Culpar a los judíos por el tráfico de esclavos: la teoría conspirativa que une al supremacismo blanco y negro

by | Jun 23, 2020 | Historia, Política, Portada | 0 comments

Por: Cécile Denot *

Los orígenes de esta falsa acusación remiten a los años sesenta, pero su popularidad llegaría en 1991 de la mano del grupo de odio Nation of Islam de Louis Farrakhan. El asesinato de George Floyd volvió a poner el tema sobre la mesa.

Ilustración de un mercado de esclavos en la costa africana en el siglo XIX (1855). 

Tras el estallido social que se produjo en los Estados Unidos por la muerte de George Floyd, un hombre afroamericano de 46 años asesinado a manos de la policía en la ciudad de Minneapolis, diversos grupos y organizaciones antisemitas han intentado redireccionar la discusión pública sobre el racismo para relacionar este fenómeno con los judíos e Israel.

Por ejemplo, el BDS y otras organizaciones antisionistas de izquierda como la US Campaign for Palestinian Rights publicaron en redes sociales que tanto la policía de Minneapolis como la de todo Estados Unidos  eran entrenadas por el ejército israelí y por tanto el racismo y la brutalidad de las mismas podían ser atribuidos al Estado Judío. Esta narrativa no es nueva: surgida en círculos de ultraderecha, comenzó a volverse mainstream en 2014 tras el asesinato de Michael Brown y desde allí no ha parado de abrirse paso en los círculos progresistas de Estados Unidos, Europa y hasta de América Latina. No se entrará demasiado en detalle sobre esta teoría porque ya ha sido analizada aquí, pero vale la pena señalar que sólo unos 1.700 policías americanos han sido entrenados en Israel desde 1992 (datos que los mismos antisionistas proveen), lo cual representa menos del 0.2% de los oficiales actualmente en servicio. Por otro lado, quienes participan en estos programas de intercambio policial con Israel son oficiales militares o policiales de alto rango y no simple tropa que luego pudiese llegar a estar encargada de reprimir multitudes o combatir el crimen callejero. Asimismo, la opresión y el racismo que sufren los afroamericanos por parte de la policía es un fenómeno bastante anterior a la fundación de Israel y a los intercambios entre sus fuerzas de seguridad y las de Estados Unidos. La conclusión de quienes señalan que hay una “mano judía” detrás de la brutalidad policial contra la población negra es que este fenómeno era casi inexistente antes de estos entrenamientos conjuntos, algo poco menos que insultante, especialmente para los mismos afroamericanos.

Pero esta no es la única narrativa que grupos antisemitas promueven con la intención de relacionar a los judíos con el racismo para generar así divisiones y resentimientos entre estos y otras minorías. Existe otra, bastante popular en círculos supremacistas, que consiste en afirmar que los judíos jugaron un papel central en el tráfico y el comercio de esclavos en el Atlántico. 

Este tema volvió a cobrar cierto estado público en los últimos días gracias al rapero Ice Cube, simpatizante de los Black Hebrew Israelites, un grupo extremista afroamericano que cree que los negros son los verdaderos israelitas y que los judíos son impostores. Tras el asesinato de Floyd, Cube comenzó a publicar mensajes fuertemente antisemitas en su cuenta de Twitter (por ejemplo éste, éste y éste) que inmediatamente fueron festejados por decenas de supremacistas blancos que se lanzaron a elogiar al músico por “atreverse” a hablar contra quienes “crearon y controlaron el tráfico de eslavos en el Atlántico”. Se adjuntan algunos ejemplos de esos mensajes:

Comentarios de supremacistas blancos en Twitter sobre el papel de los judíos en el comercio transatlántico de esclavos

Ice Cube, lejos de rechazar estos comentarios, decidió publicar un mensaje de apoyo a Louis Farrakhan Sr., líder desde 1978 del grupo de odio Nation of Islam (NOI) y uno de los principales ideólogos y promotores de la mencionada conspiración sobre el complot judío en el tráfico de esclavos. Farrakhan, quien fue calificado por la Liga Anti-Difamación (una ONG americana que lucha contra el odio a los judíos) como “uno de los principales antisemitas de los Estados Unidos”, utiliza todo el aparato institucional de NOI (mezquitas, periódicos, un instituto de investigación y redes sociales) para difundir ideas como que los judíos son colectivamente responsables de impedir el progreso de los negros, de los atentados del 11 de septiembre e incluso del surgimiento del Ku Klux Klan.

