Ana Arzoumanian: pensar Armenia desde América Latina
Entrevistamos a la reconocida abogada, escritora y poeta argentino-armenia Ana Arzoumanian, quien expresa en su escritura un cruce de saberes entre el psicoanálisis y la literatura, y nos ilustra los desafíos de la memoria colectiva de la diáspora armenia y sus vínculos con su tierra de origen asolada por los conflictos del Medio Oriente y Cáucaso
Oriente Medio News.- Gracias Ana por dialogar con nosotros. Por favor ¿puedes interiorizarnos un poco sobre tu biografía y tu trayectoria profesional?
Ana Arzoumanian – Nací en Buenos Aires. Mis cuatro abuelos llegaron a la Argentina huyendo del genocidio contra los armenios. Yo me crié en un barrio de armenios y asistí a un colegio bilingüe armenio- castellano desde los cinco hasta los dieciocho años, aprendiendo el castellano una vez ingresada al colegio. Fue una educación estrictamente armenia. De modo que “desperté” al mundo argentino recién en el momento de comenzar la universidad.
Como era tan sensible al reclamo de justicia, el derecho fue una carrera que se acomodaba a mis deseos. Estudié derecho, me especialicé en derecho internacional dedicándome, al tiempo, en las relaciones entre arte y derecho.
Fui correctora de una editorial que publicaba libros para la carrera diplomática y allí comencé mis primeros pasos en la literatura. Entre mis correcciones a los libros de economía, derecho y política entregaba mis poemas y mis ficciones al director de la editorial quien publicó mis primeros textos. Entre ellos, una novela cuyo personaje rozaba el crimen. El viraje entre crimen y locura de aquella novela inclinó mi interés hacia el psicoanálisis. De modo que realicé un postgrado en orientación lacaniana, asistiendo a la escucha de pacientes en los hospitales psiquiátricos.
OMN.- ¿Qué implica para tí ser argentina, latinoamericana y descendiente de armenios? ¿Cómo conviven estas identidades en tu labor como escritora?
AA – Es una convivencia que no termina de dirimir o resolverse el orden de la supremacía. De chica me sentía una armenia que se encontraba en una geografía equivocada, de modo que la sensación era de extrañeza, de desubicación. Fue mucho tiempo después, cuando visité Armenia que advertí que también era una extraña en esa tierra. Hay un escritor de las Canarias que se define como escritor canario de expresión castellana, en cuanto a su vínculo con España.
Yo soy una escritora armenia de expresión argentina, a veces; otras: una escritora argentina de expresión armenia. Porque, aunque no use la lengua armenia en mi escritura, la misma está impregnada de su imaginario, su ritmo, sus entonaciones. En cuanto a la disposición latinoamericana, cada vez estoy más convencida que los latinoamericanos pueden entender mucho mejor y, por lo tanto, tener un diálogo privilegiado con las ex repúblicas soviéticas. A menudo se busca un lazo desde la perspectiva europea y falla. La ilustración, la racionalidad y, en definitiva, la modernidad nos han llegado de modo deshilachado. Tanto en el Cáucaso como en Latinoamérica se viven en otras instancias, otros tiempos epistemológicos.
OMN.- Generalmente se habla de la diáspora armenia en América Latina pero pocas veces se reflexiona sobre la producción cultural de dicha diáspora. Tú eres un destacado ejemplo de esta producción cultural armenia diaspórica. Cuéntanos un poco sobre la producción cultural de la diáspora armenia en América Latina.
AA – Tendríamos que entender lo cultural en su acepción amplia. Desde esa mirada hay una cultura gastronómica, una cultura coreográfica y musical que se han mantenido aún lejos de sus fuentes. Si bien el baile que se fomenta es el baile folklórico tradicional y la música es, en general, de tinte revolucionario combativo, esos dos hechos culturales se replican en cualquier encuentro social de la comunidad: desde un acto escolar hasta un casamiento. Otro hecho de la cultura es el hecho religioso entendido como ritual que concentra la cultura textil, la cultura pictórica y también el canto litúrgico.
Una situación singular vive la cultura literaria o la producción escrita y también oral de las historias. Como, una vez sucedido el genocidio la porción que sobrevivió de Armenia quedó bajo dominio soviético, hubo un aislamiento y un cierre de comunicación entre Armenia y la diáspora. De modo que al exterminio de toda una generación de escritores y al corte del canon literario se sumó la imposibilidad de acceder a las producciones de la República Armenia Soviética. La diáspora tenía al Líbano como centro editorial y de distribución de libros.
Pero claro, una cosa es la diáspora armenia francesa (por nombrar una diáspora activa en la cultura libresca) que se encuentra relativamente cerca de Beirut, y otra bien distinta es la de los países latinoamericanos. Pensemos en el tiempo en que no había internet, llegaban sólo los libros traídos por personas particulares que viajaban y traían textos.
