La literatura de los autores no rusos étnicos en particular, tanto dentro como fuera de Rusia, puede definirse alternativamente como «poscolonial», ya que comparte muchas de las características clave de la escritura poscolonial, incluida una marcada tendencia al revisionismo histórico
Oriente Medio Net.- Nos gustaría empezar conociendo un poco tu biografía, trayectoria académica y temas de investigación.
Tamar Koplatadze.- Mi país natal es Georgia, donde crecí antes de trasladarme al Reino Unido durante la invasión rusa de 2008. Estudié francés y ruso en la Universidad de Bristol, y luego completé un máster en francés, con una disertación sobre la escritura femenina francófona. Por aquel entonces, empecé a preguntarme por qué no se estudiaba la cultura rusófona en los mismos departamentos de ruso. Así que decidí explorar las similitudes entre los imperios occidental y soviético expresadas en la literatura rusófona postsoviética fuera de Rusia. Trabajé en ello durante mi doctorado en la Universidad de Oxford, y mis conclusiones se publicarán pronto en una monografía de Oxford University Press titulada «Postcolonial Identities in Central Asian and Caucasian Literature» (Identidades poscoloniales en la literatura de Asia Central y el Cáucaso).
OMN.- Eres especialista en literatura postsoviética, un tema poco conocido en América Latina. Para empezar, ¿Cuál sería una definición de literatura postsoviética más allá del aspecto temporal?
TK.- Esta pregunta apunta al corazón mismo de las complejidades que implica categorizar la literatura escrita por autores que provienen de los países ex soviéticos después de la disolución de la Unión Soviética. Por supuesto, existe una gran heterogeneidad dentro de éstos, ya sea lingüística, estilística o formal. No obstante, surgen algunos patrones clave. Estilísticamente, los autores tienden a favorecer los tropos satíricos, irónicos y alegóricos, haciéndose eco de la sensibilidad posmoderna. En el plano temático, los textos tratan a menudo de desvelar los traumas del periodo soviético y subvertir temas hasta entonces tabú, como el sexo o las funciones corporales. En sentido figurado, encontramos expresiones extrañas de dislocación, alienación y desdoblamiento de la persona en un mundo a menudo amenazador, lleno de valores enfrentados y desorientadores.
Al mismo tiempo, algunos autores consideran que «postsoviético» es un término problemático. La escritora ucraniana Oksana Zabuzhko afirma que ya es hora de que desvinculemos a los llamados países postsoviéticos de las asociaciones soviéticas, del mismo modo que no nos referimos a Alemania como «post-nazi». Otros sostienen que, en lugar de borrar esos términos, primero debemos comprender plenamente el pasado soviético y sus legados. En este sentido, la literatura de los autores no rusos étnicos en particular, tanto dentro como fuera de Rusia, puede definirse alternativamente como «poscolonial», ya que comparte muchas de las características clave de la escritura poscolonial, incluida una marcada tendencia al revisionismo histórico. Algunos autores sitúan explícitamente sus obras dentro de la tradición poscolonial, por ejemplo la autora kazaja Lilya Kalaus, cuya novela The Fund of Last Hope: A Postcolonial Novel (El fondo de la última esperanza: una novela poscolonial) (2013) caricaturiza con humor la condición poscolonial de un país imaginario, el Burkutstán, una alegoría del Kazajstán postsoviético.
La autora Lilya Kalaus
OMN.- Muchos países que pertenecieron a la URSS y ahora son independientes tienen dinámicas centrífugas en relación con Moscú y la “rusidad”. Dános algunos ejemplos de autores que influyeron y fueron influidos por los movimientos independentistas de los años noventa.
TK.- Tenemos que recordar que la toma del poder por los soviéticos en Rusia y las catorce repúblicas en los años veinte fue seguida de varias y severas purgas de las élites intelectuales y culturales locales. Estas represiones obstaculizaron drásticamente el posterior desarrollo de una cultura literaria políticamente comprometida. Las nuevas élites culturales, conformistas, fueron cooptadas para apoyar al Estado soviético mediante lujosas recompensas, y aparecen caricaturizadas en la famosa novela de Mijaíl Bulgákov El maestro y Margarita (1967). Hasta finales de los años ochenta, el régimen soviético impuso una estricta censura sobre lo que estaba permitido discutir en la literatura. Incluso si la obra de un autor no tenía connotaciones políticas, podía ser castigado con cargos como «parasitismo social», como ocurrió con Joseph Brodsky en 1963.