Tanto NOI como los Black Hebrew Israelites hace tiempo buscan exagerar el papel que los judíos tuvieron en el comercio de esclavos para promover divisiones entre las comunidades negra y judía. De hecho, esta teoría cobró popularidad justamente gracias a un libro sin firma publicado por NOI en 1991 llamado “The Secret Relationship Between Blacks and Jews” (La Relación Secreta entre Negros y Judíos) en el cual se afirma sin ninguna evidencia que los judíos desempeñaron un papel muy importante en la industria esclavista en el Atlántico. 

Si bien esta publicación le dio un fuerte impulso a esta teoría conspirativa, sus orígenes se remontan a unas décadas antes. En 1968, el supremacista blanco Walter White Jr. publicó un breve folleto titulado “Who Brought the Slaves to America?” (¿Quién trajo los esclavos a Estados Unidos?) que toma ideas de escritos antisemitas de Henry Ford, como que Cristóbal Colón era “un agente al servicio de los judíos”, para poder afirmar que estos eran los grandes arquitectos y beneficiarios del comercio transatlántico de esclavos. Lo curioso es que posteriormente se descubrió que White Jr. fue sólo el editor de la publicación y que su autor fue en realidad Robert Brock, un supremacista afroamericano.

“Who Brought the Slaves to America?” de Walter White Jr. (1968)

El movimiento por la liberación de los negros en Estados Unidos tuvo múltiples corrientes. Una de ellas, dirigida por el jamaiquino Marcus Garvey, promovía el regreso de los negros a África y la segregación racial por lo que terminó acercándose al Ku Klux Klan. Deportado a Jamaica en 1927, Garvey perdió relevancia política, pero sus ideas fueron redescubiertas en los años cincuenta y sesenta por muchos activistas negros, entre ellos Malcolm X, los fundadores de Nation of Islam y el mencionado Robert Brock. Este último, como Garvey, buscaría una alianza con el supremacismo blanco, lo cual lo llevó a cruzarse con Walter White Jr.

En cuanto a NOI, Elijah Muhammad, uno de sus fundadores, también se reunió con los líderes del Ku Klux Klan en 1961 y un año más tarde, George Lincoln Rockwell, fundador del Partido Nazi americano, brindó un discurso en una reunión del grupo y llamó a Muhammad “el Hitler de los negros”. Un año antes, miembros de ese partido habían asistido a un discurso de Malcolm X. Asimismo, Farrakhan es hoy en día elogiado por supremacistas blancos por su discurso a favor de la segregación racial.

No extraña entonces que en 1991 NOI publique “The Secret Relationship”. Este libro, que afirma ser un “primer volumen” (será seguido efectivamente por otros dos tomos, en 2010 y 2013 donde se afirmará por ejemplo que los judíos crearon el Ku Klux Klan), pretende denunciar un complot judío imaginario detrás del comercio de esclavos en el Atlántico. Los judíos habrían, en primer lugar, legitimado la esclavitud en su religión: obsesionados con el dinero, se habrían comprometido a apoderarse del continente americano para esclavizarlo y saquearlo. También habrían iniciado y organizado el comercio de esclavos, del cual habrían sacado la inmensa fortuna que les permite mover los hilos de la política mundial. Se afirma incluso que, durante la guerra civil americana, los judíos se pusieron del lado del sur esclavista, pero sin participar en el campo de batalla. El libro llama a otras minorías, como los amerindios, a oponerse a la “toma judía de los Estados Unidos”.

Primer volumen de “The Secret Relationship” (NOI, 1991)

“The Secret Relationship”, inspirado en el folleto de Robert Brock & Walter White Jr., se basa en una burda manipulación de fuentes, citas fuera de contexto y afirmaciones falsas o sesgadas y busca constantemente relacionar el comercio de esclavos con el Holocausto: habla de “Holocausto negro” y compara a las plantaciones esclavistas con los campos de concentración nazi de Auschwitz, Treblinka y Buchenwald (lo curioso es que Farrakhan es un negacionista del Holocausto, pero al parecer para banalizarlo sí cree que ocurrió).

Esta publicación, como era de esperarse, fue muy criticada por numerosos historiadores y especialistas en esclavitud por su falta de rigurosidad, por no proporcionar ningún análisis objetivo del tema tratado y por ser profundamente antisemita. El académico Henry Louis Gates Jr., directamente calificó a “The Secret Relationship” como uno de los ejemplos más sofisticados de “literatura de odio” y el historiador Harold Brackman como “propaganda de odio disfrazada de historia”.

