La reforma judicial en Israel expone los esqueletos guardados en el closet y sacó los miedos de un estado secular en aparente retroceso, primero una ley que impide la entrada de pan leudado (Hametz) a los hospitales durante Pesaj (pascua judía). “¡Es solo una semana!”, justificó el diputado David Amsalem, un miembro del Likud. Como telón de fondo, el sector haredí (ultraortodoxo) se opuso a obras de mantenimiento del ferrocarril durante Shabat, y también a la generación de energía en Shabat. El temor que llevó a la gente a manifestarse en las calles es a todo tipo de regulaciones que socaven la primacía de los derechos individuales y la democracia liberal.
Las manifestaciones han dividido a la sociedad israelí, no sólo en términos abstractos: familias partidas, amigos distantes y camaradas en el ejército confrontados. Las noticias falsas y las teorías de conspiración están presentes desde que el homo sapiens existe, y en Israel no son una excepción: se lucubra que estas manifestaciones fueron impulsadas por Washington o el Mossad. Pero cualquiera que conozca mínimamente el crisol de la sociedad israelí y medianamente la política interna entenderá que el cisma social es más complejo, ha habido un cambio generacional y demográfico donde los sectores mizrajíes (judíos orientales) que históricamente se han sentido marginados, han ganado fuerza, también el sector haredí cada vez tiene un mayor peso demográfico y en un futuro no lejano verá un poder político predominante en la Knesset.
A excepción de la ultraizquierda que se niega a todo tipo de cambio en el status de la Corte, y que parece estar ajena a la realidad israelí (una de las razones por la cual se ha reducido en el mapa político) en general hay un consenso sobre un cambio que limite y equilibre al poder judicial, pero no debilitarlo. Sin embargo, lo que esta detrás del enojo popular es más complejo y quizá es el principio histórico de un final inevitable, una lucha entre la democracia liberal y la “democracia de mayorías” – en sintonía con la tendencia global – donde sean barridos los derechos de las minorías, empezando con la población secular.
Diferentes analistas exponen un futuro apocalíptico o demasiado optimista. La visión apocalíptica plantea que la democracia liberal israelí caerá ante la demografía del sector religioso haredí (ultraortodoxo) y leumí (nacionalista), y que la halajá (ley judía) se termine imponiendo como ley nacional y la democracia mayoritista florecerá y con el tiempo dará paso a una teocracia judía, Israel se integrará así en el ambiente “natural religioso” de Medio Oriente.
La visión optimista sostiene que de este cisma puede surgir una constitución que renueve el pacto social y salve la democracia liberal, que los sectores liberales (generalmente expresados demográficamente en la sociedad ashkenazí de herencia europea) no sean aplastados por la ola haredí-leumí. Pero esta visión tiene sus limitaciones: una constitución obliga a todo ciudadano a tener las mismas obligaciones y responsabilidades ¿el estado tiene la fuerza y la voluntad de obligar a los árabes y a los haredim a servir en el ejército o como mínimo prestar el servicio nacional?
Sin embargo, en el caso que el Estado obligue a estos sectores a sumarse a las obligaciones nacionales, tarde o temprano el status quo terminará siendo haredí-leumí, no hay un caso en la historia que una constitución por muy sólida y clara soporte el embate de aplastantes mayorías, las democracias tienen sus debilidades y la “inocente” ley de hametz es histórica, puede ser el principio del fin de la democracia liberal.