Debido a esta censura extrema, es difícil destacar obras que tuvieran el mismo efecto explícito en los movimientos independentistas que textos anticoloniales equivalentes como Los desdichados de la tierra (1961), del afrocaribeño francés Frantz Fanon. No obstante, algunos escritores de la llamada periferia -como el kirguís Chinghiz Aitmatov, el kazajo Olzhas Suleimenov, el georgiano Konstantine Gamsakhurdia y el abjasio Fazil Iskander- lograron salirse con la suya con una crítica política velada al Estado soviético. Por ejemplo, la profética Rabbits and Boa Constrictors (1989) de Iskander puede leerse como una alegoría de la naturaleza corruptora del poder.
Estas obras, junto con los escritos censurados que se reproducían en publicaciones clandestinas improvisadas, desempeñaron un papel importante en la cristalización de los sentimientos antisoviéticos, ya fuera directa o indirectamente. Por ejemplo, el hijo de Gamsakhurdia, Zviad, se convirtió en disidente nominado al Premio Nobel de la Paz y posteriormente fue elegido primer presidente de la Georgia independiente en 1991.
OMN.- La agresión rusa contra Ucrania (2014-presente) junto con la guerra ruso-georgiana que tú misma sufriste, la represión en Chechenia y las amenazas de intervención que emanan de Moscú han generado complejas dinámicas identitarias en los países postsoviéticos y, desde luego, en la literatura. Háblanos un poco de cómo aborda la literatura estos cambios de identidad.
TK.- Dado que la identidad es una categoría polifacética, me centraré en la cuestión de la lengua. En el periodo soviético, las élites locales de las repúblicas adoptaron el ruso como lengua franca, a menudo por necesidad más que por elección. En Asia Central, más de treinta años después del colapso de la Unión Soviética, el ruso se sigue utilizando ampliamente en metrópolis como Almaty y Bishkek. Además, debido a la dinámica del mercado poscolonial, la escritura en ruso tiende a alcanzar la mayor visibilidad. También hay excepciones: en Georgia, donde la rusificación cultural nunca cuajó, la literatura en ruso ha sido prácticamente inexistente.
Tras la invasión a gran escala de Rusia contra Ucrania de febrero 2022, muchos autores ucranianos, entre ellos Boris Khersonskii y Anastasia Afanaseva, han pasado del ruso al ucraniano. Los autores de Asia Central también están volviendo a las lenguas vernáculas. Incluso cuando escriben en ruso, suelen emplear técnicas lingüísticas subversivas para recordar a los lectores rusófonos que, aunque la lengua dominante sea compartida, las experiencias vividas y mentales rara vez lo son. Una de las tácticas consiste en añadir palabras no rusas a sus textos y dejarlas sin traducir. El relato corto de ciencia ficción utópica «Element 174» (2018) de la autora kirguisa Syinat Sultanalieve es un buen ejemplo.
La obra de Sultanalieve gira en torno a Djenri, un agente colonial rusófono enviado por la Tierra para infiltrarse en el supuestamente atrasado planeta Omai, inspirado en Asia Central. Es esencialmente una fantasía de venganza postcolonial: en un giro de la trama, los lectores se enteran de que los omaianos, con su avanzada tecnología, han tenido la sartén por el mango todo el tiempo, y que la anfitriona de Djenri -la mujer nativa Aily Serdar- es en realidad la comandante militar del planeta, que está al tanto de los insidiosos planes de Djenri. La cuestión es que los lectores de origen turco probablemente anticiparían el giro al principio del texto, reconociendo que «Aily Serdar» significa «comandante Ayly», mientras que los no hablantes tendrían que esperar hasta el final para descubrir la verdad. De este modo, Sultanalieve niega al receptor, es decir, a la cultura rusa, un estatus superior, y se lo concede en cambio a la cultura turca.