El libro presenta selectivamente citas que sirven a su hipótesis y justifica con antisemitismo aquellas que la contradicen. Por ejemplo, para explicar el hecho de que prácticamente ningún comandante de un barco de esclavos era judío, se afirma que los judíos eran perezosos y por eso delegaron la gestión de los barcos a “gentiles”. Además, el ya mencionado Brackman denunció que se citó un trabajo suyo como prueba de la alta participación judía en el tráfico de esclavos cuando en realidad la conclusión a la que él había llegado en ese texto era que la misma fue marginal. Por su parte, Winthrop Jordan, un profesor de historia y renombrado escritor sobre la historia de la esclavitud y los orígenes del racismo en los Estados Unidos, publicó en 1995 una nota en The Atlantic donde afirma que la mayoría de las citas que presenta “The Secret Relationship” son extremadamente difíciles de verificar, confusas y en muchos casos erróneas. Por ejemplo, dice Jordan, se cita un texto de tres volúmenes a nombre de Abraham Karp, pero en realidad de lo que se habla es del trabajo de otro autor, Bertram Korn, que tiene no tres sino cinco volúmenes. Además, como con Brackman, los compiladores de NOI usaron el trabajo de Korn para intentar respaldar su teoría cuando lo que el autor realmente dijo fue que había pocos judíos en el tráfico de esclavos en general y que si bien aquellos que residían en el sur apoyaban la esclavitud su postura no era muy diferente de cualquier otro sureño blanco.

“The Secret Relationship” apela sistemáticamente a la antigua técnica antisemita de distorsionar deliberadamente el trabajo de investigadores judíos y literatura religiosa judía para difamar a los propios judíos. Los compiladores asumieron que el libro sería más persuasivo si se basara casi por completo en “fuentes judías” por lo que no sólo citan de manera selectiva y distorsionada a autores como Brackman, sino que además apelan a trabajos sumamente obsoletos, ignorando otros mucho más recientes que contradicen todo lo que se afirma sólo porque sus autores no tienen “nombre judío”. Por ejemplo, el libro muestra datos del censo de Estados Unidos de 1790, 1820 y 1830 pero ignora los de 1850 y 1860 que fueron mucho más informativos sólo porque los tres primeros fueron citados en un trabajo de un escritor judío y los otros no.

De hecho, el burdo uso de las estadísticas de la publicación fue otro de los puntos más cuestionados por los especialistas. El historiador Ralph Austen afirmó que los números que se muestran no tienen sentido dado que ninguno es colocado en un contexto que indique su importancia: no se realiza ninguna comparación con la cantidad de esclavos que tenían otros grupos como para demostrar la importancia estadística de lo que se afirma. Esto está hecho adrede, dice el autor, dado que de ponerse los números en contexto quedaría claro que la gran mayoría de los esclavos fueron capturados, comprados, intercambiados y forzados a trabajar por no judíos. En otro pasaje, si bien se cita que sólo 18 judíos participaban de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales y que invirtieron apenas 36 mil florines de un capital total de tres millones, los propagandistas de NOI se limitan a sugerir que esto se debe a que se subestimaba la influencia judía sin ofrecer ninguna prueba para semejante afirmación.

Por otra parte, el libro también afirma que “el 75% de los esclavos en el sur eran propiedad de esclavistas judíos”. Esto es sencillamente falso: siguiendo nuevamente a Backman, en 1860 había unos 15 mil judíos en el sur y 4 millones de esclavos. Si el 75% (3 millones) hubiesen sido de propiedad de judíos, esto significaría que tendría que haber habido 200 esclavos por cada hombre, mujer y niño judío o mil esclavos por cada jefe de familia judío, algo totalmente falso y ridículo. Según el autor, los judíos sólo poseían alrededor del 1% de la población esclavizada, algo con lo cual coinciden el especialista en historia de la esclavitud Jason Silverman y el historiador Saul Friedman. Asimismo, Marvin Perry y Frederick Schweitzer afirman en su libro “Antisemitismo: Mito y Odio Desde la Antigüedad hasta el Presente” que, durante los cuatro siglos de comercio transatlántico de esclavos, los judíos importaron el 2% de los 600 mil esclavos deportados a los Estados Unidos y el 1% de los diez millones enviados a otras regiones del continente americano. En esta misma línea, la Asociación Histórica Americana (AHA) emitió en 1995 una misiva condenando “cualquier declaración alegando que los judíos desempeñaron un papel desproporcionado en la trata de esclavos en el Atlántico” dado que “nunca formaron más que una minúscula proporción de esclavistas”. Su implicancia fue tan pobre que el historiador David Brion Davis llegó a decir que sin judíos la historia de la esclavitud habría sido la misma.