Entonces hubo un doble quiebre: el estallido de la línea sucesoria en la tradición literaria por la desaparición de toda una generación de escritores más la incomunicación que reinó después del crimen genocida. A dicho proceso deberíamos mencionar, además, la reforma ortográfica que sufrió la lengua armenia oriental bajo el régimen soviético haciendo aún más profundo el abismo entre el armenio occidental y el armenio oriental. Llamamos armenio occidental la lengua hablada por los armenios diaspóricos y el armenio oriental la lengua que se habla en Armenia y entre los armenios de Rusia e Irán.
De manera tímida en América Latina se está comenzando a producir literatura, una literatura que intenta recomponer ese lazo perdido, rearmar un canon. Sin embargo, se realiza desde los elementos de “negociación” con la propia cultura de adopción. Entonces, por ejemplo, para hablar acerca de mi caso: hay una estética barroca en mis textos que se hermana con el barroco latinoamericano pero también se distancia de él en la medida que toma elementos prestados del imaginario de Oriente.
OMN.- Todos los grupos diaspóricos tienen y mantienen una relación particular con su homeland tradicional. En tu caso ¿Cómo es la aproximación a ese homeland armenio incluso en momentos de guerra y desastres naturales como a los que se ha visto sometida la República de Armenia?
AA – Esa relación ha cambiado a lo largo de estos últimos años. En el siglo pasado las dinámicas de comunicación eran muy distintas. Esas dinámicas crean afecciones y representaciones imaginarias particulares. El país soñado, el país ansiado era un territorio lejano del que se tenía noticias vagas.
Entonces había un lazo más potente con el pasado relatado por los abuelos que con el presente de los contemporáneos.
Y así como con el cuerpo literario hay que realizar un salto generacional y también estético para poder producir de modo actual. Así también sucede con el vínculo con el cuerpo de la tierra. Hoy día el lazo es inmediato, las redes sociales facilitan el acceso no sólo a información sino también a los relatos (posteos) de sujetos particulares que cuentan sus miedos, inconformismos o fervores en relación a los movimientos políticos o naturales. Y aún así, y aún ahí, el trabajo también es de deslinde: separar las sensaciones que se adherían al “cuento” heredado de las emociones nuevas de los hechos nuevos.
Un caso para analizar ha sido, por ejemplo, la guerra entre Armenia y Azerbaiyán del año 2020. Si bien la diáspora estaba informada (dentro de todo lo parcial que puede ser una información sobre una guerra) actuaba también desde las afecciones heredadas, desde sus reclamos ancestrales, desde sus banderas emocionales teñidas del pasado. Entonces hay un trabajo de mayor esfuerzo que es el de desmarcar la huella de la pisada nueva, del hecho del presente.
OMN.- Tienes una amplísima producción literaria. Cuéntanos un poco sobre aquella parte de dicha producción que te conecta con Armenia y con tu identidad armenio/argentina.
AA- Creo que toda mi producción me conecta con Armenia, aún aquellos libros que abiertamente tratan temas muy diversos al caso armenio. Por ejemplo, el libro sobre la reina Juana I de Castilla y Aragón, aquella a quien llamaban La Loca, describe el entramado catastrófico entre Las Indias y aquello que después se denominó España.
Sin embargo, en la medida que me detengo en la masacre de los indígenas, en el encierro de Juana, en su necrofilia hay un trasfondo alimentado por mi origen. O, en el libro sobre Milena Jesneská, la periodista checa, amada de Kafka; todo su paso por el campo de concentración trae una evocación al desastre armenio.
Pero yendo todavía más lejos, aún en los casos que escriba sin ningún punto de contacto, el libro “Cuando todo acabe todo acabará”, por ejemplo, que se adentra en el fin de los modos de trabajo en América Latina o en “Mía” donde se ahonda en el aborto, hay un ritmo, una estética del lenguaje que tiene que ver con mi lengua materna. El castellano ha sido mi segunda lengua, la lengua que he aprendido en el colegio. La lengua del balbuceo, aquella de la intimidad infantil fue la armenia. Y esa lengua, si bien se expropia del mundo adulto, es en los escritores donde aparece sin ambages.
OMN.- Además de tu faceta de escritora y poeta también has incursionado en el cine, coméntanos un poco sobre tu documental «A. Diálogo sin fronteras» del 2010. En él abordas tanto el tema del genocidio armenio pero también el de los desaparecidos en la dictadura militar argentina. ¿Cómo abordar esos dos procesos tan traumáticos de manera conjunta? ¿Cuál ha sido la reacción de la audiencia al documental?
AA – La idea fue del director Ignacio Dimattia y de la productora de la película, Irene Duffard quien me había escuchado en un seminario sobre Holocausto y Genocidio en la Universidad Tres de Febrero de Buenos Aires. Así nació “A. Diálogo sin fronteras” que une la historia de dos nietas de sobrevivientes (Ana y Adriana) que cuentan la historia desde sus emociones por el desastre en dos geografías (Armenia y Argentina).