Syinat Sultanalieve, ‘Element 174’ Ilustración por Hagra
OMN.- Actualmente estás finalizando una monografía sobre la literatura contemporánea de Asia Central y el Cáucaso. Háblanos de este proyecto, de las convergencias y similitudes que has ido encontrando en la producción literaria de estas dos zonas del mundo.
TK.- El libro examina si la literatura contemporánea de Asia Central y el Cáucaso puede considerarse «poscolonial». Incluso hoy en día escuchamos a menudo el argumento de que el imperio soviético se diferenciaba de los imperios capitalistas occidentales porque supuestamente no destacaban la hegemonía racial ni la explotación económica. Además, el mundo académico occidental rara vez menciona el hecho de que la llamada «unión» era en realidad una entidad política creada mediante la anexión militar violenta de las 14 repúblicas cuya resistencia fue brutalmente sofocada. La literatura del Cáucaso y Asia Central problematiza y revisa estos mitos persistentes. Por ejemplo, en sus memorias tituladas The Dancer from Khiva (La bailarina de Khiva) (2004), la autora uzbeka Bibish expone los efectos destructivos del monocultivo del algodón en toda la Asia Central soviética y relata cómo ella trabajaba en condiciones extremas, junto con otras mujeres y niños, para enviar algodón a Moscú.
Bibish también destaca el racismo extremo que ella y sus hijos encontraron como emigrantes económicos en Moscú. Hay que señalar, sin embargo, que las sensibilidades poscoloniales no son en absoluto uniformes. Por ejemplo, debido a la religión cristiana que Armenia comparte con Rusia y al genocidio armenio, los autores armenios evocan a veces la retórica de Rusia como salvadora de Armenia frente a Turquía, problematizando así la identidad de Rusia como «colonizadora». En People who are always with me (2014), de Narine Abgaryan, la joven protagonista, influida por esta retórica, es perseguida por una pesadilla en la que su casa es aplastada por un bicho gigante, la metáfora peyorativa de sus vecinos para referirse a los turcos. Por extensión, las críticas de los aldeanos a las políticas soviéticas que amenazan sus tradiciones locales se dirigen a menudo al abstracto régimen soviético, más que a Rusia.
OMN.- La literatura rusa contemporánea, especialmente la que cuestiona el abuso de poder, es un tema que nos gustaría conocer más en América Latina. Háblanos de ello e incluye, por favor, algunos ejemplos de autores rusos que podríamos seguir y leer.
TK.- Una obra destacada en este sentido es la novela profética de Vladimir Sorokin Day of the Oprichnik (2006). La narración se sitúa en 2028, cuando se ha restaurado el zarato de Rusia, para asemejarse a la época del gobierno autocrático del zar ruso medieval Iván el Terrible, junto con los ideales de xenofobia, proteccionismo y corrupción. Sigue a un esbirro del gobierno, un oprichnik, a lo largo de un día de acontecimientos grotescos. La Rusia de 2028 está aislada del resto del mundo por una «Gran Muralla Rusa», y sólo se permite la entrada de gas natural y mercancías procedentes de la vía de tránsito China-Europa. El Estado controla férreamente el idioma, y todas las palabras extranjeras están prohibidas.
Una novela que también pone de relieve la importancia de la lengua y la literatura en los regímenes autocráticos es la postapocalíptica The Slynx (2000), de Tatiana Tolstaya. Al igual que el texto de Sorokin, es retrofuturista: la historia transcurre dos siglos después de que la civilización acabara aparentemente en un acontecimiento apocalíptico conocido como la Explosión, que sumió al mundo en la oscuridad medieval. Sigue a Benedikt, que transcribe libros antiguos y los presenta como las palabras del nuevo gran líder, Fyodor Kuzmich. La ingenua población permanece en un estado de ignorancia impuesto por los sanituriones, que persiguen a cualquiera que manifieste el más mínimo signo de «librepensamiento». Es una lectura espeluznante, pero hilarante.