En resumidas cuentas, el verdadero papel de los judíos en el tráfico de esclavos fue el siguiente: tras haber sido empujados por la Iglesia al comercio y los negocios financieros en la Europa medieval, en la década de 1490 fueron expulsados ​​de España y Portugal y muchos encontraron refugio en los Países Bajos. En un momento en que se estaba abriendo el comercio con el Nuevo Mundo, comenzaron a participar en el comercio interno y externo en el Atlántico en general, incluido el de esclavos en la costa de África occidental y en las Américas. Estos judíos, junto con muchos cristianos, suministraron esclavos no sólo a las empresas coloniales holandesas en Brasil y Surinam, sino también a Curazao y otras islas en las Antillas. Aun así, el historiador de la Universidad de Pittsburg Seymour Drescher afirma que los judíos rara vez establecían rutas de comercio de esclavos, sino que trabajaban en conjunto con un socio cristiano, en rutas comerciales que habían sido establecidas por cristianos y respaldadas por líderes cristianos. Por tanto, podría decirse que hubo cierta participación judía en el comercio de esclavos en Brasil, Curazao y Surinam, pero por lo demás fue modesta o mínima, y ​​los judíos prácticamente no tuvieron ningún papel en el comercio de esclavos de Gran Bretaña o Francia y por tanto tampoco en Estados Unidos (donde, como se indicó antes, poseían poco más del 1% de la población esclavizada).

NOI y Farrakhan, al tiempo que publican y afirman delirios antisemitas sin fundamento alguno, convenientemente jamás hacen alusión alguna a la esclavitud islámica. El historiador Murray Gordon señala en su libro “Esclavitud en el Mundo Árabe” que este comercio precedió al europeo y que continuó durante más de un siglo después de que los europeos abolieron la práctica. Este autor además denuncia que las naciones árabes no prohibieron la esclavitud voluntariamente por conciencia moral, sino debido a la presión económica y militar por parte de las grandes potencias de la época, Francia y Gran Bretaña. Pero lo más grave es que la participación musulmana en la trata de esclavos, a diferencia de aquella en el Atlántico, todavía continúa hasta el día de hoy en países como Sudán del Norte y Mauritania. Por su parte, en Kuwait era habitual que los kuwaitíes ricos dieran a sus hijos un esclavo africano como regalo de cumpleaños: la esclavitud fue abolida en ese país en 1963, pero los abusos a trabajadores migrantes aún persisten según Human Rights Watch. En Qatar, se abolió en 1952 pero organizaciones como Amnistía Internacional denuncian que el país utiliza trabajo esclavo en la actualidad para construir los estadios para el Mundial de 2022. 

No se pretende, vale la aclaración, sugerir que los árabes y/o los musulmanes fueron más o menos esclavistas que otros grupos dado que esto no es una competencia y que ningún pueblo debería ser acusado colectivamente de algo por las acciones de algunos de sus miembros. Sólo se intenta denunciar la hipocresía de grupos de odio que mucho tienen para inventar sobre el rol de los judíos en el tráfico de esclavos, pero nada para decir y condenar del papel de los propios en dicha práctica.

Actualmente, en la ultraderecha, la supuesta culpabilidad judía en la esclavitud es un tema recurrente: David Duke, ex líder del Ku Klux Klan, grabó videos sobre el tema y escribió al respecto en su sitio web, algo que también hizo el negacionista del Holocausto francés Alain Soral. Asimismo, el asunto aparece con frecuencia en sitios web neonazis como Jewish Watch y National Vanguard. Estos grupos buscan instalar que los judíos fueron los verdaderos esclavistas en el Atlántico para así negar o bajarle el precio al papel protagónico que los blancos tuvieron en esa terrible tarea. No porque pretendan establecer lazos de amistad con los negros, claro, sino porque desean culpar a los judíos de que haya afroamericanos en el país dado que esto “reforzaría” su teoría de que los primeros buscan reemplazar a la raza blanca mediante la “importación” de minorías con una tasa de natalidad mayor. 

