¿Fin del matrimonio por conveniencia entre Moscú y Ankara?

La reciente ofensiva del régimen sirio en la provincia de Idlib muestra la fragilidad del matrimonio por conveniencia entre Ankara y Moscú, así como las divergencias de intereses estratégicos de ambos

Rusia y Turquía entraron en la dinámica del conflicto sirio apoyando a los bandos enfrentados. A pesar de una tensión inicial, Ankara y Moscú determinaron que la cooperación táctica en el teatro de operaciones sirio favorecía sus intereses inmediatos. Sin embargo, a largo plazo se harían evidentes las diferencias estratégicas entre ambos.

Con este acuerdo tácito, Moscú le permitió al régimen sirio recuperar la iniciativa estratégica: recuperó el control de lo que se podría denominar la “Siria Útil” (el corredor urbano que se extiende desde Dera hasta Alepo), condenando a la oposición Siria a convertirse en una insurgencia rural y debilitando su importancia política; de la misma forma, le permitió régimen retomar el control de extensas zonas ocupadas por el Estado Islámico.

Para Turquía, el acuerdo con Moscú le permitió convertir a Idlib – la última provincia con presencia rebelde importante – en una zona de seguridad en torno a sus fronteras que no sólo le permitiera administrar la agenda de la oposición siria, también proyectar poder en las zonas sunitas sirias y administrar el desafío de la refugiados sirios (una moneda de cambio de Erdogan ante la Unión Europea). Respecto al desafío kurdo, Ankara ocupó Afrin y creó en el norte de Siria una zona de seguridad que divide las zonas previamente ocupados por las Fuerzas Democráticas Sirias (aliadas de Washington ante el Estado Islámico).

A pesar de este benéfico intercambio en Siria, Ankara y Moscú no pueden olvidar sus históricas rivalidades geopolíticas. Mientras Moscú es desafiada por Occidente en su extranjero próximo y es el objetivo de sanciones económicas; sin mencionar sus desafíos
políticos internos, el estancamiento de su economía y sus presiones demográficas.

Por su parte, Ankara muestra unos parámetros internos más estables (a pesar del desafío kurdo), y muestra sus intereses estratégicos en el Norte de África (Libia – respalda al gobierno reconocido por Naciones Unidas), el Cuerno de África (bases navales en Djibouti y entrenamiento de las fuerzas de seguridad en Somalia), Golfo Pérsico (presencia militar en Qatar), el Cáucaso y los Balcanes (elementos de “poder suave”, vínculos económicos con Azerbaiyán y Bosnia).

En este trasfondo tiene lugar la ofensiva del régimen sirio en Idlib y la luz verde por parte de Moscú ante la misma (sin el apoyo aéreo ruso, no serían posibles los avances sirios sobre el terreno). La dinámica militar-diplomática de Damasco-Teherán-Moscú ha destacado por una secuencia lógica: negociar para ganar tiempo ante una próxima ofensiva. Un ataque militar contra el resto de la oposición siria en Idlib sería intolerable para Ankara no sólo por los peligros a los que se exponen sus fuerzas militares en la zona, sino por los efectos hacia el interior de una nueva oleada de refugiados sirios.

Dada su vulnerabilidad, Moscú no puede permitir que Turquía consolide su poder (proceso lento, pero con parámetros que indican ser estable); y al menos, parece ser el momento de terminar con el aventurerismo turco en el norte de Siria o, al menos, debilitar sus opciones.