También recomendaría The Devils’ Dance (2012), de Hamid Ismailov, prohibida en Uzbekistán, país natal del autor. Es una mezcla entre intriga política al estilo de Juegos de Tronos, centrada en el Gran Juego histórico, y las historias entrelazadas de la reina-poeta medieval Oxyón y el intelectual uzbeko Abdulla Qodiriy, ejecutado por Stalin. Ismailov observa que puede establecer fácilmente paralelismos entre los acontecimientos de su novela y lo que ocurre hoy en día entre los escritores y las autoridades, que incluso hoy en día, los escritores postsoviéticos se enfrentan a encarcelamientos o persecuciones por su trabajo.
OMN.- Todos los países postsoviéticos tienen diásporas y seguramente la experiencia diaspórica y la añoranza de la patria se expresan en su literatura. Dános algunos ejemplos de autores caucásicos, de Europa del Este y Asia Central que vivan en la diáspora.
TK.- Podemos dar muchos ejemplos. Alemania se ha convertido en un centro cultural para los autores rusos que buscan la libertad creativa que actualmente les niegan en Rusia. Vladimir Sorokin, mencionado anteriormente, es uno de ellos. Los autores georgianos también han encontrado un inmenso éxito allí, como Nino Haratishvili con su aclamada novela Eighth Life (2014), una saga que traza la historia de tres generaciones de una familia georgiana.
Haratishvili, Eight Life – Traducción al georgiano
Dina Rubina lidera la diáspora cultural rusófona en Israel y Slava Mogutin, el primer escritor ruso abiertamente gay, reside actualmente en Estados Unidos. Los escritos de todos estos escritores diaspóricos están ciertamente teñidos de nostalgia, pero yo diría que se han alejado de la tradición romántica, algo idealista, del exilio al estilo de Nabokov. Todos ellos se preguntan si es posible llamar hogar a algún lugar en nuestro mundo globalizado. Por ejemplo, la obra de Mogutin examina las nociones de desplazamiento e identidad, pero también de orgullo y vergüenza, devoción y desamor, amor y odio y el destino de la juventud descontenta y las subculturas urbanas alternativas.
Dina Rubina (edición en ruso)
OMN.- ¿De qué trata tu próximo proyecto de investigación?
TK.- Mi próximo libro, cuyo título provisional es «ecopoética postsoviética», está concebido como el primer gran estudio de la escritura ecocrítica en el mundo postsoviético, incluida la de las minorías étnicas de Rusia y los autores de Asia Central y el Cáucaso. El tema medioambiental ocupa un lugar cada vez más destacado en la literatura, y los escritores creativos están a la vanguardia del activismo ecológico. Sabemos que en Asia Central la industria algodonera soviética provocó la casi desaparición del mar de Aral, que en su día fue el cuarto lago más grande del mundo, y éste es un tema importante en la literatura.
Actualmente estoy escribiendo un artículo sobre la novela de Hamid Ismailov The Dead Lake (2015), que evoca los desastrosos resultados de las pruebas atómicas soviéticas en Asia Central entre 1945 y 1989, un tema tabú hasta hace poco. Sigue a Erzhan, un hombre de 27 años atrapado en el cuerpo de un niño tras la exposición a la radiación. En el Kazajstán soviético tardío, la protesta ecológica adoptó tintes internacionalistas, en lugar de etnonacionalistas, debido a la necesidad de obtener recursos, conocimientos y apoyo internacionales muy necesarios para el Movimiento antinuclear Nevada-Semipalatinsk. En cambio, en el periodo postsoviético, el activismo ecológico está inextricablemente vinculado a los procesos de autodefinición étnica y nacional, tal y como se expresa en la esfera cultural, en la que abundan los tropos étnicos. Como tal, puede afirmarse que el movimiento anticolonial y nacional está viviendo ahora un momento retroactivo. La novela de Ismailov constituye un importante estudio de caso en este sentido y señala la urgencia de reconocer la imaginación ecocrítica y ecológica en Asia Central y fuera de ella.