Por desgracia, esta teoría es cada vez más mainstream también entre la izquierda: en 2016, Jackie Walker, del Partido Laborista británico, publicó en Facebook que “muchos judíos eran los principales financistas del comercio de azúcar y esclavos” y culpables de perpetrar “el Holocausto africano”. Dieudonné , el cómico francés devenido propagandista antisemita también gusta de promover esta teoría y de comparar el tráfico de eslavos con el Holocausto. Por otra parte, en Estados Unidos, en 2018, dos de las por entonces líderes del grupo feminista Women’s March, Carmen Pérez y Tamika Mallory, afirmaron que los judíos habían sido líderes en la trata de esclavos en Estados Unidos. Ambas mujeres son admiradoras de Louis Farrakhan: Mallory incluso una vez lo llamó GOAT (algo así como “el más grande”). No son las únicas: otras figuras de relevancia de la izquierda americana como Marc Lamont Hill y Linda Sarsour también han manifestado simpatía por el líder de NOI. Todas estas personalidades además suscriben y promueven la mencionada teoría de que la policía americana aprende a violentar minorías en Israel.

La motivación de la extrema izquierda a hacerse eco de estas conspiraciones se relaciona con su tendencia creciente a dejar de ver a los judíos como una minoría discriminada y presentarlos en cambio como blancos y opresores, algo ligado a su discurso cada vez más virulento sobre Israel. De esta forma, para que el pasado coincida con el presente y el relato tenga cierta “coherencia”, se busca señalar a los judíos como blancos opresores tanto ahora (en Israel) como antes (manejando el tráfico de eslavos).

La principal razón de que el odio a los judíos encuentre eco en personas de todas las ideologías y hasta genere alianzas entre colectivos en apariencia diametralmente antagónicos, como el supremacismo blanco y el negro, se debe a una particularidad que lo distingue de otras formas de odio. El antisemitismo no tiene que ver con el racismo ya que nadie ataca a los judíos por su apariencia o su forma de vida judía, sino que es lisa y llanamente una teoría de la conspiración: para el antisemita los judíos son personajes que actúan en las sombras, conspiran constantemente contra todo y todos salvo contra ellos mismos y son responsables de todos los problemas sociales sistémicos y de gran alcance. Tanto el supremacismo negro como el blanco desean que las razas estén separadas y ambos están convencidos de que se han mezclado por culpa de los judíos. Y eso los lleva a unirse con el objetivo común de señalarlos como los culpables de todas sus desgracias. Así, si la policía es racista, si Estados Unidos tuvo un pasado esclavista, si la sociedad americana es cada vez más diversa, es por los judíos, por los bancos judíos, por las organizaciones judías o por el Estado judío. 

La condición necesaria para el éxito de mitos antisemitas es que productores y destinatarios hablen al menos en parte el mismo idioma simbólico: quienes desarrollan estas teorías saben que miles de personas ya son familiares a la noción del poder secreto judío por lo cual lo único que tienen que hacer es redireccionar esas creencias hacia donde convenga. La evidencia no tiene mucha importancia para quienes promueven estos mitos porque tampoco la necesitan: en el imaginario social de mucha gente ya está instalada la idea de que si existe un problema entonces los judíos -o “sionistas”- están o pueden estar detrás del mismo por lo cual será fácil que lo consideren como posible aun sin prueba alguna. De esta forma, la intención de “The Secret Relationship” y de quienes repiten las mentiras que allí se afirman es apelar a prejuicios previos en el imaginario social para instalar que hubo una “mano judía” detrás tráfico de esclavos y generar así rispidez y rencor entre los judíos y otras minorías para que los primeros queden más aislados. 

Las preocupaciones sobre la brutalidad policial, el racismo y el pasado esclavista de los Estados Unidos son legítimas y es necesario promover una necesaria y honesta discusión sobre las raíces de estos problemas. Sin embargo, quienes buscan borrar la historia de esta violencia y exportar la culpabilidad hacia los judíos no hacen absolutamente nada para resolverlos sino más bien lo contrario, dado que desvían atención, recursos y esfuerzos a generar odio hacia una minoría históricamente oprimida. Y de allí se desprende el mayor peligro: esta forma conspirativa de pensar a los judíos que sirve para explicar absolutamente todos los males del mundo y es notablemente adaptable a cualquier fenómeno siempre tiene el potencial de convertirse en persecución efectiva. Si quienes dicen ser antirracistas piensan a los judíos igual que los supremacistas blancos, cabe preguntarse quiénes son entonces los racistas.

*  Politóloga, maestrando en Relaciones Internacionales
Extraído del blog Basileamag – Agradecemos su autorización