La estética del documental está montada alrededor del diálogo entre nosotras dos. Adriana Kalaydjian es la otra protagonista. Ella había sido vecina del barrio armenio donde vivía de pequeña, además habíamos ido al mismo colegio y su hermana es una desaparecida por la dictadura cívico militar argentina. De modo que la película intenta recuperar en el diálogo los rastros de los cuerpos desaparecidos. Fue filmada íntegramente en aquel colegio armenio de nuestra infancia (Jrimian) y en Armenia. Los dos procesos se abordaron de manera conjunta porque así, de modo mezclado y unido estalló en nuestras vidas. La persecución, el miedo, la muerte y el silencio se renovaron en el devenir cotidiano.
La audiencia argentina encontró una historia que no conocía del todo: el dolor y las costumbres de la tradición armenia, mientras que la audiencia armenio argentina se mostró un poco reticente ya que el documental también ponía en cuestión las narrativas del odio como construcción y argamasa del entramado comunitario.
OMN.- Los descendientes de grupos étnicos, religiosos objeto de genocidios y matanzas enfrentan el desafío de transmitir intergeneracionalmente la historia, el trauma, las lecciones de dichos procesos violentos. ¿Consideras que en América Latina se ha hecho un esfuerzo efectivo en esa transmisión de los eventos traumáticos no sólo al interior del grupo descendiente sino también hacia la sociedad en general?
AA – El trabajo sobre la memoria debe ser constante. Lo particular de Latinoamérica es que las crisis económicas y sociales persistentes llevan a enhebrar las energías en la resolución de la emergencia. Y eso constituye un problema porque, a la vez, las urgencias aparecen por no dar respuestas a aquellos traumas históricos. La memoria hace su labor en el presente sobre un hecho del pasado. El hecho no se modifica, pero los afectos en relación al hecho deberían transformarse. Cuando digo afectos, pienso en Spinoza. Que el odio, el dolor y la ira que son afectos tristes que desvitalizan se modifiquen en un modo potente de concebir la vida.
Por otro lado, lo que sucede en el interior de un grupo también sucede en el exterior. El monto de rencor, encono o aborrecimiento no se circunscribe en el límite de un espacio, viajan con los sujetos manifestándose allí donde se encuentren. De modo que un individuo que en el interior de un grupo edifica su vida en torno a la posición amigo- enemigo, en el exterior del grupo seguirá comportándose bajo esos esquemas.
OMN.- Cada vez es más común que los espacios universitarios aborden el tema del Genocidio ¿Cuál ha sido tu experiencia académica en ese sentido? ¿Qué se puede hacer para trascender los espacios universitarios y que la memoria de esas atrocidades no sólo sea conocida por el público en general sino también interiorizada?
AA – Es verdad, la academia ha tomado los genocidios en sus programas. Sin embargo, hay que estar atento. Muchas veces es parte de una tendencia de consumo pedagógico. Así como existen objetos a ser consumidos, también existen ideas, conceptos, bienes inmateriales para el consumo. Hay modas académicas que liberan a los académicos de una culpa inmemorial por la inacción.
De modo que al estudiar cuestiones sobre derechos humanos se tranquiliza la universidad y sus estudiantes. El trabajo genuino consistiría en desentrañar de tal modo la naturaleza humana de poder acceder al sentimiento de la compasión. De colocarse en la coyuntura histórica de cada delito de genocidio para analizar sus bordes antijurídicos y culpables. Y entender así que cada hecho es único en su tipificación y que requiere de elementos no higiénicos, pero sí nuevos para poder observar y comprender.
Particularmente he dado clases tanto en derecho como en cursos de escritura creativa poniendo el foco en la modalidad que tiene el arte en responder a los reclamos de justicia cuando la justicia está ausente.
OMN.- Háblanos un poco sobre la poesía como resistencia ante la violencia genocida y como espacio de concientización para prevenir la aparición de más casos de genocidios y matanzas.
AA – En mi libro “Hacer violencia, el régimen insurrecto en el arte” le dedico un capítulo a la poesía como resistencia a prácticas genocidas. Resistencia como oposición pero también como continuación. Un deportista que resiste, por ejemplo, es aquel que, en condiciones adversas, es capaz de seguir con su actividad. Para la resistencia física es necesario el entrenamiento riguroso. La resistencia no evita el hecho.
Quiero decir, la poesía como entrenamiento de las ideas y los afectos, como sensibilizador de los sujetos no impide que las catástrofes, que las calamidades sigan sucediendo. De hecho, suceden. La poesía como antídoto, como pharmakon (según la concepción platónico derridiana) actúa como des- anestésico. La vida cotidiana está sujeta a dispositivos que adormecen. Dormidos, los sujetos asisten a las calamidades sin poder reaccionar. La poesía tiene como fin, entonces, no evitar que el desastre ocurra (ocurrirá), sino en dejar los sentidos bien despiertos de las personas de manera tal que puedan reconocer el horror y así, puedan nombrarlo.