Crisis entre Estados Unidos e Irán: una pausa momentánea
Desde su triunfo electoral del 2016, la administración estadounidense de Donald Trump dejó en claro su disposición a cambiar el curso de la política estadounidense respecto a Irán, pasando en cuestión de meses de la apertura a la hostilidad.
Esta política es la que la nueva administración republicana denominaría “campaña de máxima presión”.
Las fricciones entre ambos aumentaron a partir del desconocimiento por parte de Washington del acuerdo nuclear con Irán (éste lo consideraba incompleto porque no establecía límites a los programas de misiles balísticos e ignoraba el accionar en la región de la red de milicias chiitas vinculadas a Teherán).
Desde entonces, las represalias entre ambos desencadenaron una peligrosa dinámica: un espiral de tensión en aumento que alcanzó su punto más alto después del ataque aéreo estadounidense que terminó con la vida de Qassem Soleimani, y el ataque con misiles balísticos por parte de Irán en contra de dos instalaciones militares de EUA en Irak.
Las razones de EEUU y de Irán en la pausa en el curso bélico
Washington y Teherán hicieron alto en su reciente y más intenso curso bélico por dos razones: a) evitar un conflicto general (o al menos, no iniciar una guerra cuando no estén preparados); y b) esperar los resultados de las dos próximas elecciones internas estadounidense e iraní.
A menos que suceda un evento de alto impacto en la dinámica regional que haga inevitable una guerra, ambas partes llegarán a un acuerdo. Sin embargo, ese acuerdo no sería un resultado aceptable para ninguno de los dos si el resultado final surge desde una posición de debilidad (la retórica entre ambos indican poco margen en esa dirección).
Ante una potencial negociación, Washington y Teherán esperarán los resultados de sus respectivas elecciones para afinar las tácticas de sus estrategias contra el otro, así como su capacidad y márgenes de maniobra ante cualquier potencial escenario: acuerdo negociado o guerra.
Aunque el enfrentamiento entre Estados Unidos e Irán favorece la posición de los radicales en Teherán, los beneficios sólo durarán al corto plazo.
Los problemas estructurales de la economía iraní, las sanciones económicas (y su potencial expansión de las mismas, si las potencias europeas se unen a la retórica bélica estadounidense – algo más probable si Teherán reactiva su programa nuclear), las presiones en contra de su red de milicias regionales y las demandas internas de mejores condiciones económicas y sociales, reducirán la efectividad de las maniobras iraníes para cualquier acuerdo negociado.
Cambio de régimen, única garantía de estabilidad en la zona
El panorama para la administración de Donald Trump es más benévolo. El juicio político en su contra se desechó, su popularidad está en aumento y con toda seguridad logrará su reelección.
La amenaza más visible en su contra podría desencadenarse en el Congreso estadounidense, si los demócratas toman el control de una o las dos cámaras del mismo; presionando para lograr cualquier cambio en el curso de acción en contra de Irán. Sin embargo, la administración Trump hacer uso de sus facultades emanadas en nombre de “la seguridad nacional” para saltar al Congreso en aplicar sus políticas.
Finalmente, aunque ambas partes demostraron su capacidad para detenerse poco antes de ir a la guerra y ante las expectativas de un acuerdo negociado entre ambos, las diferentes visiones estratégicas y divergencias ideológicas dejan poco espacio para largos períodos de estabilidad en la zona, a menos que exista un cambio dentro de cualquiera de los dos: ese
cambio es uno de régimen, más probable de ocurrir en Teherán.