada vuelta de conflicto con Hamas. Al mismo tiempo, explota el odio antisemita en las redes sociales haciendo nula la capacidad de defensa de Israel. El odio antisemita dicta el ritmo ideológico incluyendo en su órbita a personas de buena voluntad que no odian y creen buscar la justicia. En síntesis, se convierte en sentido común.
El antisemitismo anti-Israel tiene un rol importante como “galvanizador” de los fermentos ideológicos contemporáneos. Los neonazis en Estados Unidos y Europa se sienten a sus anchas porque pueden volver a atacar al judío sin inhibiciones, pero también porque el resto de la sociedad, que también experimenta un retorno de los extremismos, adoptó el antisemitismo.
En el caso de la izquierda, su adopción de las “tesis neonazis” o “tesis palestinas”, la hizo renunciar a sus tradicionales luchas por teorías conspirativas, que ocultan su crisis de identidad y de influencia política transformadora. Así, el neoprogresismo persigue a los judíos y a Israel boicoteándolo en la academia, incluyendo violencia verbal y física. En el país que era impensable hace unos años el retorno del antisemitismo violento, Estados Unidos, ya es endémico que ningún estudiante judío (no judío, por supuesto que tampoco) pueda manifestar su solidaridad con Israel sin recibir violencia o acoso verbal y físico.
Globalistas vs nacionalistas
Ya a varias décadas de terminada la Guerra Fría y la globalización liberal, ingresaron a la escena dos “ideologías” (ponemos comillas porque es un fenómeno más complejo que una ideología delimitada): el globalismo y el nacionalismo. Se trata de una disputa bastante fuerte entre aquellos partidarios de una globalización (neoliberal, posnacional), y de la restauración de los estados soberanos, celosos de su identidad. En cierto modo, se trata de la reedición de una vieja disputa, que la historia registró en el siglo XIX. Sociológicamente, los partidarios del globalismo pertenecen a los sectores más avanzados de la economía, controlados por corporaciones estadounidenses de alta tecnología y con intereses en todo el mundo. Para consolidar su dominio, es importante que los estados debiliten sus soberanías (cediendo el control de la información y sus réditos a esas corporaciones), y que las identidades sean procesadas en términos de exotismo de consumo que aportan valor mercantil (un plato exótico de un país remoto con beneficios particulares en la salud, o una práctica espiritual chamánica de otro país remoto, por ejemplo) en la medida que pueden ingresar al magnífico circuito de producción y consumo generando millones de dólares con un solo click.
Los “nacionalistas” o localistas, generalmente reflejados económicamente por industrias más relegadas o de carácter extractivo, resienten que los globalistas restrinjan las soberanías de los estados y sus identidades. Les dictan políticas migratorias no selectivas que implican la importación de población demasiado extraña culturalmente e inasimilable para sus parámetros (los musulmanes), sin embargo apuntan no cualquier inmigración sino aquella que importa fanatismo religioso, costumbres retrógradas y terrorismo asesino.
Los “nacionalistas” se resisten a que sus identidades e historias nacionales sean borradas en nombre de la tolerancia.
En cambio, para la ideología globalista, “todo nacionalismo es malo porque recuerda al nazismo y sus desastres”. De ese modo, se busca el remplazo de las identidades nacionales por otras globales, como la “europea”, cambiando valores como la soberanía o la defensa por otros como la “cooperación internacional”, “mercados comunes”, etcétera.
El antisemitismo ingresa en esta disputa, casi como un hecho necesario y mimético: para los nacionalistas, los globalistas son la antigua cara de los banqueros judíos, siendo el judío George Soros, el financista de las ONG´s que obran en varios países en nombre de la democracia y los derechos humanos ejerciendo presión sobre los gobiernos, la encarnación última de la serie de conspiradores globales antinacionales tras las sombras.
Por supuesto, el hecho de que reiteradas veces estas ONG´s son instrumentos semi estatales utilizados por potencias occidentales como modo indirecto de presión política, sólo refuerza el prejuicio antisemita contra Soros, que inclusive judíos en la derecha política suelen caer (como Yair Netanyahu, el hijo de el ex premier Benjamin Netanyahu).
Para los globalistas, el judío Israel en su “perfidia” por conservar su identidad y por defenderse, representa el estado nacional más “anacrónico” (tesis repetida hasta el hartazgo por sus intelectuales) y no tiene derecho de existir porque recuerda a lo peor del nacionalismo europeo. En realidad, les molesta aún más que Israel, al mismo tiempo que defiende su identidad y soberanía, sabe jugar bien al juego global interactuando con otras culturas, siendo abierto al mundo, a la innovación y con capacidad de autocrítica. Y no sólo eso, logra mantener parámetros democráticos y respeta leyes internacionales, aún con las limitaciones e irregularidades ocasionadas por la situación de la ocupación beligerante en los territorios disputados con los palestinos.
En su visión, es imposible jugar ambos juegos. Es peligroso porque les puede enseñar con el ejemplo a los países nacionalistas que se puede ser más inteligente y cosmopolita además de provinciano, atrasado y apoyado en industrias extractivas. En otras palabras, les inquieta que su proyecto “posnacional” puede recibir un límite a su expansión, no precisamente desde un nacionalismo cerrado sino abierto como el israelí.
Muchos nacionalistas y derechistas admiran esa combinación de nacionalismo con inteligencia y apertura que tiene Israel, aunque su antisemitismo -que solo cree reflejarse de modo falso en el nacionalismo israelí como si fuera una versión de su idolatría de la sangre y el suelo- les lleva a subestimar, cuando no negar, aquel aspecto democrático y amante de la vida que tiene Israel. En eso, tanto globalistas como nacionalistas coinciden en esa subestimación, porque para ellos todo en la vida individual y social es, en realidad, sólo “pulsión de muerte” (intereses empresariales, para los globalistas, o sangre y suelo, para los nacionalistas).
Es aquí, como cuando el nazismo apuntó su mirada desesperada y odiosa al judío en su disputa contra el comunismo y el capitalismo, donde se repite el mismo patrón. Hoy se mira al judío en medio de la disputa cruenta, entre globalistas y nacionalistas. El “antiimperialismo” en Medio Oriente y Occidente, en sus formas soberanistas de izquierda, de derecha, o islamistas, tienen a Israel como objeto de odio porque juega -relativamente, como cualquier otro estado- a nivel global en cooperación “con todos”, y no como parte de uno de los bloques de los que están en disputa.
Por otra parte, China admira a Israel por su inteligencia e innovación, como proyección de lo que les falta a los chinos para ser potencia mundial, y muchos chinos han realizado investigaciones y videos culturales que tratan de “desentrañar el misterio de la inteligente mente judía”, llegando a tesis discutibles como la influencia del Talmud en la innovación y creatividad (la mayoría de los emprendedores exitosos israelíes son seculares y no fueron a una yeshivá talmúdica, y un estudiante de yeshivá es por lo general ignorante de todos los temas seculares del mundo, incluyendo la ciencia). Se trata de un filosemitismo que es el reverso del antisemitismo, pero cabe notar que al menos muchos investigadores chinos son serios y hacen un genuino esfuerzo por conocer los aspectos positivos de Israel, aprendiendo su idioma y su cultura y en muchos casos lo logran de modo excelente y sin caer en la mitología. Sólo un detalle dejan de lado: la importancia de la democracia y la libre expresión para todos para la innovación y creatividad. Sin ambas, tampoco Israel, ni China, ni el mundo, tendrán futuro, ni brillante ni exitoso.